Los textos fueron introducidos por una presentación certera de algunos libros del escritor (que, vergüenza me da decirlo, yo descubrí a partir de la grandiosa película de Allen, Midnight in Paris, porque en mi casi niñez leí El viejo y el mar y mi ignorancia se rebeló contra la novela...), y fueron felizmente intercalados por parrafadas de Gonzalo, que dejó claro que ama el vino.
Nos ofreció un rosado navarro que acababa de comprar a las puertas de la plaza de toros de Pamplona, envasado en Bag-in-box, un tinto que no recuerdo porque estaba embebida en Hemingway y un vino amargo de su propia bodega, al estilo de un marone italiano.
Librito de relatos y botella de Gran cerdo en el rincón más poético de mi mesa de trabajo |
Tan impresionada quedé con sus palabras que acabé comprándome una botella de Gran Cerdo, su vino más famoso, llamado así en honor a los banqueros que no le prestaron ni una mísera peseta porque el vino no es un bien embargable.
Con el vino me ocurre una cosa singular. Me encantaría ser una buena bebedora de vino. Amo el paisaje de viñas, me fascina el olor de las bodega, la madera ennoblecida, la humedad litúrgica. Pero tras los primeros sorbos, mi cuerpo dice no. Nunca me enborracharé con un soberbio rioja, y lo proclamo casi con nostalgia.
Por eso me sorprendí a mí misma apurando (casi) la copa de rosado, porque tenía sed y comenzaba San Fermín. Su color rojo dulce y tornasol me supo a fruta de verano y a campo llovido.
1 comentario:
Gracias por haber venido y por tus palabritas, siempre tan amables. Hemos enlazado tu blog en nuestro Facebook: www.facebook.com/editorialbuscarini
diego
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