Hacía frío, mucho frío. Nevaba. En la misa del Gallo, en la iglesia de Maestu, había venido el Olentzero.
Pero en casa teníamos el Plato de Navidad, una tradición en la que no sabíamos si nos traían los regalos nuestros padres, los abuelos o el Niño Jesús.
O todos a la vez. La granja de los pinipón la habíamos elegido nosotras en la juguetería del Corte Inglés de Vitoria, ante la mirada de regocijo de mi abuela Cecilia, pero desparramados sobre nuestra silla y plato había cuatro o cinco juguetes más, y todos envueltos en papel brillante como caramelos de limón. Era cosa del Niño, seguro.
Luego, a dormir bajo mantas y cuchicheos, y el veinticinco de diciembre hacíamos muñecos o batalla de bolas de nieve. Y luego, a casa, a calentarnos ante la chimenea encendida.
Uno de diciembre: todo comienza. Se encienden las luces...
Diciembre es un mes de víspera gozosa. La víspera de todo. Empieza la cuenta atrás, hacía la hora cero. El bing Bang divino. El castillo de fuegos naturales*. El minuto más tierno y el más poderoso de la historia, de cada año.
Los ángeles están esperando para empezar a tocar las trompetas sobre nosotros.
"está preciosa imagen es de Enrique García-Máiquez. Dad al poeta lo que es del poeta...