sábado, julio 28, 2007

Por fin es viernes

Ya estaba tardando, yo también, en organizar en mi casa una de esas fiestecitas donde se mezclan la comida, la poesía y el cine. Buko había traído Sacrificio, de Tarkovski, pero Joaquín dijo que por qué no lo veíamos rompiendo las copas y clavándonos los cristales en los ojos. Le dimos la razón. Joaquín además teledirigía el chovendo, un chovendo que hay en mi salón, bueno, puede que a chovendo no llegue porque no lleva paraguas, pero en la peana pone chovendo. Es un cura preconciliar negro y amarillo, enjuto de carnes, violentamente cerúleo... Eso y un monaguillo lampiño de porcelana, tamaño natural, son las únicas cosas de Iglesia que me han dado miedo siempre.
Joaquín le ponía voz al Chovendo. Yo lo volvía de espaldas "para no verlo más", pero él lo giraba poco a poco rechinando como una puerta y llenándome de miedo y risa: ¡Juaquín, que luego duermo sola! Luego quise grabarlo en mi móvil en plan politono, como el gañán o Bocaseca, y entonces él se puso muy serio y dijo: "¿Pues no quiere que hable un cura de madera?" Yo casi lo mato.
Vimos el jovencito Frankestein. La peli de mis ocho, nueve, diez y once años. Buko se durmió debajo de la pantalla, pero los demás no parábamos de reír. Duendes me ayudaba a llevar vasos a la cocina, qué majo. Se había acabado el guacamole que hice yo por primera vez, sabía bien pero no era verde. Bueno, yo creía que sí era verde. Beades me dijo que yo era daltónica, y que no podría nunca nunca pilotar un avión.

viernes, julio 27, 2007

La otra cara de la luna


Adaldrida soy yo. Hoy me apetece dar explicaciones: las explicaciones son, claro, sobre mi persona. Ya hay quien dice que lo que aquí hago es striptease emocional, pero lo que a mí me preocupa no es el striptease sino la fama, se me habrá pegado algo de los caballeros de mi comedia.
Tengo mieeedo: miedo de quedar siempre bien en la foto, como Tintín en los álbumes de Hergé. Qué más quisiera yo que haber salido de la pura fantasía, como dice don Enrique Monesterio. Pero hoy no soy Adaldrida sino Rocío Arana, y no Rocío Arana la poeta, la de las fiestas, los amigos y la magia. Soy Rocío a palo seco. Incapaz de levantarse por las mañanas, incapaz de hacer régimen y controlarse un poco con los helados veraniegos. Incapaz de contar hasta diez antes de lanzar un exabrupto. Como el Capitán Haddock.

domingo, julio 22, 2007

La boda de mi mejor amigo

Ayer se casó Nico. La boda, en Sotogrande, "quizás un poco frívola", me dijo él con tono de niño que espera una reprimenda, fue fantástica. De frívola nada: se casaron en una ermita blanca, con un traje blanco [ella] y velo por la cara, como a mí me gusta. El cura, del Opus, dio bastante caña en la homilía por expreso deseo del novio, y en el momento de la Consagración la banda tocó el himno nacional, momento estelar que le valió a mi amigo el apelativo de facha durante el banquete. "Tío, pero qué facha eres".
Yo diría castizo y cosmopolita a la vez, a la vista del aperitivo, en el que reinaba el jamón ibérico, el sushi y el son de un cubanito. Y un frío aterrador, que se iba incrementado por oleadas de leyenda urbana, se dice se comenta que la cena será también al aire libre. No pude creerlo, pero al fin era verdad. Me compadecí de las espaldas desnudas y escotes generosos, que por una vez no levantaban calor sino frío. Yo sólo llevaba desnudos los brazos y la mitad de las piernas, y mi padre se ofreció a ir al hotel para traerme algo de abrigo. Pero sólo había en mi maleta una cazadora playera de rayas que no combinaba, vaya por Dios, con el vestido de Naf Naf que mi madre me había traído de París.
En la mesa, Beades hablaba hasta debajo del agua con un antiguo amigo de Altair (¿quién no conoce a Beades? ¿Quién es ése de blanco que está con Beades?...) Le oía, como en ráfagas, ir y venir de los anticonceptivos al Concilio Vaticano II y de la libertad a los designios divinos. Las mujeres decían si no podíamos hablar de lo que se habla en las bodas, o sea, trapitos, amigos comunes y menús de boda. Se lleva mucho la vieira gratinada, iba a comentar yo. Pero me venció el torrente Beades y dije: "dónde está, oh muerte, tu victoria".
Hubo música de la B.S.O de Grease, años ochenta, flamenquito. Yo bailé y bailé descalza, llevando los hermosos zapatos de Nicolás (la marca Nicolás, quiero decir), en la mano.

