Parece que no se estilan ni la gratitud ni la humildad.
Para una vez que un rayo de clarividencia te inunda y proclamas que tus colegas y jefes te han tratado bien, que te invitaron a tal o cual congreso cuando menos currículum tenías, que un renombrado pope de tu área de conocimiento te ha dado oportunidades y que un crítico literario te ha mirado con cariño, viene un indignado y te bendice con la frase de moda: "no te abajes tanto, que nadie te ha regalado nada".
Y encima se lo tienes que agradecer, pues a su manera ¡te está piropeando! Sólo que a mí se me antoja un piropo bien triste.
"Nadie me ha regalado nada": el mantra de nuestra generación, el Nirvana, el estado ideal. La lista de favores en blanco, no deber nada a nadie y los méritos propios creciendo cual tumor vociferante, pero benigno y ansiado.
Pues en esta cultura de la meritocracia, reivindico. Y digo que lo que más me enorgullece es lo que me han querido, la amistad de mis maestros, lo que me cayó cual lotería. Y digo que lo que mejor sabe es aquello que te dan porque sólo había un germen y a alguien le gustó esa semilla y quiso dedicarse a regarla.
Así quiero llegar a la plena madurez; orgullosa de todo lo que me han regalado.