Vino blanco de Muga: una copa chispeante. De color oro pálido, muy pálido. Sin burbujas, que no es champán. Si fuera champán picaría en la garganta, y Kim Bassinger le podría decir al japonés ese de las geishas que es pis de caballo, y vaya jaleo se armaría. Y sin Bruce Willis para reconducir la situación, muy mal.
De pequeña me gustaba Bruce Willis, porque sonreía con los ojos. Mi prima y yo veíamos La jungla de cristal. Éramos adolescentes, nos pintábamos los labios de naranja neón mate. Y mi prima me dijo: cuánto más andrajoso está, más me gusta. Yo ya apuntaba maneras, me gustaba Danny el padre de Padres forzosos que se peinaba bien el pelo y sonreía, y olía a after shave cítrico, seguro. Y me encandilaban, ya, tan pronto, los trajes de corbata, esos que no le gustan nada al creador de Cobi, que en cambio admite sin rebozos que usa chaquetas de mujer. Están locos estos creativos, o yo he bebido ya la copa entera de Muga.
Pero Bruce era diferente. Perseguido por los malos, atronando cristales. La frente chamuscada, la sonrisa errante, los ojos oscurecidos por el coraje. Que sí, que también los omoplatos brillantes de sudor, la corbata transfigurada en tirachinas. Sí, señor, cuánto más guarrete más nos gustaba. Porque era como Superman. Y al final de la película volvía con su mujer, ansiosa de nuevo por lucir su apellido, y le compraría muchos armanis oscuros, ¡seguro! Pero la cara tiznada en medio de la película era la piedra angular para rendir de nuevo a su mujer. Lo importante no es el éxito, sino las manos ensangrentadas y la frente sudorosa del hombre que ha luchado para vencer: un refrán de la época de mi madre, como de fuegos de campamento. Ya he hallado la inspiración recóndita, y el quid de nuestro embobamiento. Eso, y que era Bruce Willis.
Se me ha terminado la copa de vino Muga.
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lunes, septiembre 03, 2012
jueves, abril 05, 2012
El olor de la Semana santa... en Sevilla
Lo primero que me atrapó fue la luz. Iba a llover, había llovido..., pero entre guerra y guerra me recibió una calma de sol tímido, un ligero picor de jersey de verano. Azul de peligro, azul que pronto será gris.
Y luego el aroma. Azahar intenso que invade, que impregna, adentrándose en cada poro de la piel. Azahar que se mezcla con ráfagas de jazmín y cera derritiéndose. La cera huele a las natillas de mi niñez, dulces y ligeramente especiadas. La cera huele a calor y a silencio.
En la capilla de los Estudiantes, flores e incienso. Olor a lluvia, a tierra que se moja y lágrimas que caen.
Y en mi casa huele a sábanas limpias y a jabón, a madre, a felicidad en monosílabos.
Y luego el aroma. Azahar intenso que invade, que impregna, adentrándose en cada poro de la piel. Azahar que se mezcla con ráfagas de jazmín y cera derritiéndose. La cera huele a las natillas de mi niñez, dulces y ligeramente especiadas. La cera huele a calor y a silencio.
En la capilla de los Estudiantes, flores e incienso. Olor a lluvia, a tierra que se moja y lágrimas que caen.
Y en mi casa huele a sábanas limpias y a jabón, a madre, a felicidad en monosílabos.
martes, marzo 20, 2012
Sevilla, marzo... in memoriam
El aire cada vez más azul, frío por las mañanas, frío con sol en el mediodía, malva brillante al anochecer.
Sevilla en los primeros días de la primavera es un caótico reino de palmeras y azahar. El aire cada vez más azul huele al calor primero, ése que trae un viento diminuto y que despoja abrigos por primera vez. El aire saturado de aromas, jazmín en una esquina, fruta cítrica y flor casi podrida en la otra, nos revuelve el pelo. El cabello en el viento se esparece, desleído en los perfumes de la primavera.
