martes, noviembre 17, 2009

¿Qué estás leyendo últimamente?

Es la típica pregunta que suele hacerte Fidel Villegas, y a mí me parece un buen modo de empezar a conocer a una persona o, si ya se la conoce, saber por qué temperatura interior anda. Recuerdo a un personaje de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero que decía aquello tan chispeante de que él se medía la temperatura con el barómetro: nublado, soleado, tormenta...

Me pregunto en qué convulso frente estaré perdida yo, tan ansiosa por leer de nuevo lo que otros llaman visión edulcorada de Andalucía... Tengo por disculpa que mis bisabuelos sentían esta misma pasión que a mi me envuelve, y ahora que pienso en las inmensas ganas que tengo de releer La divina inventora, Ventolera o Los restos, la imagen caballerosa del abuelo Félix, con su traje impecable y su afición por la historia, viene a redimir esta ligereza mía. ¡Ay, esas deliciosas comedias que no tengo en casa y que fui devorando, una por una, de tres a cuatro y media de la tarde en la biblioteca blanca de la Universidad de Navarra, los días en que me quedaba a comer...! A engullir, diría yo, capítulos de mi tesis y obritas de los Álvarez Quintero en los tiempos muertos.
Sin casi proponérmelo, y desechado ya todo pudor, he descubierto el primer regalo que voy a pedir a los Reyes en estas navidades. Ellos lo pueden todo, así que podrán desempolvar de alguna librería de viejo el tomo IV de esa colección prodigiosa.


Este fin de semana rescaté del estudio de mi madre el Diario de Adán y Eva, de Mark Twain. Lo había comprado yo en Castroviejo la pasada navidad, y con no sé qué pretextos ha aparecido en un estante de la otra punta de mi casa. Recuerdo que cuando era pequeña no podía sufrir tanta historia de negros remando por el río, y odiaba con toda mi alma a Huckleberry Finn. Si me compré este librito fue porque la edición me pareció preciosa: es de la colección El club Diógenes, de Valdemar, con el famoso cuadro de Lucas Cranach en la portada.




(En realidad este no es el cuadro que aparece en la portada de mi libro, pero es uno de los cuadros más bonitos de Cranach, ¡mirad qué maravilla de manzano...!)

El libro me lo he leído de un tirón, en este fin de semana. Es breve y muy irónico, pero con esa ironía que yo conocí por vez primera en Miguel d´Ors, que no hace daño sino todo lo contrario: crea un ambiente agradable en torno a la lectura. No es nada correcto según los cánones de nuestra política actual: en el discurso de Adán queda intacta la extrañeza, la gran diferencia que existe entre nosotras y ellos, los tópicos rigurosamente verdaderos que circulan desde siempre sobre las mujeres. Es clarividente la forma en que relata la primera consecuencia de la Caída, la pérdida de la inocencia: en ella, primero y en él, después.

LLegó envuelta en ramas y ramilletes de hojas, y cuando le pregunté qué significaba tamaña tontería y se las quité y las tiré al suelo le dio la risa y se ruborizó [...] Dijo que pronto sabría por mí mismo lo que era. Estaba en lo cierto. Hambriento como estaba dejé la manzana a medio comer [...] y me atavié con las ramas y los ramilletes tirados y luego le hablé con cierta severidad y le ordené que fuera por más y no diera el espectáculo.

He disfrutado a mares en la tarde de domingo, incluso añoré un poco de lluvia para acompañar mi lectura tras la ventana. El Adán de Mark Twain es tan comodón, incoherente y huraño que tiene todo el encanto de un hombre. Y está muy bien trazada Eva cuando, al final de la obra, se pregunta repetidamente por qué lo ama con tanta pasión... y al final sólo quedan dos virtudes absolutas: "es varón y es mío". Y eso basta.

viernes, noviembre 13, 2009

Y de repente, zas, la inspiración

EL RÍO

Era un río tu brazo, con sus venas
caudalosas fluyendo hacia mis ojos,
y un diminuto fuego tus palabras
disponiendo, certeras, mi derrota.

Y tus manos abriéndome otro mundo
fugitivo y feliz, igual que un río,
y hubo sólo un minuto
de maravilla rota para siempre.

miércoles, noviembre 04, 2009

Yo quería escribir un blogg y me salió esto

Ayer me enteré, de chiripa, de cómo funciona eso de poner un contador de visitas en el blog. O blogg. Oiga, no me los toque, ¿me dice la diferencia entre una G de más o de menos? Bueeeno, todo este lío lo comenzó Enrique, y ahí sigue. Catapúm.
Y en general yo sigo aquí gracias a él, que de repente un día me mandó, a mi dirección vieja de yahoo, un enlace de su nuevo blog. Y yo que andaba en crisis por la tesis, bordeando el veneno de la tele, fíjate que nunca fui aficionada, pues catapúm de cabeza. Han pasado tres años y medio, conocí a Carlos en un recital, viví en casa de Sonsoles un mes de septiembre, participé en La bulla durante un tiempo y luego abrí un blog de maquillaje con Benita, aunque esté tan callada qe asusta un poco. Como diría mi madre, cuánta vida en una vida.
Bueno, pues puse el contador el día dos, el de los fieles difuntos, que creo que no tengo ninguno porque todos los que se me fueron son santos, o sea del día uno, para eso se fueron pronto y no para estar esperando en la antesala (diz que montaña de siete peldaños), digo que lo puse pensando "bah, esto está más muerto que vivo", y al día siguiente, o sea tres, veo que hay 319 visitas. Oye tú, me digo, no sé si es algo o nada, pero será cuestión de no poner muchas tonterías en este sitio que lo ve tanta gente, o hay alguien con el dedo tonto dándole ru ru ruuuuú. Acto seguido, me entran unas ganas inmensas de meter una entrada gamberra, diciendo chocolinabo por ejemplo, hala, chocolinabo. Como el día que inventé lo de chupitanga: a day in the life.