martes, julio 17, 2007

Beatles

Con el tiempo me va gustando más la música de Simon & Garfunkel y los Bee Gees que la de los Beatles, quién iba a decirlo. Con la obsesión que tenía por ellos a los dieciséis. Estuve todo un curso escuchando sólo dos discos, uno de los Beatles y otro de Mamas & Papas, que aunque gritan me siguen entusiasmando. Mi padre, (¡mi padre!), me dijo que la batería de Ringo suena a hojalata, y no quise escucharle. Yo estaba muy orgullosa porque habían empezado a gustarme dos meses antes de que estallase la beatlemanía, que en realidad nunca ha dejado de estallar.
Lo malo de los Beatles, lo que cansa, creo yo, es que quisieron ser algo más que cuatro buenos músicos. Quisieron ser un icono, y los iconos, si no están engarzados en el plano mágico de la realidad, acaban agotándose. Yo a una canción de Lennon & Mccartney le pido lo mismo que a un poema de Mesanza: que despierte mi alegría y mi tristeza a la vez. Por eso me gustan tanto los primeros álbumes, sin sicodelias, tristemente felices, creo que lo dijo Borges. Les pido que levanten en mí un deseo poderoso, y que no lo sacien del todo nunca, lo mismo que a un poema de Miguel d´Ors. Por eso vuelvo siempre.
Todavía hay canciones que consiguen eso conmigo: Girl, Across de universe, Ask me why, For no one. Y me río y me río con esa película tan gamberra, Qué noche la de aquel día. Pero quizás en mi discman, para escuchar un disco entero, elija a los Bee gees, o a Nena Daconte. O a Ella & Louis: Can anyone explain the wonder of love?

domingo, julio 15, 2007

La media naranja

No me gusta la cocacola light, pero es lo que suele haber en casa. Es uno de los restos de una dieta fallida, de la que sólo quedan los veinte largos diarios que nado en la piscina y el triste propósito de no picar entre horas. Es el régimen del fifty fifty: el McDonald prohibido, los helados, imprescindibles. Y de beber, cocacola light, que no me gusta.
Lo que me gusta es la fanta. Y los pastelitos de la pantera rosa, fantástica basura rosa que rescata mis veranos en Maestu, con nueve años y los bolsillos del peto blanco reventando de chuches. Porque cuando yo era niña las porquerías estaban prohibidas durante el invierno. Y durante el verano también, sólo que en Maestu la ley perdía vigencia debido al poco apoyo de mi abuela, que decía: los padres educan, los abuelos deseducan. Y financió un concurso surrealista de helados entre los primos. Ganó C. al zamparse catorce mikolosales de nata y fresa en una tarde, y es un récord recordado en la familia y elevado a la categoría de leyenda.
No me gusta la cocacola light, y por eso he inventado un remedio. Plan A, tirar la ristra de latas a la basura. Plan B: el refresco de la media naranja. Consiste en partir media naranja de zumo en cuatro gajos y dejarlos macerar en en vaso alto, con cubitos de hielo y la insípida cocacola. Diez minutos en la nevera. Así desfoga el useño refresco, se le va el gas sobrante y desprende un aroma de patio de naranjos que emborracha los sentidos. Me estoy aficionando tanto que ya me gusta más aún que la fanta de naranja...

