Pero en casa teníamos el Plato de Navidad, una tradición en la que no sabíamos si nos traían los regalos nuestros padres, los abuelos o el Niño Jesús.
O todos a la vez. La granja de los pinipón la habíamos elegido nosotras en la juguetería del Corte Inglés de Vitoria, ante la mirada de regocijo de mi abuela Cecilia, pero desparramados sobre nuestra silla y plato había cuatro o cinco juguetes más, y todos envueltos en papel brillante como caramelos de limón. Era cosa del Niño, seguro.
Luego, a dormir bajo mantas y cuchicheos, y el veinticinco de diciembre hacíamos muñecos o batalla de bolas de nieve. Y luego, a casa, a calentarnos ante la chimenea encendida.
1 comentario:
Como siempre, poesía en estado puro. Gracias Adaldrida
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