lunes, enero 30, 2012

Música y literatura


Dedico este post a Naiara, que me enseñó a amar la música, y a Merl, que hoy cumple años.

En Logroño hay otra librería que me gusta, y no es Castroviejo. Se llama Quevedo, y en ella compro revistas de belleza y moda.
Está situada en frente del parque del Espolón, algo que empieza ya a sumarle magia al lugar: sobre todo en invierno, con los árboles desnudos. No tiene puertas, abre al mediodía y es un espacio diáfano, sin barreras, lleno de luz.
Venden best sellers de categoría, bien escritos, como El haiku de las palabras perdidas, de Andrés Pascual, o Mientras ella sea clara, de Carlos Villar.
Estuve en la presentación de ambas novelas. A la primera, celebrada en el Riojafórum, me invitó el rector de mi universidad, y en el precioso acto repleto de reverberaciones japonesas me regalaron una grulla de papel pintado. A la segunda me invitó el propio autor: el centro cultural Ibercaja estaba repleto y las palabras flotaban en el aire hechizado.

Lo que diferencia a una librería de un supermercado de libros, al menos uno de los síntomas, es la música. Entras en Castroviejo y te envuelve el jazz. En Quevedo también hay música, un tañido de campanas renacentistas que me hace cerrar los ojos para aspirar la melodía.

Le pregunto al librero si es Radio Clásica lo que suena. Él se sorprende. No a todo el mundo le gusta, me dice. Y me recuerdo años atrás, comentando que Mozart me aburría de muerte. Y cómo domesticaste mi corazón, diciéndome que un poeta no debía ignorar la belleza de la música clásica. Y cómo brillaban tus ojos, con indecible triunfo, la primera vez que yo cerré los míos para disfrutar de Mozart.

sábado, enero 28, 2012

La pura contemplación

Recuerdo un debate que hubo en la Universidad de Sevilla hace muchos, muchos años, en mis tiempos de estudiante, sobre los amores imposibles.
Fue en clase de latín. Teníamos un magnífico profesor, inolvidable, que tras cada traducción traía un libro para leer, un tema para discutir, un poema de Catulo para recitar... Un palpitante trozo de vida con el que la lengua muerta que enseñaba se llenase de luz y de color.
Recuerdo que nos costó mucho hablar, soltarnos, decir algo aunque fuera por el simple placer de abrir la boca y sentir el sonrojo en las mejillas.
Ayer, recordando, pensaba que se puede ser feliz incluso acometida por los hervores de un amor imposible. Lo que mata toda posibilidad de dicha es la esperanza. Pero cuando cierras los ojos y sabes que no hay esperanza, es más, que ni siquiera deseas que exista, tu amor se convierte en pura contemplación de la Belleza.
Y la contemplación te hace vencerte a ti mismo. Y la comtemplación te convierte en un ser feliz, envuelto en una felicidad que nace de la fatiga diaria.

sábado, enero 21, 2012

Siguiendo a Navascués...

...enlazo (o "linkeo"), esta fantástica historia de una conversión... inaudita. La poeta atea que quiso preguntar a una monja por su vagina.

Siempre me han enamorado las historias de conversiones, en especial, de conversos ingleses o americanos. Esta pasión comenzó con el Beato Newman y ahora termina con una historia surrealista... en el mejor sentido de la palabra, aunque ya saben mis lectores que para mí este término carece de malos sentidos.

P.S.: Prometo regresar pronto.

lunes, enero 09, 2012

El Primer Regalo de Reyes

Porque un libro es un regalo...

Este año, los Reyes Magos hicieron su entrada en mi vida el cinco de enero, y no en el salón de mi casa familiar sino en una librería que, por supuesto, era la librería Castroviejo. Repleta de música clásica, madera y sol.

Entré por casualidad, después de ver a Sus Majestades bajando del helicóptero amarillo en las Gaunas. Así es La Rioja: un campo de fútbol repleto de niños agitando pañuelos, villancicos tronando por megafonía y el alcalde (hoy alcaldesa) recibiendo la embajada real. Siempre se me eriza la piel, mitad por el frío mitad por la magia. Vuelvo a creer.

Pero los Reyes magos a veces se despistan, olvidan un último regalo y tengo que acercarme a mi rincón favorito para comprar la novela Grandes esperanzas de Dickens. Y, de paso, Lo que ha llovido de Enrique García-Máiquez.
El mejor librero del mundo envuelve sus libros cuidadosamente. Se detiene. Me mira. Y musita: "espera un momento..." Con el corazón en vilo y cantando, espero.
Y regresa con un librito de los años setenta, de uno de mis poetas más queridos ¿Lo tienes? No, no lo tengo, y es uno de los pocos que me faltan.

El librero es Gaspar. Me ha engañado. Y, con una sencillez regia, me tiende el precioso cuadernillo diciendo: "pues para ti".