*

Vale, lo de arriba no sirve, tendré que borrarlo. Me acuerdo de pronto, en esta espiral de nostalgia festiva (así quiero que sea siempre la nostalgia), de algunos blogs memorables. El de Peter, que entraba en el mío poco antes de nacer. Y el de Arp, cuando se llamaba Arp, que colgaba cosas del tipo "qué dice el folleto: la exposición habla de la eternidad vista desde el subconsciente de la lateralidad de los cuerpos celestes y el puro azar deconstruido. Qué digo yo, después de haber pagado la entrada: una santísima mierda". No son palabras textuales, sólo una recreación. Dios le bendiga.
Y también recuerdo blogs surrealistas, delirantes. Por ejemplo, en el mes de septiembre de 2007 viví en Pampaluna con Sons, ya lo he dicho, y ella, Gemmitú-Pegamoide y yo nos hicimos adictas a los vídeos del Youtube (Martes y Trece, empanadilla de Móstoles) y a un blog catastrófico, Me zampo la zambomba, que no tenía desperdicio. Ni sentido alguno. Eran días de tesis y estrés, (estrés feliz, ahora que lo recuerdo), y aquel brillante blog de Jota nos hizo reír hasta dejarnos atrancadas. Ahora sige aquí.
Cuánta vida en una vida... ¿virtual?

lunes, noviembre 02, 2009

Todo lo que digas podrá ser bloguificado en tu contra

Esto es lo que suele decir mi padre, medio en broma, cuando me veo inmersa en alguna situación insólita y siento deseos irrefrenables de inmortalizarla. Siempre pido permiso al interesado, a no ser Merl, Lord Scutum, Pablo, Cris, Beades, Cabanillas o Enrique García Máiquez, todos amigos entrañables a quienes no tengo que pedir permiso para casi nada. Les gusta pasearse por este blogg.
A mi madre y a mi padre los suelo dejar tranquilos, por no convertir lo que ya es un espacio muy personal en un estriptis puro y duro. Pero hoy no me queda otro remedio que hablar de la mesa redonda sobre Darwin en la que intervino mi padre y declarar, desde aquí, mi enorme admiración. Mi padre brilla.
A mí nunca me ha interesado la ciencia. Soy una mujer de letras que aborrece los números, que suspendió las malditas matemáticas a lo largo de toda la EGB y el bachillerato y que cuando aprobó las de tercero de BUP rompió el libro en pedacitos y bailó "sobre ecuaciones destrozadas" con la música a todo volumen. Pero me interesa la biología, porque la vida bulle en ella y el microscopio es un milagro; y me interesa mi padre.
Por eso en sólo una semana, de viernes a viernes, he asistido a dos debates puramente científicos. El primero fue el congreso sobre mente y cerebro organizado por mi padre en la facultad de Filosofía de Sevilla, donde conocí al materialista más simpático del mundo; y el segundo fue una mesa redonda sobre Darwin en Fundeca, donde el moderador había invitado a un naturalista, a un teólogo y a mi padre, como experto en filosofía de la ciencia.

Mi padre lo primero que dijo fue que no entendía tanto escándalo, tanta aseveración de que gracias a Darwin las religiones han quedado como cosa ridícula, porque Darwin explica la evolución de la vida pero no su origen, y sobre todo porque en plena Edad Media hubo santos que dijeron cosas muy parecidas y nadie se rasgó las vestiduras. Conmoción en la sala (que estaba llenísima.) Todos con una gran curiosidad por ver qué oscuro medieval vislumbró el naturalismo. Y llegó la cita, y era nada más y nada menos que de Agustín de Hipona:

El universo fue creado en un estado no totalmente completo, pero fue dotado de la capacidad de transformarse por sí mismo desde la materia informe a un orden verdaderamente maravilloso de estructuras y formas de vida. (Agustín de Hipona, citado por Martin Rees, Seis números nada más. Las fuerzas profundas que ordenan el universo, Madrid, Debate, 2001, p. 153.)

¡¡¡Toma ya!!! Y citó también a Tomás de Aquino, que dijo que basta la virtud de los cuerpos celestes para la generación de algunos animales imperfectos de la materia ya dispuesta. (Tomás de Aquino, Suma teológica, ed. de F. Barbado y otros, Madrid, BAC, 1959.)
Por fin acabó diciendo el profesor Juan Arana que uno de los problemas estaba en que los filósofos ya no saben nada de ciencia y los científicos ya no piensan con método filosófico. Hubo un tiempo en que filosofía, ciencia y teología se daban la mano y estaban en constante diálogo, rozándose, porque eran una misma cosa. Terminó su intervención alabando la humildad de Darwin, que cuando le preguntaban por cuestiones teológicas admitía no estar cualificado para hablar de ello, por no haberlo pensado el tiempo suficiente.

