Había olvidado el olor de los lápices. En la sala Cervantes no se puede escribir más que con lápiz, y se oye el rumor de la mina rasgando el papel con trazos precisos, ligeros, rítmicos. Huele a los días de invierno en el colegio, con nubes de vaho en el cristal. Y colas para sacar punta a los lápices. El aroma de madera, la pasta de colores manchando el sacapuntas. Y luego volvías al pupitre con las ideas bien afiladas.
Como ahora. De tanto pasar páginas rancias con letra del siglo diecisiete, me he sumergido en la humedad del papel, templada sólo por la calidez del lápiz, los abrigos en el perchero, la calefacción. Las mejillas rojas, los caramelos de menta, la vaselina de rosas salvajes de Korres. Me la aplico con los dedos en el cuarto de baño, y tiene un ligero color fresa y un acabado transparente: por fin el ansiado efecto piruleta llegó a mi vida.
¿Has conocido a alguien?, pregunta mi prima por las noches. Ya sabes, en las bibliotecas... Me quedo pensativa, sí, he conocido un poco más a Calderón. Y me hice amiga de las guardias de seguridad. Y encontré por los pasillos a Felipe Pedraza, uno de mis calderonistas preferidos... Ella suspira con algo de decepción, cruza los dedos y espera que, en mi último día, surja de la Sala Cervantes un adonis filólogo: Lo que Calderón ha unido, que no lo separe el hombre.
10 comentarios:
Conversar con Calderón (ya sabes, aquello de "escucho con mis ojos a los muertos") y toparte con Felipe Pedraza no son malas cosas para un mismo día. A lo mejor hubiera sido preferible lo contrario. Cuanto menos, más misterioso, sí.
Sí que has afilado bien las ideas, tú. No sé si por efecto de los lápices o por Calderón. Te voy a enviar por e-mail un power point de Forges que me han mandado para que rompas el silencio sagrado de la sala Cervantes.
Tal como lo cuentas... hasta aquí me llega el olor de la madera de los lápices, qué realismo, hija.
Me encanta como escribes, "mi niña".
Un besote gordo.
Muy evocador lo de los lápices, me has hecho recordar mi infancia con total nitidez. Gracias!
Siempre he pensado que las bibliotecas son de lo más romántico!. Y si sólo se puede escribir a lápiz, mejor!
Mmmm... Ese olor a lápices pertenece a la infancia.
Los adonis filólogos no existen. Los príncipes lingüistas, tampoco. Los pocos chicos que han hecho esas carreras suelen ser unos fatuos y unos pedantes sobrevalorados pagados de sí mismos. Busca tu media naranja en otro frutero.
Hombre, Anónim@, no estoy de acuerdo.
Yo colecciono lápices y libretas. En mi casa siempre tengo abundancia de ambas cosas. Algunos lápices son regalos, otros los he "birlado" en hoteles...para las libretas soy mas maniática. Sobre las tengo de Moleskine, también tengo algunos cuadernos "caprichosos", que compro en papelerías porque me gusta su diseño o la calidad del papel. La gente dice que es una manía rara, pero...¿Y si llega una idea volando y no tengo cómo anotarla?.
Muchos besos, me encanta tu blog.
Soy Camarona del foro Vogue (y ahora del maccounter), vamos, que soy una "anónima" identificada.
¡Hola, Camarona! Me hace mucha ilusión que "las chicas del foro" aparezcáis por aquí. Y yo amo las moleskine, me parecen preciosas, muy chic y muy útiles...
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