Podría escribir los versos más tristes esta noche. O los más alegres, pero no escribo ninguno. ¿Por qué, por qué? Oh musas, oh ninfas, oh diosas del apolíneo sacro, concedédme un segundo de luz para poder ver todo, todo claro como entonces, como siempre pero ahora no. Escribir es ver, del mismo modo que el amor es la mejor forma de conocimiento: Como dicen mis amigos (copio de no sé quién), omnia tua mecum porto.
La visión profética, los ojos de loco errabundo, el fulgor de un momento, lo que yo deseo esta noche... ¿es algo intangible o concreto? ¿De qué sirven los recuerdos, si no es para echar hilo a la cometa y ayudarte a volar? Entro en la caverna que todos costruimos y me digo, fuera telarañas... Y el deseo de cosas imposibles se acaba convirtiendo en una súplica a Dios: que yo vea con tus ojos, la poesía no es más que éso, y no hacen ninguna falta los fuegos artificiales de quita y pon que a veces ambicionamos, nosotros los tontorrones.