De repente ha venido a mi memoria esa canción de Esther Zecco. Porque todo me sabe a azúcar y miel, y cuando escuchaba sus acordes era todo sólo una promesa.
La vida se abría lentamente ante mí, como en los versos de Paco Gallardo. "Espera, corazón. Vendrá la lluvia". Y yo esperaba, y me refugiaba en poemas que recordaban mi niñez. En el colegio donde trabajaba veía a los niños jugar, correr, la boca roja de piruleta marca Fiesta como en mi propia infancia. Vagaba por el patio, y luego por las calles del centro de Sevilla. Una fuente, una plaza, una tienda de maquillaje. Y siempre la sensación de estar de paso, de esperar, de comienzo de película. "Todo tiene que empezar, todo está por llegar".
Y era verdad, y ahora la lluvia me empapa como una chimenea de llamas lentas y acogedoras. Sevilla, ese trabajo que no era el mío, esos acordes de guitarra y esa voz serena, esos versos amigos, a veces por teléfono. Pensé que todo eso era casa, y ahora sé que era tan sólo trampolín, la pista de despegue.
La vida se abría lentamente ante mí, como en los versos de Paco Gallardo. "Espera, corazón. Vendrá la lluvia". Y yo esperaba, y me refugiaba en poemas que recordaban mi niñez. En el colegio donde trabajaba veía a los niños jugar, correr, la boca roja de piruleta marca Fiesta como en mi propia infancia. Vagaba por el patio, y luego por las calles del centro de Sevilla. Una fuente, una plaza, una tienda de maquillaje. Y siempre la sensación de estar de paso, de esperar, de comienzo de película. "Todo tiene que empezar, todo está por llegar".
Y era verdad, y ahora la lluvia me empapa como una chimenea de llamas lentas y acogedoras. Sevilla, ese trabajo que no era el mío, esos acordes de guitarra y esa voz serena, esos versos amigos, a veces por teléfono. Pensé que todo eso era casa, y ahora sé que era tan sólo trampolín, la pista de despegue.