Fue una de las mejores tardes de viernes que he disfrutado en mi vida, y eso que no hubo ritual de belleza ni masaje de pies ni crema americana perfumando mi cabello. Supongo que hay ocasiones en que el mejor modo de relajar el cuerpo es estimular la mente.

jueves, octubre 29, 2009

La mala vita

No tengo ganas de escribir. Supongo que vivo corriendo, como toda mujer que ha cumplido los treinta años. Y que Dante, Quevedo y Cervantes me llenan el tiempo y leo, leo, leo. No lo que me gustaría leer, sino lo que deben leer mis alumnas. Sonetos de Petrarca. Metamorfosis de Ovidio. Artículos sobre la Edad media, y si era oscura o no. Yo creo que no o que no toda, pero claro, yo no cuento porque soy platónica tomista. Y me fascinan las catedrales. Y cuando Dante se pone muy romántico pero al estilo bajomedieval, así con alegorías, a hablar de Beatriz. Al final, lo que debo leer y lo que me arrebata coinciden, pero de una manera simbólica.
Y luego llega un viernes y gasto la tarde en un congreso de científicos, sobre mente y cerebro. Sobre si todo son jugos gástricos o tenemos un alma. Y el día siguiente es sábado y vuelo hacia Madrid, al Escorial, y encuentro en un cafetín modernista mi media naranja. El cóctel de mis sueños, es decir el cóctel Japonesa, a base de zumo de naranja recién exprimido y brandy. Como diría Lord Scutum, es bebida de señora... pero qué señora.
Mañana vuelve a ser viernes. El mundo parece un viernes gigantesco como un monte, y nosotros subidos a él, "radiantes de cansancio". A ver si me sacudo la pereza y escribo un poema terrible, melancólico, de remover los cimientos y ladrar, y luego un happy end teológico de los que dan tanta rabia.
Un bello poema sobre la mala vida.

martes, octubre 13, 2009

Buenos días, tristeza

Mil noches para olvidar una noche, mil ríos para borrar un río.

martes, octubre 06, 2009

Chocolatinas Bounty

Tenía quince años, un pavo delirante y un miedo que esconder. El ambiente que me rodeaba era crudo. De acuerdo, vivíamos en París, y los fines de semana nos íbamos en coche a ver el palacio de Versalles, o gastábamos una mañana en el Louvre. Pero, de lunes a viernes, mi vida en el Liceo era bastante dura. Había droga y lo sabíamos. Había peleas, broncas más o menos veladas, puñetazos sobre el suelo de plástico verde. Había todo el sexo que nunca me dejaron ver en las películas.
Había dos patios, uno cubierto y otro sin cubrir. Y llovía siempre. Recuerdo los bancos corridos, de conglomerado barato, y el olor a cigarros buenos y a cigarros malos en los aseos, ante un gran cartel que decía prohibido fumar. En el patio cubierto había una máquina de café y otra de chocolatinas. Yo siempre solía tener diez francos en el bolsillo: supongo que me los daba mi madre para que me comprara una cocacola, pero al segundo o al tercer día, en medio del chute crónico de realismo sucio, descubrí el chocolate Bounty.



Era la cosa más dulce de la tierra. Dulce de coco cubierto de chocolate, en la dosis justa para inyectar a la mañana un poco de lucidez. Los primeros mordiscos eran cálidos y lentos, el cacao se derretía entre mis dedos. De sus encantos habla, cómo no, el delicioso blog del chocolate. Yo ni siquiera me atrevía a cerrar los ojos, por si Véronique la gótica me clavaba sus largas uñas negras en la espalda.
En París empecé a escribir. Primero, pequeñas piezas de prosa, y luego pequeños poemas sentimentales. Se me daba mejor lo primero que lo segundo. Tuve un profesor de lengua y literatura que era un mago, que nos encandilaba, que jugaba con las palabras y con nosotros. Nos leía fragmentos de libros. Nos obligaba a escribir. Yo quería que todas las horas fueran para su asignatura, porque además hablaba con una autoridad inaudita en un lugar como ese. Y me dijo que yo tenía que estudiar filología hispánica, y que llegaría a publicar libros. Y todo era verdad.

Hoy he visto en una tienda las famosas chocolatinas Bounty. Y, rompiendo las elementales reglas de la sensatez, he comprado una.

miércoles, septiembre 30, 2009

El ascensor de cristal

Por las mañanas, veo amanecer.
Salgo de mi casa y la calle está oscura. Del negro al morado, del morado al azul brillante y del azul brillante al amarillo del sol: todo ocurre en sólo diez minutos de camino. En esos diez minutos rezo, o escucho música, o rezo y escucho música a la vez. Me gusta escuchar, a esas horas, una canción de Serrat que empieza con acordes de tiovivo. Y luego le doy al clinck del ipod para que viaje por las pistas y me regale una canción muy especial de Esther Zecco, "Aviones de papel". Yo también quiero andar como los niños, saltar por los bordillos y que todo me sepa a azúcar quemada. Y por eso rezo, a veces pidiéndolo y a veces dando gracias porque ya lo he conseguido.
Y mientras tanto van cambiando los colores.
Son los diez minutos más activos de mi día.

