Pampaluna te inspirará, me dijo Sonsoles. Y tenía razón.
MIEDO
Con tus ojos oscuros encendías
el mundo, con tus ojos arrojados
como piedras al río de mis ojos
donde las ondas iban destejiéndose.
En la primera onda tu silencio
provocaba lejanos cataclismos
y la serenidad de tu sonrisa
despertaba caballos en la nieve.
Del salón en el ángulo oscurísimo
desde donde te miro, tengo miedo.
Tus ojos abren una puerta gris
y es el invierno todo, con sus brazos
de sombra.
Han crecido los años y los árboles,
pero en Mayo me sigues dando miedo.
jueves, mayo 29, 2008
martes, mayo 27, 2008
Hombres
Que no mienta ninguna de nosotras diciendo aquello de "los hombres cuando se quedan solos no saben hablar más que de mujeres, mientras las chicas tenemos tantos temas de conversación..." Porque podemos comenzar el diálogo sobre Aristóteles o H&M, pero siempre acabaremos hablando de ellos, velada o descaradamente. Es igual que nos lo propongamos o que no.
Con dieciséis años sí que nos lo proponíamos, y la más lanzada del grupo lanzaba aquella frase horrible: "hablemos de la virilidad masculina"... Y luego risas, piropos, anécdotas, gramos de atractivo aquí o allá... virilidad masculina manoseada y expuesta a granel. Daba un poco de pena.
Pero también puede hacerse bien, y resulta divertido. Ayer, en Pampaluna, caímos en un momento adolescente y decidimos compartir en voz alta nuestros sueños. Ojos verdes, nariz larga. Que te abra la puerta, no es antiguo, no: es genial. Pelo en pecho, no por Dios un bosque, hay que navegarlo, pues se navega oye. Calvo y con gafas de pasta, ¿en serio que te gusta? Que sí, que sí.
Nos estábamos desviando, y zanjó la cuestión mi amiga con un rotundo "Si yo no pido tanto..." Se conforma con un chico, uno solo para ella. Y remató la sentencia con un "yo quiero uno, grande y libre".
Como España, le dije yo.
Con dieciséis años sí que nos lo proponíamos, y la más lanzada del grupo lanzaba aquella frase horrible: "hablemos de la virilidad masculina"... Y luego risas, piropos, anécdotas, gramos de atractivo aquí o allá... virilidad masculina manoseada y expuesta a granel. Daba un poco de pena.
Pero también puede hacerse bien, y resulta divertido. Ayer, en Pampaluna, caímos en un momento adolescente y decidimos compartir en voz alta nuestros sueños. Ojos verdes, nariz larga. Que te abra la puerta, no es antiguo, no: es genial. Pelo en pecho, no por Dios un bosque, hay que navegarlo, pues se navega oye. Calvo y con gafas de pasta, ¿en serio que te gusta? Que sí, que sí.
Nos estábamos desviando, y zanjó la cuestión mi amiga con un rotundo "Si yo no pido tanto..." Se conforma con un chico, uno solo para ella. Y remató la sentencia con un "yo quiero uno, grande y libre".
Como España, le dije yo.
lunes, mayo 26, 2008
El rito de los tres algodones
Llueve. Con la humedad, el pelo se hincha y alborota, rebelándose y haciéndome añorar un corte a lo garçon. La visita al peluquero incluiría, ya que tanto atrevimiento necesité para cortarlo, un tinte cobrizo pelirrojo, y un set de pecas artificiales para distribuir sobre mi cara. Pero no es el momento.
Para qué engañarnos, me favorece más el pelo largo y rubio. Intento domarlo recogiéndolo en una coleta, porque aborrezco los bálsamos, ceras de peinado y demás enjuages que sólo sirven para ensuciarlo más y más. Mi política es champú dos en uno, o tres en uno o cuatro en uno, pero champú a fin de cuentas, vamos, un bote por lavado. Y luego, aire libre.
La piel es otra cosa. Como soy la contradicción en persona, para la piel no me importa usar cuatro cremas diferentes, cada una con su función bien definida. Al gel de aloe vera y la pantalla solar, viejos conocidos, añado ahora el descubrimiento del año: la línea de agua de rosas búlgara de Carla Rollo Villanova. Es sencillamente buenísima para pieles sensibles o problemáticas. Yo tengo el tónico multifunción y el hidragel calmante, y son droga dura. Calman, hidratan y miman la piel sin aditivos raros, olores fuertes o texturas grasas, que hoy por hoy son mis tres enemigos cosméticos.
Por la noche empiezo ante el espejo el rito de los tres algodones, haciendo masajes en el rostro primero con un desmaquillante (la loción micelar de Vichy, por ejemplo), luego con el tónico de rosa búlgara y luego con "una nuez" de gel de aloe. Tras el rito, mi cara está limpia y puedo aplicar el hidragel calmante, unas gotas de colonia en el cuello y a dormir, a ver si soñando se me ocurre algo poético para resucitar este pobre blogg.