Naranjos en mi pelo... guitarras, recitales, lo que ya no es. "Lo no me comunica sus virtudes", diría Cirlot. Lo no siempre es hermoso, pero inconstante. La Rioja me devuelve otros aromas.
Sevilla en los primeros días de la primavera es un caótico reino de palmeras y azahar. El aire cada vez más azul huele al calor primero, ése que trae un viento diminuto y que despoja abrigos por primera vez. El aire saturado de aromas, jazmín en una esquina, fruta cítrica y flor casi podrida en la otra, nos revuelve el pelo. El cabello en el viento se esparece, desleído en los perfumes de la primavera.
Naranjos en mi pelo... guitarras, recitales, lo que ya no es. "Lo no me comunica sus virtudes", diría Cirlot. Lo no siempre es hermoso, pero inconstante. La Rioja me devuelve otros aromas.
viernes, diciembre 09, 2011
Quiero ser surrealista
Decimos que algo es surrealista, frunciendo los labios... y, por mucho que nuestra voz quiera mostrar desprecio siempre flota al fondo un deje de envidia.
Ojalá todos pudiéramos pintar nuestros sueños. Los relojes derretidos del cuadro de Dalí me han recordado hoy a las pizzas de casa tarradellas. Surrealista, ¿no?
Y cuando decimos que una persona tiene salidas surrealistas, en realidad lo que queremos decir es que brilla por encima de lo cotidiano, con un fulgor de sorpresa, de relámpago azul.
El amor es siempre surrealista. Duele con destellos, como una joya de puntas afiladas.
Quiero ser surrealista.
Ojalá todos pudiéramos pintar nuestros sueños. Los relojes derretidos del cuadro de Dalí me han recordado hoy a las pizzas de casa tarradellas. Surrealista, ¿no?
Y cuando decimos que una persona tiene salidas surrealistas, en realidad lo que queremos decir es que brilla por encima de lo cotidiano, con un fulgor de sorpresa, de relámpago azul.
El amor es siempre surrealista. Duele con destellos, como una joya de puntas afiladas.
Quiero ser surrealista.
jueves, diciembre 01, 2011
La Felicidad...
Una felicidad de andar por casa, con bata y zapatillas.
Una felicidad a mi medida, una felicidad que no perdura... y que regresa siempre.
Enciendo el ordenador. La chica de audiovisuales está allí, con su sonrisa que no acaba y su melena rubia. Y me va a ayudar a ajustar el altavoz, subir el documento y mantener la conexión. Esas cosas tontas que yo no sé hacer.
Se ilumina la pantalla con el power point, mi imagen y la casilla donde ellos, mis alumnos, chatean. Ya comienzan a saludar, buenos días, y yo escribo algo completamente estúpido: en dos minutos empezamos. Aún no pueden verme.
Tengo que hablar de la fantasía. O de los géneros literarios. Tengo que hablar de lo que más me apasiona en este mundo y transmitir por medio de ondas magnéticas esta misma pasión. Una llama se enciende, mi deber es no apagarla.
La clase fluye, minuto a minuto. Preguntan, contesto, sugiero, responden, se ríen, me río. Muerta de risa delante de la pantalla, ante la avalancha de jajajajajas en mayúsculas que se me viene encima pienso, "esto no es serio". Pero es lo más serio del mundo.
Hoy hablábamos del Mito. El paso del mito al logos. Decía yo que la filosofía nace del asombro, y recordé a Jostein Gaarder, que decía lo mismo. La poesía también nace del asombro, al final el mito y el logos se parecen. Solo que el poeta se asombra ante la belleza, y el filósofo, ante el conocimiento, supongo.
De pronto, en el chat, alguien comenta que todo esto le recuerda a El mundo de Sofía.
Y otra alumna dice que lleva todas estas semanas viendo las clases en diferido y que sentía envida "¡qué bien lo pasáis!".
Es la felicidad... silenciosa y cotidiana.
Una felicidad a mi medida, una felicidad que no perdura... y que regresa siempre.