sábado, julio 14, 2007

En El Puerto con EGM y Leonor

I. Enrique nos esperaba en el andén. Una estación puede ser la imagen viva de la soledad o de la alegría. Bajamos del vagón nosotras: Amanda, pequeña y pelirroja; Cristina, con ojos de sorna contenida y ese halo de bullicio sereno que suele acompañarle, y en este caso venía de nuestra conversación en el tren. Y yo, acalorada y envuelta en una bruma de agua termal, y con los labios pintados con el Kisskiss de Guerlain que se me está quedando en las últimas.
II. El Puerto me pareció un lugar salado y ligero, azul, con palmeras que me daban la bienvenida. La casa nueva de EGM y Leonor, un espacio blanco y luminoso, como una burbuja rodeada de árboles. Y en la que habitan ahora vi un desván lleno de libros. Había alquimia. Me sentí como en mi propia casa, sólo que en mi casa no hay escaleras suicidas ni perros que bajan y suben para convertirlo todo en un tiovivo delirante.
III. Hablamos de Alberti y de Rosales frente al mar. Un camarero italiano me dio dos besos, porque adiviné su lugar de procedencia. Las manos del mar acariciaban mi ropa, pero le dije bajito: "con este vestido de H&M no, hombre, ¿no ves que tiene tela fina?"

miércoles, julio 04, 2007

Una de sal y otra de arena

I. En cada ola canta una canción distinta, pero todas dicen lo mismo: "ríndete, entrégate." Y yo me acuerdo de aquella otra canción: "precipitó en el mar caballo y caballero, caballo y caballero..." Porque voy montada en un rulo verde y largo, de poliuretano, y al verlo el mar ha fruncido el ceño, para hacerme saber que no le gustan mis armas. No: a él le gusta tomarme por sorpresa, a la velocidad de la luna, mordiendo mi cuerpo y trazando con él dibujos en la arena... En cada surco ruge, estás en mis manos, estás en mis manos. Túneles y besos blancos se suceden a la velocidad de la luz. Y es un vaivén de alegría suicida, y yo siempre vuelvo.

II. Ha venido al mar mi primo Jots, de doce años, cabalgando en otro rulo. Bailando en el rompeolas parecemos estar en un tiovivo, pero pronto los rulos se trocan en espadas. Empieza el combate. Mejor dicho, el rulo nos sirve de acero y montura, y pronto logro tirarle del caballo. Ah, pero él me hirió en un hombro como un Nazgul. Decidimos unirnos contra el mar, al grito de "esa ola corre mucho, ¡a por ella!" La frase es de Jots, y yo la comparto.

lunes, julio 02, 2007

La votación II: Los resultados

Indiscutiblemente gana la frase 8, la de la vieja solícita: Que topas, que topas, cohones. Es la preferida de EGM, de Batiscafo, de Anacó, de Benita, de Carlos, de mi amigo Pablo... eso suman seis votos.
Mención especial quiero hacer a la escrita por Carlos RM, que en plan serio es la que más ha gustao, y a la que aporta Macarena, fuera de concurso.

domingo, julio 01, 2007

Pelirroja


Un lector anónimo y cariñoso me ha preguntado si soy pelirroja, ¡qué ilusión! Por desgracia no es ése el color de mi pelo, pero si mis palabras me dan un ligero aire pelirrojo, no seré yo quien lo niegue. Uno de los pocos pasajes que de verdad me gustaron de Los Chesterton, de Ada Jones, es aquél en que Mrs Cecil Chesterton comenta que las heroínas de GKC tenían el cabello de un tono rojizo, como símbolo de aventura.
De hecho yo me imagino así a Auristela, protagonista de mi tesis, audaz dama calderoniana, con ese aura medieval y con esos destellos de oro rojo que desprende. Y así imagino también a Olimpia, la princesa prendida en cárcel de amor, "si es que amor prende con hierros". Alguien me pidió que regalara de vez en cuando alguna esquirla de mi comedia, ahí tenéis en canto de Olimpia según Calderón:

Huye pues, huye el peligro;
mas no te olvides, huyendo
de que tú la prisión dejas
y yo en la prisión me quedo.

Si es que Amor prende con hierros. También era pequeña y pelirroja Amanda, la amiga de Cris, y por eso ayer no hacía yo otra cosa que llamarla Olimpia. Olimpia es un nombre muy in, me dijo EGM, empeñado en demostrar mi status de niña pija. Que no, Enrique, que me gusta comer piñones en la placita de la Juncal. Pero, ya que estamos, nuestra visita a El Puerto y nuestra comida con Enrique y Leonor (¡felicidades!) pide otra entrada aparte, pues, como dice un amigo mío portugués, no se puede guardar la belleza en un cajón. Otro día.