sábado, septiembre 26, 2009

Justicia poética

Una de las mejores cosas que ha hecho Joaquín Sabina en su vida es llamar a la mujer amada "dolor de muelas". Qué hombre, qué maestría. Porque es así: el dolor de muelas es fino amante, fiel hasta el final. Y no se olvida de doler, como una pena de amor. Esto lo llevo yo padeciendo en muela propia cerca ya de setenta y dos horas, y lo peor de todo es que lo vaticiné.
En los días anteriores a mi visita al dentista, cálidas y mojadas tardes del reflexivo mes de septiembre, me sentía yo como alguien a quien de un momento a otro va a caer una piedra de lo alto. Era una de esas sensaciones agudas que no se pueden evitar, así que intenté sobrellevarla con buen humor. El buen humor consistía en encogerme un poco aguardando la pedrada y, como remedio final, recordar y leer de nuevo aquel poema de Miguel d´Ors en el que con tanta lucidez se expone la Maldición de la Piedra, Pues vaya con la divina Providencia:

[...] Imaginad ahora
una piedra salida
de la Mano Divina
cruzando siglos-luz por los que rotan
con música callada las esferas,
una piedra en el vasto
silencio de los mundos.

Pues yo apuesto un millón
a que adivino en qué cabeza cae.


¡Es eso! ¡Es eso!, pensaba yo mientras me adentraba en el intrincado mundo de la limpieza bucal. Unos minutos más tarde me confirmaban que tenían que sacarme la muela del juicio. Ya está aquí: la Piedra. Pedí cita resignada y me dispuse a hacer un pedido a Lush para que las cremitas, jabones y bálsamos suavizaran el inminente golpe.


Y entonces la Justicia poética entró en juego: el mismo día en que me quedé sin juicio, llegó el oloroso camión de reparto a la verja verde de mi casa, con cacao al chocolate para mis doloridos labios, y con un frasquito de crema americana para aromatizar mi apaleado cuerpo y mi electrizada cabellera...
Y es que Dios castiga sin palo ni piedra, vale, pero acaricia sin palo ni piedra también.

domingo, septiembre 20, 2009

La felicidad se llama Nars

He decidido colgar aquí esta entrada que escribí para mi otro blog delirante porque no se limita a lo concreto sino que avanza en nebulosa, a pesar de ser un post sobre maquillaje

Siempre me parecerá mágica esta marca de maquillaje.
Quizás porque al principio oía hablar de ella pero no podía ver ni tocar ninguno de sus productos. Todo estaba envuelto en ese halo de lo legendario: dicen que en San Sebastián hay una tienda en la que... parece que en Madrid, en Ekseption... Pero nunca me acercaba a la calle Velázquez para no romper el embrujo: en las revistas, las celebrities confesaban no poder vivir sin el iluminador Copacabana o el colorete Orgasm.
En esa época, las ensoñaciones bullían dentro de mi cabeza, dando forma a una esperanza serena y una fe no cumplida, una suerte de amor platónico que se decía a sí mismo: "puedo esperar": un día lejano viajaría al extranjero, o pasaría una tarde de verano en la playa de la Concha, y conocería el colorete ese de nombre sonrojante...
El momento llegó y no pudo ser más especial: fue en los días que pasé junto a mis padres en París, tras defender mi tesis. París es mucho más que el Sephora de Champs Elysées, pero tengo que reconocerlo: cuando tuve ante mis ojos el stand de Nars con sus envases sobrios y sus resplandores en melocotón y algodón de azúcar, caí enamorada. Aquello no era fruto de un capricho consumista sino de una larga búsqueda interior. Era la confirmación de todas mis intuiciones: siempre creí que el maquillaje era arte, pura imaginación hecha color y juego, y François Nars me lo estaba gritando en colores llamativos.
Del viaje más bonito de mi vida conservo dos postales enormes de la Dama del Unicornio, un anillo de plata y cuarzo en forma de lágrima y el colorete Gina, de Nars: un mandarina fresco, de textura mate y color luminoso.
Unos meses después llegó la marca al Cort Inglése. Me siento orgullosa de cada uno de los productos Nars que he adquirido, porque todos han sido pensados y comprados en compañía de gente especial. Siempre recordaré mi viaje con Araceli a Pozuelo, en medio de la lluvia, y cómo nos volvimos literalmente locas metiendo los dedos en todos los probadores. Los colores estallaban ante nuestros ojos como pompas de jabón. Entonces conseguí el colorete Luster, un melocotón dorado perfecto para marcar las mejillas en invierno.
Pablo me trajo de Nueva York el Múltiple South Beach, tan camaleónico que recrea en mis pómulos el rubor del verano, en mis ojos la fuerza del bronce y en mis labios un nude melocotón empolvado. Y otra amiga forera de San Sebastián, Cristina, me envió por correo el dúo Cordura, que contiene las dos sombras de ojos básicas que toda mujer debe guardar en su tocador:


Un marrón muy oscuro y ahumado, con ligeras chispas doradas, y un marrón medio color galleta María. La foto, que posteó Maryland en el foro Mac hace ya un tiempo, habla por sí sola.
Cuando trajeron Nars al Corte Inglés de Goya, pude conocer a Patrica, Francisco y Rafa, tres grandes artistas que, cada vez que me ven, me sientan en la silla de maquillaje para extender con toda humildad su saber ante mí. Y eso que no les dejo ningún dineral en mis visitas: fiel a mi lema "compra algo que hayas deseado largamente, y sólo para celebrar una alegría", he ido llevándome las cosas casi de una en una: el dúo Mediterranée, color vitamina, para estrenarlo en la comunión de mi primo Gonzalo. La sombra Tropic y el lápiz Dolce vita, para enmarcar el verano. Y el iluminador en polvos Albatross, ligeramente cálido, para lucirlo en la boda de mis amigos Ana y Rafa.
No quiero terminar mi entrada que empezó siendo tan etérea, hablando de sueños alcanzados, sin reconocer que los coloretes y sombras de Nars cuestan bastante dinero. Estamos hablando de maquillaje profesinal, de gama alta: a la altura de Chanel o Guerlain. Y eso tiene un precio.

miércoles, septiembre 16, 2009

Tener o no tener

Las dos de la tarde, calor nublado y niños que saltan en sus asientos. El cansancio se apodera de mí y recuerdo mi uniforme sudoroso, la camisa torcida... y cerrando los ojos pienso en los niños. Son como una bandada de estorninos, lo llenan todo. Me gusta que pataleen en mi oído y escuchar sus diálogos surrealistas:
- Tú tienes cara de tomate.
- Pues tú eres un pelón.
- Pues yo ya soy mayor, tengo tres años.
- Pues yo vivo en el ocho. Vivo en el ocho vivoenelocho...
A ti es que te gusta lo que no le gusta a nadie, me dice una amiga. Y hasta el chófer, en un momento tranquilo, me clava este dardo:
- ¿A ti te gustan los niños, verdad?
Tengo que empezar a preocuparme, pienso. Y me entrego toda:
- Sí que me gustan. Si por mí fuera, tendría una buena pandilla...
Sólo me falta añadir "los que Dios mande", para mayor escándalo. Que ya lo he dicho alguna vez. Y siempre la misma respuesta: cuando llegue el momento, baby, no cantarás la misma canción...
Bueno, pero al menos la canto ahora. Por si acaso.

lunes, septiembre 07, 2009

Conversión "ad creaturas"

Cris me acusa de haber abandonado durante el verano la Fanta de naranja por el yanki refresco de Cola. Tampoco es muy española la Fanta, ahora que lo pienso, pero en este blog que se está volviendo viejo tiene una sólida tradición como bebida que congrega todos mis recuerdos: es la bebida fantasma, la máquina del tiempo naranja... un primer sorbo dulce y artificial y ya se aparece ante mis ojos toda mi niñez en el parque. Las palomas comiéndome viva y yo tan feliz.


Pero la Cocacola, en cambio, me devuelve a mi pre-adolescencia, magníficos once, doce y trece años. Tenías muy dentro un run rún: "esto se está acabando". La última vuelta del tiovivo. Pero aún no se había hundido el Titanic y, desde luego, la orquesta tocaba a pleno pulmón. Y había fuegos artificiales, sobre todo en verano. Aquellos vídeos musicales en el antiguo aparato Beta de mi abuelo: Michael Jackson cantando y un Glenn Medeiros supercursi que me fascinaba. Mis primos se partían de risa conmigo y el "nada cambiará mi amor por ti". Y yo shhh, ssshh, y los ojos como farolas. También empezaba a gustarme un chico rubio del grupo A-ha porque al cantar se le ponía un gesto romántico en la cara. Y todo esto regado por el anuncio de Cocacola, versión de 1988: "first time, first love, Cocacola is it"...
Cocacola, la chispa de la vida, decía mi madre. Y yo, que era muy joven aún para detectar la ironía, me sentía mayor a la vista de esos vasos altos, oscuros y chispeantes. Era el color de la alegría, el color de las vacaciones.
Por todo eso, este verano he vuelto a mis orígenes. Me he convertido a mi fe de finales de los años ochenta.

domingo, agosto 30, 2009

Hojas de verano

Maestu es para mí la vida retirada, mi Arcadia particular, mi Ítaca. Un Locus Amoenus que se compone de olores a leña, lluvias veraniegas y gestos ancestrales: ir por agua a la fuente o subir una montaña. Pero lo que más añoro de estos días en el campo, que ahora han acabado, es la delicia de tener ante mis ojos, reunidos, los libros y los árboles.

Ya antes de viajar al Norte pasaron por mis manos dos libros-joya, leídos frente al mar: en el mes de julio aproveché mis días de playa para realizar un trabajo que me habían encargado. A pesar de lo que me gusta bañarme en el mar, los días de playa me aburren muchísimo y siempre me busco una ocupación fuerte para esa quincena algo tonta en que estoy deseando marcharme ya a Maestu. En mis ratos libres, que eran más numerosos de lo que yo había pensado, alternaba una relectura de Lo que ha llovido con una primera lectura fascinada de Olor a yerba seca, de Alejandro LLano. Ambos libros me hicieron disfrutar intensamente: me hicieron feliz. Reconozco que adoro las memorias, los diarios, las autobiografías... es una forma refinada y culta de marujeo, supongo, pero cuando descubro que alguno de mis autores fetiche ha publicado la "historia de su vida", a retazos o en un bloque, me recorre por el cuerpo un burbujeo de placer. Son dos libros perfectos, ambos como de mesa camilla, en los que parece que el autor conversa contigo y te cuenta sus secretos más íntimos...
En Maestu me dediqué por completo a la novela. Al pasar por Castroviejo, en Logroño, el dueño y yo comenzamos a hablar de Wilkie Collins y, despreocupadamente, sacó de una estantería Marido y mujer. Sólo con ver la portada me enamoré sin remedio:

"¡Eres un tentador!" le dije antes de pasar por caja, y él sonrió sonrojándose, como dándome a entender que mi reproche era en realidad un piropo. He sido también muy feliz leyendo esta deliciosa novela, para mí la mejor del autor hasta ahora. Qué personajes, parecían salir del papel y hablar con voz propia. Qué descripciones, qué bien contada la historia. Al cerrar el libro sentí el dolor de una despedida: mi amor sigue en pie, más vivo que nunca.
En la biblioteca del ayuntamiento de Maestu encontré un libro de Álvaro Pombo, Donde las mujeres, por el que sentía mucha curiosidad: Lord Scutum llevaba años recomendándomelo. Así que me lo llevé a casa. Me entusiasmó el estilo preciosista, la forma de narrar, la voz narrativa: el personaje de la hija de Clara, que cuenta la historia ambientada en su niñez y adolescencia, y el protagonismo del mar. Sin embargo me dejó algo aturdida, el final me pareció desinflado. No esperaba un happy end (a los que soy adicta, lo confieso), pero sí algo más redondo... supongo que la culpa es mía.
Por tomarme un respiro volví a la poesía, y saqué de la maleta la antología del poeta brasileño Mario Quintana que han publicado Los papeles del Sitio: Puntos suspensivos. Una de las ventajas de la poesía es que no te obliga a una lectura lineal (aunque sí a leer entre líneas): puedes viajar hacia atrás, hacia delante... yo me detuve en un verso que decía: El día abrió su parasol bordado/ de nubes y de ramas. Y en ese otro: ¡Que toda la tristeza de los rios/ es no poder parar...! Y en poemas enteros, preciosísimos: "Acuarela despues de la lluvia", "Presencia". Y en mi poema favorito del libro, "Brasa dormida"... Pero una cosa queda,/ en lo oscuro, misterioso reflejo:/ tus labios húmedos, como frutos mordidos.
El último día de mi estancia en Maestu, mi tía Maite me hizo dos regalos inigualables: un libro y un perfume. El Libro era Anna Karénina, de Tolstoi, que estoy leyendo y descubriendo, gozando "con temblor". ¡Qué tremenda la literatura rusa, qué delicadeza de hierro...!
El Perfume es Lavande royale de Roger et Gallet, que había usado ella y a mí me había encandilado: una mezcla de lavanda y de ese olor tan característico de "tocador de dama antigua" que se consigue con notas de almizcle, y que siempre me recuerda un poco al talco, a los polvos Myrurgia... Tiene, también, notas amaderadas de cedro, es un poco masculina. Cada vez que me dispongo a dejarme fascinar un poco más por Tolstoi, disparo sobre mi cuello unas gotas de lavanda y me parece ver a mi sobrina Camila, de año y medio, corriendo aún por el jardín entre las sombras de los árboles.

jueves, agosto 13, 2009

Campo de estrellas

Eran las doce de la noche, la noche de las estrellas fugaces. Y había que bajar hasta Leorza, o al camino del Molino, donde no hay farolas y Marte y Venus brillan como gigantes a miles de años luz... No hay luna, eso es bueno, susurraba mi padre. Quizás, si hablábamos demasiado fuerte, el baile se detendría.
(Las estrellas juegan a guiñarnos el ojo para despistarnos. Y hay que llevar una chaqueta gorda, que hace frío. Y luego, al llegar a casa, nos espera el mousse de chocolate que hizo Maite Arana...)
Uno a uno, mis padres y mis tíos iban diciendo: "¡he visto una explosión!" No algo pequeño, no: un verdadero castillo de fuegos naturales. Yo era la única que no veía nada: tendré que ir a musitar mi deseo a la vela que arde a Tu lado, siempre.

lunes, agosto 03, 2009

De nuevo glad to be unhappy

JUNIO

Acuérdate, Rocío
de cómo sonreían las estrellas.
Recuerda cómo todo su poder
se derramaba en un minuto oscuro,
tristemente feliz, diciendo "nunca",
pero de qué manera tan hermosa.