Enciendo el ordenador. La chica de audiovisuales está allí, con su sonrisa que no acaba y su melena rubia. Y me va a ayudar a ajustar el altavoz, subir el documento y mantener la conexión. Esas cosas tontas que yo no sé hacer.
Se ilumina la pantalla con el power point, mi imagen y la casilla donde ellos, mis alumnos, chatean. Ya comienzan a saludar, buenos días, y yo escribo algo completamente estúpido: en dos minutos empezamos. Aún no pueden verme.
Tengo que hablar de la fantasía. O de los géneros literarios. Tengo que hablar de lo que más me apasiona en este mundo y transmitir por medio de ondas magnéticas esta misma pasión. Una llama se enciende, mi deber es no apagarla.
La clase fluye, minuto a minuto. Preguntan, contesto, sugiero, responden, se ríen, me río. Muerta de risa delante de la pantalla, ante la avalancha de jajajajajas en mayúsculas que se me viene encima pienso, "esto no es serio". Pero es lo más serio del mundo.
Hoy hablábamos del Mito. El paso del mito al logos. Decía yo que la filosofía nace del asombro, y recordé a Jostein Gaarder, que decía lo mismo. La poesía también nace del asombro, al final el mito y el logos se parecen. Solo que el poeta se asombra ante la belleza, y el filósofo, ante el conocimiento, supongo.
De pronto, en el chat, alguien comenta que todo esto le recuerda a El mundo de Sofía.
Y otra alumna dice que lleva todas estas semanas viendo las clases en diferido y que sentía envida "¡qué bien lo pasáis!".
Es la felicidad... silenciosa y cotidiana.
lunes, octubre 31, 2011
Aurora
Por supuesto, dedico la entrada a ARP
Azul brillante, con burbujas de charol en el fondo. Así era el día esta mañana, muy de mañana.
He visto amanecer.
La aurora no era rosa, ni cursi, ni lenta: era rápida y azul. Vertiginosa. soleada. Y la tierra parecía exhalar humo. Crecía el humo blanco en espiral, formando una interrogación sobre el campo azul.
Lo veíamos desde el coche gris, camino del trabajo. Un grito de alegría iba inundando silenciosamente la tierra: una alegría que, como todas, tenía también su secreto escondido, su pregunta repleta de veneno, su pequeña sombra. Una alegría misteriosa.
Y decidí llenar del todo mi vaso: si me das esta mañana tan azul y este lunes en el que nada quiero sino llegar a la oficina... ¿qué otra cosa puedo temer?
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martes, junio 21, 2011
Prohibido hacer "bordillito"
Tenía doce años y mezclaba muñecas con barritas de carmín. Patrick Swayze y columpios,, polveras de rubor y bastoncillos de rojo regaliz.
El verano era un túnel de sol y de agua azul. La piscina es el túnel del tiempo siempre azul. Era pisar la hierba, los efluvios del cloro que albergaban un paraíso azul, y zambullirse en olas turquesas dando saltos.
Había flotadores, burbujas, corcho rosa, pero yo era mayor. Y como era mayor, me fascinaban los chicos del bordillo. De pie sobre un poyete, con sus trajes de baño de colores y sus ojos verdosos y su voz dulce y áspera. Era una voz de estreno, oliendo a primer día. Yo quería nadar como era siempre, bucear hacia el fondo, dejar de respirar esa felicidad extraña y torpe. Y debajo del agua las voces se escuchaban como en eco.
Subidos al poyete, presumían. Querían sumergirse en la piscina como un raro delfín, desde la altura, pero estaba prohibido. A realizar el salto tan valiente lo llamaban así: "hacer un bordillito", prohibido y deseado.
Pero él conseguía realizar la proeza y mis ojos bailaban, la alegría veloz se zambullía. Pero estaba prohibido. Luego en casa, jugando con muñecas, pensaba en esos ojos: el gesto decidido, las briznas de agua azul. Mirar como miraba también era peligro: debería prohibirse, me decía.
