Me acaban de pedir, (por Twitter nada menos, y un desconocido), que no abandone este blog..., así que aquí estoy para contaros otra historia surrealista de mi infancia.
Ayer os ofrecí un proema (poema en prosa, nomenclatura de Jesús Beades, de cuando se hablaba del blog como nuevo género literario), que glosaba mi, digamos, despertar al enamoramiento adolescente... Pero la primera experiencia que tuve, más o menos fingida, sucedió en Maestu, lugar bucólico por antonomasia para estos menesteres.
Éramos dos crías, pero de repente mi prima Cecilia dijo que le gustaba muchísimo un vecino que se llamaba, pongamos, Julen. Julen era rubio y guapo hasta morir, como como buen vasco. Mi despierta primita no se quedó contenta con eso, sino que intentó convencerme de que a mí me gustaba su hermano, así, por solidaridad.
Muchos años después, cuando nació mi vocación al Siglo de Oro, descubrí que este era el argumento exacto de una comedia Calderón, No hay burlas con el amor.
El hermano del susodicho se llamaba pongamos que Iker. Era canijo, dos años menor que yo y tenía pecas, pero también unos ojos bonitos y una gran simpatía así que dije: pues vale. Como yo aún jugaba con muñecas, lo incorporé en mi imaginación al juego y decidí que Iker era el padre de mi hija Maite.
Pero de repente caí en la cuenta de que el amor tenía que ser creativo... Ésta es una intuición que tuve a los diez años y que no me ha abandonado nunca.
Así que me compré un cuaderno en el estanco y me dediqué a pasar las tardes sentada a una mesa de piedra en medio de nuestra finca, dibujando a "mi amado".
Abro paréntesis para confesar que yo con diez años dibujaba fatal, pues tenía problemas motrices y en primero de EGB me suspendieron trabajos manuales..., pero Omnia vincit amor.
Dibujé a Iker jugando a pelota (vasca), saliendo de su casa que era un palacio, bañándose en el río, bajo la cascada, vestido de Superman... y vestido de romano, (sic). ¿Por qué? No existen porqués en esta historia...
Luego me dije que el amor tenía que ser generoso, así que dibujé las cosas que le regalaría a Iker, yo, que no recibía ni siquiera paga por entonces.
Así que tracé con torpeza las finas líneas de una pelota (vasca), una bicicleta de montaña, (rumbosa yo), y un cartabón y una escuadra, igual de surrealistas que el traje de soldado romano.
Por supuesto, nunca intercambié más que un hola y un adiós con Iker, cuando nos veíamos por las calles del pueblo, y el cuaderno me lo confiscó mi padre, vencido entre el orgullo y las risas, y se lo enseñaba a todas las visitas, ante mi creciente enfado.
Así que una noche, provista de nocturnidad y alevosía, (y de una linterna), recuperé lo que era mío..., y por supuesto con el correr de los tiempos, lo perdí.
Pero, inspirada en uno de los mejores poemas de Miguel d'Ors, puedo decir que acabo de rescatarlo, y que me estará esperando siempre, deslumbrante, en estas pocas líneas.