Tengo un chaquetón azul noche de Adolfo Domínguez y miles de preciosos vestidos de H & M. Y una chaqueta de lana deliciosa color verde hierba que parece un campo de Irlanda. Tengo un abrigo negro y elegante, que me recordaría a Audrey Herburn si no fuera porque lo que hay debajo soy yo.
Tengo un par de trajes de lino, seriecitos y como de princesa pero sin ñoñerías, o eso espero... Tengo una chaqueta fina de picos, evasé, color berenjena que creo que es de Zara, y una corbata para mujer azul con abalorios fucsias y naranjas hecha a mano por una chica de Nueva York, que me regaló mi prima Cecilia hace dos o tres navidades. No tengo ni un zapato de tacón para diario, ni uno solo, y mido metro y medio, pero es que no puedo evitar odiarlos. No tengo medias, las aborrezco también: cuando voy a una boda en invierno me compro unas para la ocasión y luego procuro tirarlas a la basura.
Pero, después de varios meses de pavor secreto, descubrí aliviada que las adolescentes se fijan, sobre todo, en los complementos y en el maquillaje. Y en eso soy el rey del Mambo. Me lo paso pipa: llevo pulseras estrambóticas, las uñas pintadas de plata o los labios rojos. Todo para rematar un sosolook de camiseta negra y pantalones. Tenía razón mi amiga: es chulísimo.
Y, desde que conozco y amo la tienda Azul de mar de Madrid, el tobogán de genialidades ha sido imparable. Un anillo que parece de carey o de caramelo, según se mire. Una bolsita de plástico con ilustracciones naif de la torre Eiffel. Un brazalete de madera con rosas estampadas en negro, blanco y gris, haciendo juego con un pichi blanco y negro que compramos, mi madre y yo, en Mit Mat Mamá... Ahora leo esta enumeración caótica e improvisada y me recuerda al poema "Mitología casera" de Miguel d´Ors: un llavero, una fecha, una matriuska, unas callejas rancias — balcones con bombonas de butano y bicicletas de montaña —...
Lo último y la mayor locura ha sido un colgante en forma de galleta María. Me la he colgado hoy al cuello, sin pensar, y todas las lecciones han empezado de la misma forma. Es refrescante hablar de Salinger, de las perífrasis verbales o de las virtudes cardinales con una galleta flotando sobre una sencilla blusa blanca.