El verano era un túnel de sol y de agua azul. La piscina es el túnel del tiempo siempre azul. Era pisar la hierba, los efluvios del cloro que albergaban un paraíso azul, y zambullirse en olas turquesas dando saltos.
Había flotadores, burbujas, corcho rosa, pero yo era mayor. Y como era mayor, me fascinaban los chicos del bordillo. De pie sobre un poyete, con sus trajes de baño de colores y sus ojos verdosos y su voz dulce y áspera. Era una voz de estreno, oliendo a primer día. Yo quería nadar como era siempre, bucear hacia el fondo, dejar de respirar esa felicidad extraña y torpe. Y debajo del agua las voces se escuchaban como en eco.
Subidos al poyete, presumían. Querían sumergirse en la piscina como un raro delfín, desde la altura, pero estaba prohibido. A realizar el salto tan valiente lo llamaban así: "hacer un bordillito", prohibido y deseado.
Pero él conseguía realizar la proeza y mis ojos bailaban, la alegría veloz se zambullía. Pero estaba prohibido. Luego en casa, jugando con muñecas, pensaba en esos ojos: el gesto decidido, las briznas de agua azul. Mirar como miraba también era peligro: debería prohibirse, me decía.
sábado, mayo 21, 2011
Encontrar un tesoro
Encontrar un tesoro requiere mucho tiempo, paciencia, y sobre todo amor. Y tener la mañana del sábado vacía, y llenarla de libros.
En la calle San Juan, el sol baña las piedras. Hay un farol y una vidriera antigua, que esconde un almacén de tatuajes. Y souvenirs, navajas, lencería... Y al fondo, Castroviejo. La luz renacentista, la madera con sol antiguo, enrojecido.
La música de jazz, el tiempo respirando sin reloj y la mesa con libros aguardándome.
jueves, abril 14, 2011
La pantera rosa, la pantera naranja
Eran insoportablemente rosas. Sabían a calor, química dulce. Sabían a sábado por la tarde, a parque y a columpios. Te manchabas el traje de lazos, no importaba, manchas rosas y sombras por el suelo. Había un gran dragón detrás de cada árbol. Pinceladas de sol, se deshacía la tarde y los bocados eran lentos y rosas. Era rosa también la voz que te llamaba, y las sábanas limpias y el hilo de soñar.
Los domingos cambiaban de color: el parque era naranja, como los toboganes y el refresco. Bailaban escarchados los vasos de cristal. Y la misa también era naranja, ardían los ladrillos y el altar cuando cerrabas los ojos y era el sol furibundo. Fuegos artificiales en los bancos solemnes,en silencio. Naranja era la cruz y el tirachinas, en un mismo bolsillo. Y podéis ir en paz.
La paz era naranja, pues salíamos al sol de piedra y musgo. Toda la claridad venía a nuestros ojos. Tras cada misa el mundo parecía más nuevo. Más naranja.
Los domingos cambiaban de color: el parque era naranja, como los toboganes y el refresco. Bailaban escarchados los vasos de cristal. Y la misa también era naranja, ardían los ladrillos y el altar cuando cerrabas los ojos y era el sol furibundo. Fuegos artificiales en los bancos solemnes,en silencio. Naranja era la cruz y el tirachinas, en un mismo bolsillo. Y podéis ir en paz.
La paz era naranja, pues salíamos al sol de piedra y musgo. Toda la claridad venía a nuestros ojos. Tras cada misa el mundo parecía más nuevo. Más naranja.
sábado, noviembre 13, 2010
Teletransportadores supersónicos
El chocolate tiene ritmo lento: el tempo de los dedos manchados sobre el traje, de abetos navideños y tardes en Madrid. Escalones con sangre y barro negro, la búsqueda del sapo más verde de la charca, parques en primavera, no me sé la lección.