Para qué engañarnos, me favorece más el pelo largo y rubio. Intento domarlo recogiéndolo en una coleta, porque aborrezco los bálsamos, ceras de peinado y demás enjuages que sólo sirven para ensuciarlo más y más. Mi política es champú dos en uno, o tres en uno o cuatro en uno, pero champú a fin de cuentas, vamos, un bote por lavado. Y luego, aire libre.
La piel es otra cosa. Como soy la contradicción en persona, para la piel no me importa usar cuatro cremas diferentes, cada una con su función bien definida. Al gel de aloe vera y la pantalla solar, viejos conocidos, añado ahora el descubrimiento del año: la línea de agua de rosas búlgara de Carla Rollo Villanova. Es sencillamente buenísima para pieles sensibles o problemáticas. Yo tengo el tónico multifunción y el hidragel calmante, y son droga dura. Calman, hidratan y miman la piel sin aditivos raros, olores fuertes o texturas grasas, que hoy por hoy son mis tres enemigos cosméticos.
Por la noche empiezo ante el espejo el rito de los tres algodones, haciendo masajes en el rostro primero con un desmaquillante (la loción micelar de Vichy, por ejemplo), luego con el tónico de rosa búlgara y luego con "una nuez" de gel de aloe. Tras el rito, mi cara está limpia y puedo aplicar el hidragel calmante, unas gotas de colonia en el cuello y a dormir, a ver si soñando se me ocurre algo poético para resucitar este pobre blogg.
viernes, mayo 16, 2008
Y van bien vestidas
Sofía y yo, en medio de la nieve del Norte, disfrutábamos de una semana blanca. Teníamos veinte años y estrenábamos chalet, el chalet nuevo de sus tíos. Desde el mirador de cristal veías la nieve, y por detrás había una calle normal, con carretera, otras casas y un estanco. Y dos contenedores de basuras: uno verde y otro azul.
Solía tirar la basura José, el tío de mi amiga. Tarde tras tarde, a las seis, se calzaba unas botas y se colgaba las bolsas al hombro con gesto antiguo.
José había cumplido su tarea hacía, por lo menos, media hora. Sofía empezó a ponerse nerviosa buscando tres billetes de cinco mil pesetas. Tres hermosos billetes azules que se perdieron en la basura. Como un flash doloroso recordó el gesto, la bolsa blanca, la mano furtiva.
Salimos a la calle con un taburete del cuarto de baño y un palo larguísimo. Yo sostuve la tapa del contenedor y ella, subida al banco (y vestida con vaqueros de Zara y chaquetita roja de Carolina Herrera), metió medio cuerpo para revolver las bolsas con el enorme palo, que crecía por segundos.
Anochecía. La nuestra era una calle alegre y colorista: pasaba gente. Puede oír cómo una chica murmuraba "cómo anda el patio". Y un hombre guapísimo, de ojos profundos y nariz barroca, se nos quedó mirando y dijo, como para sí, con gesto soñador:
- Y van bien vestidas...
Solía tirar la basura José, el tío de mi amiga. Tarde tras tarde, a las seis, se calzaba unas botas y se colgaba las bolsas al hombro con gesto antiguo.
José había cumplido su tarea hacía, por lo menos, media hora. Sofía empezó a ponerse nerviosa buscando tres billetes de cinco mil pesetas. Tres hermosos billetes azules que se perdieron en la basura. Como un flash doloroso recordó el gesto, la bolsa blanca, la mano furtiva.
Salimos a la calle con un taburete del cuarto de baño y un palo larguísimo. Yo sostuve la tapa del contenedor y ella, subida al banco (y vestida con vaqueros de Zara y chaquetita roja de Carolina Herrera), metió medio cuerpo para revolver las bolsas con el enorme palo, que crecía por segundos.
Anochecía. La nuestra era una calle alegre y colorista: pasaba gente. Puede oír cómo una chica murmuraba "cómo anda el patio". Y un hombre guapísimo, de ojos profundos y nariz barroca, se nos quedó mirando y dijo, como para sí, con gesto soñador:
- Y van bien vestidas...
martes, mayo 13, 2008
Gustos y disgustos son no más que imaginación
El título de este post coincide con el título de una comedia calderoniana, y parte del "Gustos y disgustos" de Sonsoles, que me parece un titulazo. Y me parece bien eso de decir siete cosas que me gustan y cinco que no me gustan, porque los gustos siempre deberían sobrepasar a los disgustos: allí voy.
Lo que me vuelve loca:
1) El maquillaje. -¿De verdad, chica? -Mmmm... Bueno, voy a decir algo que no sepáis. Me entusiasma revolver y encontrar cosas nuevas, o cosas perdidas que de pronto vuelven. Que mis amigos pongan cara de marciano diciendo ¿Mac... no es lo de los ordenadores? (Y mientras, mi colección de sombras crece... To be continued.)