jueves, julio 30, 2009

Nombres

Ya en Logroño, recorro la vieja calle Portales y me detengo, a cámara lenta, en frente de la librería Gumersindo Cerezo. A pesar de la sonoridad casi brusca del nombre, Gumersindo me sabe a gominolas. También me suena a señor en pijama, o a maestro de escuela con bigote blanco, ¿tres por dos? "¡Seis, Don Gumersindo!"
Cada nombre nos lleva a una historia. A mí, por ejemplo, el de Celia me remite a una niña melindrosa, con caramelos en los bolsillos, que dice frases como: "Gracias por el pastel, pero la crema estaba agria". Y, por más que busco en mi memoria, no logro saber de dónde vienen esas palabras a mí.
A Paula siempre me la he imaginado rubia y dulce, y cuando conozco una Paula morena y arisca, me siento incómoda. La Paula de Vigo es Vivaldi no tiene nada de arisca, pero de morena sí, y tiene unos ojos entre gallegos y gitanos. O sea, oscuros. Pero, a medida que se iban consumiendo las páginas del libro, Paula Monfá se volvía cada vez más rubia para mí, con ojos verdes y risueños, y en el último capítulo, unas cuantas pecas se atrevían a salpicar sus mejillas. Entonces supe que aquel poema de Enrique García Máiquez era la pura verdad: el lector es un fingidor.
Cuento mi vida pero lees la tuya.
De niña, el nombre de Leonor me sonaba a cara de gato y ojos verdes muy inteligentes, y supongo que conocí a alguien así. Creo que era la vecina de mi amiga Mónica: jugábamos a dramas en sus jardines. En Cou descubrí a Machado y el nombre se me vistió de literatura. Y, cuando conocí a Merl, un día la invité a casa al comienzo de nuestra amistad y hablamos de los nombres. Me gusta el de Leonor, dijo ella. Leonor, repuse, la esposa muerta de Machado... Y Merl, rápida, juguetona y felina respondió: o la mujer viva de Enrique García Máiquez.
Qué chica tan interesante, pensé yo entonces. Lee a unos autores tan raros...
Y sólo han transcurrido nueve años.

jueves, julio 16, 2009

Infancia espiritual

Para Ana y Rafa.

Era lunes y nos íbamos al Portil, a pasar un día en casa de unos amigos. La casa, un ático situado entre la playa y un bosquecillo, olía a verano con mantel de hule y vajilla tropical. De postre hubo melocotones y uvas escarchadas, cubiertas de mil cubitos de hielo que bailaban en el frutero de loza.
Por la tarde salimos a dar un paseo por las mil tienditas del pueblo, acunados por una brisa que jugaba al escondite con el tremendo calor. Nos detuvimos en Casa Saluita, una droguería que tiene también un local en Sevilla, en la plaza Ponce de León. Es la auténtica perfumería de barrio, con un expositor de Elisabeth LLorca, barras de labios Revlon, colonias de elaboración propia con olores afrutados y varias vitrinas de cristal, con los potes de cremas bien ordenados y a la vista: productos al azuleno, con aceite de rosa mosqueta o jalea real.
Yo buscaba un cepillo redondo y pequeño, y encontramos uno de la marca "Salon", antibacteria y de color "azul ultraligh", un nácar celeste que me recuerda al tocador de princesitas que tanto envidié durante mi infancia. Compré dos, uno para mi madre y otro para mí.
Luego entramos en un bazar que nos llamaba poderosamente la atención. Había unas espadas de poliuretano, enormes, que podías meter en el mar y zambullirte en una lucha sin peligro excesivo: compré cinco para mis cinco primos pequeños. El mayor cumple trece años, así que le pregunté a Rafa: "¿Tú crees que se ofenderá si le regalo esto?"
"Yo creo que esta espada emocionaría a cualquier hombre, a cualquier edad", me respondió mi amigo. Le miré: tenía los ojos encendidos y las mejillas rojas. Y pensé, con agradecimiento: "en el fondo, ellos son unos críos y lo serán siempre".
Con agradecimiento, sí. Es esa infancia interior la que hace que brillen tanto a nuestros ojos.

martes, junio 30, 2009

R.I.P. Viriato

Aquella tarde por el centro vuelve en cada página que leo y leímos juntas, Cristina y yo. Regresa en las portadas tan alegres de Renacimiento, con rayas de colores, que adornan mis estanterías. Encontramos también un librito de Charo Prados, poeta que conocí en un recital de Carmelo Guillén Acosta. Y, como la prueba del libro abierto violenta y caprichosamente no suele engañar, decidí ponerla en práctica nuevamente.
De primeras tropecé con esto:

Eres la brisa
que me besa con miedo de doncella
o el huracán que arranca árboles y niños.


Y me encantó la contraposición y la fuerza de las imágenes, porque es verdad que un hombre puede ser brisa y huracán al mismo tiempo. Y qué lírico el miedo de doncella, y qué tremendo el binomio "árboles y niños". Un poco más atónita me dejó esto:

Y sueño con tarántulas marinas
mordiéndome la carne. Y es muy dulce.


Para ser poeta hay que estar un poco loco. No lo digo como un insulto, en todo caso entraría en esa clase de insultos consoladores del tipo mal de muchos, consuelo de tontos. Ya dije una vez a una amiga que la poesía "atrae a los raritos". Hay que ser un poco visionario para llamar dulce a una manada de tarántulas que te come. Pero se entiende: lo mejor del surrealismo es que, si es bueno, se entiendo muy bien.
Como lo que estaba viendo me gustaba, decidí investigar un poco más, y llegué a este principio de poema:

De presencia y de uva, dulcísimos violines
de tu amor, estos días son un cuenco.


LLamadme caprichosa, pero adoro la palabra violines. Sólo con verla escrita en un poema, me parece que el poema es hermosísimo. (Cuidad con esto, me digo, cualquier destripador puede tambier destripar un violín en un verso.) Pero si antepones el adjetivo dulce en superlativo y la cosa no acaba en engrudo, es que hay algo que funciona muy bien. Y Cristina adoptó en el acto la frase "estos días son un cuenco", así sin más, como cajón desastre para expresar asombro o sopor.