La cocacola en cambio tiene ritmo de vértigo: Tina Turner, su gesto de superwoman negra. Voy a comerme el mundo. Te metía en las venas la alegría del sol. Ya tengo doce años y el verano es lo más del universo: pelo frito, pijamas de Mafalda. Y cien gaviotas dónde irán.
La Cocacola light es un verano y un anuncio de fábula, con varias señoritas, un camión y un guaperas. El muchacho de brazos poderosos, bebiendo cocacola sin azúcar y derritiendo el tiempo. Y el calor cada vez más sofocante.
El negro pan de molde de Silueta, integral con semillas, me lleva a mis seis años alemanes. Lagos y chimeneas, ardillas, casas rojas. Era el pan de la tarde y la mujer de Otto con su pastel de nueces y manzanas.
El guacamole tuvo su momento también, y vuelve siempre: la Cantina del Carmen, mis primos en racimo, Vitoria soleada. Y siempre estoy allí: sólo cerrar los ojos y abrirlos en el verde plato nuevo.
La cocacola en cambio tiene ritmo de vértigo: Tina Turner, su gesto de superwoman negra. Voy a comerme el mundo. Te metía en las venas la alegría del sol. Ya tengo doce años y el verano es lo más del universo: pelo frito, pijamas de Mafalda. Y cien gaviotas dónde irán.
La Cocacola light es un verano y un anuncio de fábula, con varias señoritas, un camión y un guaperas. El muchacho de brazos poderosos, bebiendo cocacola sin azúcar y derritiendo el tiempo. Y el calor cada vez más sofocante.
El negro pan de molde de Silueta, integral con semillas, me lleva a mis seis años alemanes. Lagos y chimeneas, ardillas, casas rojas. Era el pan de la tarde y la mujer de Otto con su pastel de nueces y manzanas.
El guacamole tuvo su momento también, y vuelve siempre: la Cantina del Carmen, mis primos en racimo, Vitoria soleada. Y siempre estoy allí: sólo cerrar los ojos y abrirlos en el verde plato nuevo.
P.S.: Hacía mucho tiempo que no escribía un proema de mi infancia, como cuando abrí el blog. Temo repetirme, pero no he podido evitarlo. En la próxima entrada, receta del guacamole sentimental.
martes, noviembre 02, 2010
Hojas amarillas y pompas de jabón
En Madrid llovía. Y no pudimos visitar el convento de las Descalzas, ni ver el cuadro de la Virgen del Milagro que allí duerme, sin saber que es culpable de que tres generaciones de mujeres en mi familia se llamen así, como un milagro solitario. Pero estuvimos paseando debajo de la lluvia, caminando por la calle del Arenal, con todas las tiendas abiertas pese a que era domingo. Y al fondo de la calle, cerca ya del convento, había una feria de artesanía auténtica: cuero, cerámica, cristal de murano. Y un dulce hombre argentino que vendía pulseras de macramé y se llamaba Damián Blosztein. Me dijo que vivía en Aranjuez, y que hacía anillos artesanos con resina y perlas de cristal translúcido que pintaba por debajo, con esmaltes para uñas.
Y, puesto ya en el dedo, parecía una pompa de jabón irisada, de color rosa muy suave, casi malva, casi aire.
sábado, octubre 23, 2010
La piedra de la fertilidad
El colgante me lo regalaron mis padres al regresar de un viaje. Mi amigo fotógrafo me dijo que parecía una lata medio rota y repleta de gominolas. A mí me evocó el fulgor milenario de algunas grutas centelleantes, por lo que pensé que era un ágata. No, mira (me dijo mi madre), aquí traemos una tarjetita donde dice lo que es y qué propiedades tiene. Tras leerla, se me puso cara de colegial en vacaciones.

-Pero ¿tú la has leído?
- No, me confesó ella.
Le indiqué, subrayando con los dedos: "Calcedonia" (¡como nuestra tienda de calcetines!) "Induce a la fertilidad, la lactancia. La maternidad".
No me la he quitado del cuello. La Piedra de la Fertilidad ha comenzado a hechizarme.
