Vitoria es la ciudad donde han transcurrido la mitad de mis navidades.
Cuando yo era muy niña, mis tíos y padres eran aquellos aventureros que, desafiando las nieves, nos llevaban a celebrar la Nochebuena a Maestu, pero tras muchos esfuerzos, mucho dinero invertido en leña y algunos sustos en carretera decidieron que la ciudad donde vivían mis abuelos, Vitoria, era perfecta para reunirse.
Y lo era. Vitoria es una ciudad invernal, perfecta con sus árboles desnudos, sus miradores de cristal y madera blanca, sus columpios helados y sus míticas tiendas que recorríamos mis primas y yo: La espejera cuando éramos niñas y For, Ibarrondo, las galerías Ítaca y el primer Sephora que descubrí en España cuando fuimos adolescentes.
Y había dos citas ineludibles: la feria de artesanía y el belén a tamaño natural en el parque de La Florida. Hace unos días cumplí la tradición y visité ambos.
Aquí tenemos la Anunciación a los pastores, con escenario de árboles sobre el fondo de la nueva catedral.
Lavanderas, aprovechando el diminuto canal que recorre el parque.
Los Reyes Magos, llegando no a camello sino a caballo a Belén.
El portal es una gruta verdadera, cubierta de auténtico musgo. Se entra y en el centro se halla este resplandor:
¡Es el origen de todas las alegrías!
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