La semana pasada, desayunando en el bar Génesis, tuvo que tomarse uno de esos diabólicos sobrecitos de Frenadol y descubrió entre sus ingredientes un colorante llamado... ¡amarillo ocaso! Comenzamos el lento yermo de la mañana laboral hablando de poesía farmacéutica.
Este viernes yo tenía que impartir una sesión sobre maquillaje en una asociación cultural. Y me habían pedido que, antes de la práctica, fundamentara la necesidad de afeites cosméticos con argumentos filosóficos. En mi vida me he visto en tal aprieto.
Decidí recurrir a Santo Tomás, todo un clásico. Uno de sus famosos remedios contra la tristeza es un baño de burbujas.
...Bueno, recogí velas ante sus ojos atónitos, el santo habla de un baño, las burbujas, sales e incluso velitas las pongo yo.
De pronto, mi amiga se acuerda de un poema renacentista en el que el trovador alaba a su dama, que entra en cierta iglesia de sevilla y los monaguillos y hasta el cura se confunden y
"por decir amén, amén
decían amor, amor"
decían amor, amor"
Es interesante, apunta, porque al describir a su señora habla de que en su boca había dulzor, en sus mejillas arrebol y en sus ojos... alcohol, o sea, una sustancia cosmética.
Estuvimos buscando la cita exacta en Google durante un buen rato, porque, decía ella entre risas, si juntas las palabras "Poema" y "Alcohol" en el buscador famoso, te dirige directamente a...¡Joaquín Sabina!