Hace exactamente una semana hice un viaje relámpago a Madrid para ver a Teresuca, amiga mía de los tiempos de Pampaluna que presentaba su primer libro. Después de hacer cuentas acrobáticas sopesando horarios y escudriñando el bolsillo en este resbaladizo mes de enero, decidí que podía, quería y tenía que ir. Me moría de ganas por presenciar un acto cultural tan cerquita de mi adorada librería Antonio Machado, en fin: la conjunción de estrellas estaba claramente a mi favor y, como a Joaquín Sabina, me sobraban los motivos. Fui.
Por la mañana estuve en Nars, practicando el virtuoso ejercicio de mirar sin comprar. Comí con la poeta Amalia Bautista, que me regaló una pulsera de perlas de río. Y a media tarde tomé el metro hacia Banco de España.
Teresuca estaba radiante, la misma sonrisa morena de siempre lucía en su cara, y dijo que no le apetecía nada la típica presentación rollo autobombo por lo que se marcó toda una mesa redonda con dos catedráticos discutiendo acerca de Hannah Arendt, que era la segunda protagonista del día y pasó a primer plano gracias a la modestia de su biógrafa.
Los dos vates eran Alejandro Llano, Catedrático de Metafísica, de la UNAV, y Agustín Serrano de Haro, del CSIC. Se lanzaban entre sí conceptos ingeniosos y cortesías irónicas, y protagonizaron, para gozo nuestro, un tiroteo verbal digno de metralletas de rayos láser. Entre ellos refulgía Teresuca, sonriendo siempre. Se armó un buen debate en torno a la supuesta colaboración de algunos consejos de judíos con los nazis durante la guerra. Unos decían que no, otros que sí, otros que sí pero menos. Hubo cierto revuelo a causa de los términos: a Agustín le escandalizaba el sustantivo "complicidad" y Alejandro se ofreció a retirarlo, pero apuntó que eso no borrará el hecho de que, por miedo o inercia, algunos judíos "trabajaron" con algunos alemanes en momentos verdaderamente trágicos. Mi amiga salió encantadoramente del paso afirmando que la maldad no distingue de razas.
Me quedé con la idea de que colaboración, como las meigas, "haberla hubo", y de que la polémica no había dejado que Hannah ni Teresuca brillaran todo lo que podían y debían brillar.
Me quedé con ganas de más. Me quedé pegada al libro. Y conocí al Manuel Oriol, el director de Encuentro. Adoro esa editorial desde que publicaron en ella Perder y Ganar, de John Henry Newman. En el tren, cansada, pensaba en Louis Armstrong. Qué mundo tan maravilloso.
1 comentario:
Un caso de colaboración muy famoso (si no el que más) fue el de A. Eichmann. Yo estoy con tu amiga, la maldad no distingue de razas y no hay que buscar tres pies al gato. Ahí tenemos a Judas, traspasando los umbrales del espacio y del tiempo, estremeciéndonos de la misma forma aunque se revista de distinta apariencia.
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