Tuvimos oportunidad de estrenar el hallazgo esa misma tarde, porque al pasar por el pasadizo de la calle San Eloy vimos que ha desaparecido la genial tienda Viriato. Tenía anillos y pulseras de plata increíbles que solía regalarme mi madre en Navidad, y pulseras hippies de plástico que solía regalar yo a mis primas, también en navidad.
Verdaderamente, estos días son un cuenco.

domingo, junio 28, 2009

Mi abuelo

Mi abuelo ha muerto.
No quiero convertir este blogg en un paño de lágrimas virtual ni en un desagüadero adolescente: lo de escribir con el único y exclusivo fin de encontrar un desagüe emocional en mi vida se me quedó pequeño hace ya mucho tiempo.
Sólo diré que mi abuelo hacía maquetas de trenes, que disfrutaba comiendo y bebiendo buen vino, que le chiflaba la zarzuela y canturreaba Katiuska con un oído horrendo y que tenía una fe enorme, recia, concreta: era un hedonista católico, o sea, según mi amigo Pablo, un tipo chestertoniano.
Y que siempre he pensado lo que acabo de decir: recuerdo ahora este poema, aún inédito, que escribí hace unos cuatro o cinco años cenando en Maestu, en el choco que los albañiles acababan de terminar, ideado por Papote y, como él mismo dijo, su última gran obra.

EN EL CHOKO DE FELIZ MEMORIA, FUNDADO POR MI ABUELO

A Papote

Hay trenes que caminan hacia adentro.
Hay un fuego creciendo en una casa
fundada sobre roca, y al calor
de manos que trabajan y acarician,
arden todas las brasas de la noche.
Hay un hombre que teje sus memorias,
un hombre que vivió la vida buena
y que sabe decirla, celebrar
la dicha con el vino
.
Tiene manos de acero poderoso
que cincelan un monte con la luz
en la cima, tañidos de campanas,
iglesias derruidas, todo un mundo
para viajar en tren.
Hace muros, derriba la tristeza,
sonríe mientras baja con mesura
una legión de rudos escalones,
y a su lado los días se diluyen,
caramelos felices en la boca
de un niño que repite quiero más,
y nunca tiene más, y busca siempre.

miércoles, junio 24, 2009

La primera vez

Tarde lenta de esquinas en penumbra. Las horas en una librería transcurren sin sentirse, muy rápidas, y por eso mismo tienen toda la lentitud del mundo. Íbamos, Cristina y yo, sacando uno a uno los poemarios de las estanterías: Pedro Sevilla, Carlos Marzal, Rudyard Kipling.
Elena Medel: Mi primer bikini.
- ¿Qué te parece?
- Pues nunca he leído nada de ella, pero Buko no tiene muy buena opinión...
Revuelvo las primeras páginas como si hubiera viento, o como si estuviera aún medio dormida y las hojas del libro se mezclaran con las sábanas...

Tengo una enorme colección de amantes.
Me consuelan y me aman y con ellos mi ego
se expande y extramuros alcanza la azotea.


- Vale, ya he visto todo lo que quería ver.
Es injusto, me dice una alarma interior, juzgar a un poeta sólo por los primeros tres versos hallados al azar. Me pregunto qué diran de mí, si en una librería como esta abren uno de mis libros y pillan uno de esos poemas tontos, escritos en un día tonto. Pero no puedo evitarlo: de la misma forma caótica he llegado a amar para siempre a muchos autores, cuando mis ojos se cruzaron con un centelleo rápido en un poema casual. Empiezo a preguntarme cuál fue el primer verso que leí de Miguel d´Ors, el primero de Mesanza o de Eloy Sánchez Rosillo. Pero veo que eso es hacer trampa, porque los tres me deslumbraron en tres recitales, y luego, ya vencida y seducida, fui a buscar sus libros con nombre bien concreto.
Recuerdo que, cuando me regaló Miguel el precioso librito azul de Joaquín Antonio Peñalosa, tuve la suerte de leer en primer lugar la "Receta para hacer una naranja", que quedó en mi memoria como poema favorito de un poeta favorito.
Y que con Claudio Rodríguez fui de lo más formal: leí el primer verso del libro,

Siempre la claridad viene del cielo;
es un don.


Y no hizo falta nada más.
Y que de la fuerza de unos versos de José Julio Cabanillas, bebidos literalmente en un taxi cuando ya anochecía, nacieron al menos dos poemas de Magia, mi primer poemario. Los versos eran estos:

Tercos nombres sonando. Tercos nombres de qué.
Subrayados, de oro, de islas, de mujeres.
Tercos nombres sonando con un siseo de bala,
susurrando posibles e imposibles,
quemando como un lacre, sellando cada vida.


Compré Para siempre, de Rafael Juárez, y leí, en medio de la lluvia, aquello tan bonito de Hogueras en la vega,/ dragones en el cielo. Y luego:

Como una llave dulce me trajo tu desnudo
el sueño, aquella casa de habitaciones claras.
Siempre hay niños que encuentran en la noche cerrada
pasadizos ocultos.


Y de Abel Feu: Crecen mis uñas, crecen/ por más que me las como. Verso prosaico como una calle desierta, y por eso mismo hermosísimo.

Y por último Ana Ajmátova me salvó, en una mañana de lágrimas, con este delicioso poema:

Él amaba tres cosas en el mundo:
los cantos de vísperas,los pavos reales blancos
y los desgastados mapas de América.
No le gustaba el llanto de los niños,
ni el té de frambuesa,
ni la historia femenina.
... Pero yo era su esposa.