jueves, febrero 28, 2013

Un Papa como este

El corazón es una cosa extraña.
De repente se pone como un loco a querer a alguien, y no sabemos por qué. Es muy fácil querer a una persona que brilla, que irradia luz y calor. Es un poco más difícil querer a un pequeño desastre, pero como los pequeños desastres suelen tener una fachada de adorable imperfección, el corazón humano se puede ablandar ante ellos.
Todos somos un poco así: a veces brillamos y a veces somos un puñetero desastre, achuchable al fin de todos los errores. Y a veces solo somos un desastre a secas, sin literatura, y hasta entonces alguien nos quiere. ¿Por qué? Misterio.



A Benedicto XVI lo he querido desde el principio. El corazón me dijo sí. Suena cursi, pero si hasta las heroínas de Lope de Vega han dicho estas palabras alguna vez, es porque son verdad.
No me olvidé de Juan Pablo II. Hablamos de un papa, no de un marido: el corazón es muy grande, caben en él muchos amores, muchas razones. A mi alrededor, todo el mundo decía que este Papa no era como aquél. Que nos iba a costar, que no tenía carisma. El carisma es la piedra filosofal del siglo XXI: si no tengo carisma, nada soy. Hasta escuché que alguien decía. "A este papa, incluso sonreír le sale mal".
Y, sin embargo, voy a ser un poco relativista: el carisma, ¿qué es el carisma? Lo que a mí me atrae puede ser radicalmente distinto de lo que te atrae a ti.
Puede que sea porque crecí entre libros, porque mi padre es filósofo, porque viví un verano en Alemania y aprendí que los alemanes son rectilíneos pero cálidos..., pero me hizo muchísima ilusión, desde el principio, tener un Papa alemán y teólogo. Un Papa al que le gustaban los gatos.  Un Papa que quería retirarse a estudiar lo que más le gustaba, ¡el sueño de todo universitario!
Luego escuché por la tele lo que los políticos italianos de izquierda habían dicho: que este Papa era dialogante, que con él se podía hablar. Luego vino el viaje a Valencia y ese inesperado entusiasmo de tantos, y le vi sonreír.
Y luego, llegó la primera encíclica, y en la tele dijeron que el Papa había dicho... ¡que en Dios había algo erótico! Pensé que la esencia de todo erotismo es el deseo, y Dios es un Dios celoso, como dice la Biblia... un Dios que sueña con nosotros.

Hoy el Papa se va. No se retira a estudiar, como hubiera querido. Se marcha a seguir rezando. Y a ese Dios que sueña conmigo solo le pido esto: que me enseñe a querer al que venga como he querido al anterior: desde la primera hora.