Eres casa.
Nos reímos, lloramos, nos decimos adiós. Bailamos, bailamos siempre.
¿Por qué vives en el Norte?, me preguntas, con ojos de castañas asadas en una chimenea.
Porque soy Norte, respondo, con ojos de columpios dorados en el parque..., pero también soy Sur.
Por eso vengo al Sur, para que me regales mitones en diciembre, y susurres ¡qué frío!, mientras yo ocupo un abrigo fino de entretiempo.
Por eso vuelves al Norte, por primavera, cuando se abren pequeñas margaritas en mi jardín de Maestu.
Y así se construye una amistad de veintitrés años, en ia que tú conoces mis tremendos resfriados de garganta y yo adivino tus pellizcos insondables en el estómago.
Conocernos por dentro y seguir siendo casa, la una para la otra: el reto, la maravilla.