2) Los recitales poéticos. Me gustan los meses de Noviembre y Mayo, porque vuelve la poesía. Me encanta ver las novedades en el stand de novedades... y comprar tres o cuatro poemarios y asistir a tres o cuatro recitales, como el de Pablo Moreno hoy (miércoles 14) en la Casa del Libro de Sevilla.
3) Los bebés. Entre tres meses y dos años, la edad mágica. Me encandila hablar con ellos en su lenguaje de alegría porque sí... y me encantaría enfurruñarme como ellos.
4) Los amigos. Queda moñas decirlo pero... adoro verlos, hablar con ellos por teléfono y etcétera etcétera.
5) Viajar a Algeciras un fin de semana. Y caminar por la calle ancha con María Eugenia mientras digo... ¡esta ciudad tiene un encanto oculto!
6) Viajar a Pampaluna. Sé que siempre hay una botella azul esperándome.
7) Las piscinas. Sueño con ellas...
Lo que me produce urticaria:
1) El alcohol. Nodisparenalpianista me está levantando fama de borrachuza, pero en realidad soy medioabstemia. Odio el descontrol y el desfase, los comas etílicos...
2) Los abstemios totales: son unos sosos. El vino se hizo para celebrar el mundo.
3) Las críticas y polémicas. No puedo con ellas.
4) Los que van de guais dejando tirado a medio mundo por el camino.
5) El aborto. El chantaje terrorista. Los insultos indiscriminados a la iglesia católica. Esto me suena de algo, lo he dicho ya...
Nomino a todos. Poned lo que queráis...
viernes, mayo 09, 2008
Siempre llueve cuando compro un poemario
En la feria del libro de Sevilla sólo busco una cosa: la caseta de la librería Renacimiento. Y, en ella, el cajoncito de cartón repleto de poemarios que compro por cuatro cincuenta, cinco o seis euros, no más. Me siento como un mendigo revolviendo en un contenedor, pero lo que yo me llevo a casa son auténticos tesoros. Así conseguí hace años las Canciones del alba.
Este año se me fueron los ojos a las portadas con rombos de colores. No sé por qué, pero me alegran la vida. La felicidad es algo extraño, y a veces se concentra en un vaso de cocacola, con los hielos cantando su canción. En Pampaluna la vista de los autobuses urbanos me llenaban de una felicidad intensa e inexplicable. Y la lluvia puede producir tristeza o júbilo dependiendo de qué. Nadie lo sabe.
Compré la antología de Rudyard Kipling traducida por Benítez Ariza: es importante el detalle de quién traduce, porque leyendo Lepanto, una puede disfrutar alternativamente (páginas pares o impares) de Chesterton o de las versiones en español. "La novedad", por ejemplo, tiene el toque Máiquez, de alegría con sol, mientras que "El último disfraz" tiene el toque Cabanillas, de alegría reflexiva, noche y embrujo.
Ayer decidí buscar en el baúl de cartón el poemario de Salvago, Volver-lo a intentar. Y me puse a leerlo en el tranvía, acordándome de Girondo. En la calle abrí el libro de nuevo. Llovía. Un par de gotas salpicaron el verso "y me la fue vistiendo de hermosura". Llovía como en navidad, como en las páginas de Para siempre.
Este año se me fueron los ojos a las portadas con rombos de colores. No sé por qué, pero me alegran la vida. La felicidad es algo extraño, y a veces se concentra en un vaso de cocacola, con los hielos cantando su canción. En Pampaluna la vista de los autobuses urbanos me llenaban de una felicidad intensa e inexplicable. Y la lluvia puede producir tristeza o júbilo dependiendo de qué. Nadie lo sabe.
Compré la antología de Rudyard Kipling traducida por Benítez Ariza: es importante el detalle de quién traduce, porque leyendo Lepanto, una puede disfrutar alternativamente (páginas pares o impares) de Chesterton o de las versiones en español. "La novedad", por ejemplo, tiene el toque Máiquez, de alegría con sol, mientras que "El último disfraz" tiene el toque Cabanillas, de alegría reflexiva, noche y embrujo.
Ayer decidí buscar en el baúl de cartón el poemario de Salvago, Volver-lo a intentar. Y me puse a leerlo en el tranvía, acordándome de Girondo. En la calle abrí el libro de nuevo. Llovía. Un par de gotas salpicaron el verso "y me la fue vistiendo de hermosura". Llovía como en navidad, como en las páginas de Para siempre.
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domingo, mayo 04, 2008
Roma bien vale un poema
EN UNA IGLESIA DE ROMA
En el claro zaguán
el frescor de las calles siempre en sombra,
el fuego de tus ojos aguardando,
el silencio de siglos esperándome.
En el claro zaguán
el frescor de las calles siempre en sombra,
el fuego de tus ojos aguardando,
el silencio de siglos esperándome.
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un nosequé que quedan balbuciendo,
un poema por fin
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