El Niño del Microondas... |
Hace muchos, muchos años compré esta pequeña figura de escayola con la intención de pintarla, porque en mi colegio me habían enseñado a aplicar pátinas que imitaban el marfil, la madera envejecida y hasta el bronce.
Como muchos otros propósitos, éste quedó aparcado, perdiendo su sentido con el pasar del tiempo.
Hace unos pocos años, en uno de mis intentos por ordenar mi vida y mi dormitorio, apareció la figurita al fondo de un cajón, como había aparecido antes el refulgente corazón de ámbar que mis padres me trajeron de Praga y que estuvo perdido y fue hallado.
El Niño Jesús desprendía una luz más íntima y escondida, más verdadera. El tiempo, más cuidadoso que yo, había dejado su pátina en él, y era esa suciedad que ya no podía borrarse la que lo hacía aún más adorable, comestible.
Lo pusimos al lado del Microondas, para verlo al desayunar. Él es humilde y huye de espumillones y mesas de caoba. Sólo quiere que comencemos nuestro desayuno con Él, como reza aquel poema tremendamente humano de Luis Alberto de Cuenca:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno».
Voy a empezar contigo el desayuno».