viernes, enero 21, 2011

La (Buena) Vida Literaria

Qué noche de magia poética nos han ofrecido Javier Sánchez Menéndez y la Casa del Libro de Sevilla. Qué breve el tiempo real y qué largo el futuro en el que todo se recuerda. Qué rápida transcurre una tarde, pero luego qué lentamente se contempla y saborea.

El autor de dieciocho puntos incendiarios sobre la vida literaria nos ofrece un auténtico disfrute poético, recital tras recital. Antonio Rivero Taravillo aplaude, como no podía ser menos, su tarea, y se le nombra Quijote en estos tiempos de extravío. Pero él tiene una explicación más sencilla y rotunda: mientras otros gastan su dinero comiendo langosta a diario, él prefiere publicar la poesía que le gusta. Y ofrecérnosla.




El día 19 de enero se presentó en La Casa del libro el poemario Poesía para niños de 4 a 120 años, publicado por el propio Sánchez Menéndez, José María Jurado y Jesús Cotta en la Isla de Siltolá. El libro, del que por cierto se habla hoy en el diario ABC, recoge poemas de los mejores poetas vivos del momento, aunque con alguna laguna (la ausencia de Carmelo Guillén Acosta es la más honda). Si quieren leer dos o tres joyas que atesora este libro-joya, les recomiendo visitar el blog de Ramón Simón, que ofrece fragmentos y hermosísimas fotografías salidas de sus manos en un mágico blanco y negro.




Lo importante de este recital fue el público: no había sillas, sino globos. Una impresionante marea blanca de globos, piruletas y libros. Niños jugando sobre una alfombra que susutituía al tradicional patio de butacas. Cuando la poesía comenzó, abrieron mucho los ojos, se sentaron en los brazos de sus padres o en el suelo, entre globos que iban estallando. Fue un recital con música de petardos, pero sin un solo grito, sin una llantina. La poesía amansando a las fieras. Una niña de dos años miraba fijamente los gorros y sombreros de los antólogos, mientras Jose Julio Cabanillas hablaba en voz queda de su gata Jueves, o Elías Moro recitaba una espléndida lista de objetos convertidos en poesía.



Toda esta magia es posible en la fabulosa isla de Siltolá.

sábado, enero 15, 2011

Yo Ya Lo Sé Todo... Porque Soy Mayor

En el autobús colegial, los niños saltan apaciblemente sobre los asientos utilizando sus cinturones como camas elásticas, cantando a grito pelado la balada de Pito Pito Gorgorito cuando...

- ¡¡¡Papá Noel no existe!!!

Una científica voz de niña de siete años rasga el aire lleno de juegos. Don Melitón tenía tres gatos, que los hacía bailar en un plato. Y por la noche les daba turrón, que vivan los ga...

- ¡Papá Noel no existe! Papa Noel es un cuento, me lo ha dicho mi madre...

Las profesoras clavamos nuestra más intimidatoria mirada en la niña, que alza contra nosotras unos ojos clarividentes de duende verde y burlón. Los niños se han quedado mirándola, y llueve sobre ella dinamita verbal:

-¡Mentira!
-¡Sí, hombre! Y entonces, entonces... ¿quien te deja todo ese mogollón de regalos?

Arde la tensión en nuestros cuerpos... son siete segundos en los que se juega toda la magia de una docena de niños, hecha añicos por culpa de una sabihonda con gafas y descaro.

La niña exacta levanta la barbilla retadora y responde:

Pues quién va a ser... ¡Los Reyes Magos!

jueves, enero 13, 2011

La laaaarga cuesta de Enero...

Encontré esta viñeta en el blog de Morgan, "No sin mis labiales"... Ella la colgó a la vuelta del verano, pero a mí me cuesta mucho más volver de las Navidades.

Diréis que estoy muy silenciosa... y tendréis razón. Durante la primera semana de enero disfruté en silencio de mi felicidad navideña, y en la segunda semana del mismo mes estoy reponiéndome, en silencio también, del desierto emocional que supone el fin de las vacaciones... ayayay.

Sin embargo hay luces que brillan y me consuelan: el conjunto de tres relatos de Edith Wharton que compré en Castroviejo, y cuya lectura me llena de una alegría soleada. El precioso librito de Irene Nemirovsky que me regalaron los Reyes Magos, y cuya lectura me llena de una rara alegría oscura. Y este post de Enrique García-Máiquez que no puedo dejar de leer, y cuya lectura me llena de una alegría... épica.