En el trabajo hay una madre que suele traer, en un capazo, a su bebé de tres meses. Ha debido acabársele la baja de maternidad y encontró esta solución: su tarea es tranquila y su hijo también. Nada más verlo, la piedra comenzó a brillar. Tómalo en brazos si quieres, me dijo ella, al ver cómo nos mirábamos: olía a leche y a mimos, a piel recién hecha. A polvos de talco, a jabón. A milagro diminuto. Lo puse sobre mi hombro, dándole palmaditas, y él solo decidió recostarse en mi cuello. Fueron cuatro minutos infinitos.
En el recreo de Primaria encontré a una niña preciosa: pelirroja, feliz y con síndrome de Down. Le acaricié el pelo y ella se volvió hacia mí, abrió unos brazos enormes y me rodeó, riendo. Por detrás venían sus compañeras, una me preguntó: "¿eres su madre?"
De todas las cruces que Dios pudiera mandarme, pensé, tú serías la más dulce.
jueves, octubre 21, 2010
Nube de humo poético: primeras ráfagas
Hace un par de días subí a mi otro blog delirante una reseña sobre unos polvos iluminadores de Mac. Me dejé llevar por la "lírica del color" y acabé plasmando de un tirón este párrafo:
Pocos minutos después, una comentarista me dice: "Que peligro tiene esto de que un poti te lo describa una poetisa. Suena todo tan requetebonito que te dan ganas de correr al stand!" Y, tan sólo porque ella me ha llamado poeta, vuelvo a sentirme poeta otra vez, por encima de la pertinaz sequía.
Estoy en la calle Sierpes. Voy sorteando escaparates llenos de luz, al encuentro de la Belleza. La librería abierta, la gente merodeando impaciente, esperando el comienzo del recital. De repente me envuelve una bruma de casi invierno, promesa de diciembre: el primer puesto de castañas se vislumbra como un fogonazo, una nube blanca de carbón negro. Y, de fondo, suenan violines: una polaca con mejillas rojas hace sonar con fuerza una delicada música. Y va a comenzar la presentación de La memoria frágil, de José María Jurado.
Entramos, y suena la poesía. Esa que, según el autor, es a la vez "el enigma y la llave del enigma".
By Candelight: a la luz de la vela. Nombre romántico, inspirador y muy invernal. Lo veis en la foto: se trata de un tono marfil dorado, cálido y con un importante subtono melocotón suave. Aporta un halo de luz dorada y pálida al mismo tiempo. Te regala el look de mejillas navideñas. parece que acabas de abrir los regalos que había bajo el abeto, al lado de la chimenea.
Pocos minutos después, una comentarista me dice: "Que peligro tiene esto de que un poti te lo describa una poetisa. Suena todo tan requetebonito que te dan ganas de correr al stand!" Y, tan sólo porque ella me ha llamado poeta, vuelvo a sentirme poeta otra vez, por encima de la pertinaz sequía.
Estoy en la calle Sierpes. Voy sorteando escaparates llenos de luz, al encuentro de la Belleza. La librería abierta, la gente merodeando impaciente, esperando el comienzo del recital. De repente me envuelve una bruma de casi invierno, promesa de diciembre: el primer puesto de castañas se vislumbra como un fogonazo, una nube blanca de carbón negro. Y, de fondo, suenan violines: una polaca con mejillas rojas hace sonar con fuerza una delicada música. Y va a comenzar la presentación de La memoria frágil, de José María Jurado.
Entramos, y suena la poesía. Esa que, según el autor, es a la vez "el enigma y la llave del enigma".
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jueves, octubre 07, 2010
Los tres estados del alma (III)
“Dificilmente pudiera
conseguir, señora, el Sol
que la flor del girasol
su resplandor no siguiera:
Dificilmente quisiera
el Norte, fija luz clara,
que el imán no le mirara;
y el imán difícilmente
intentara que obediente
el acero le dejara.Si el sol es vuestro esplendor,
girasol la dicha mía;
si Norte vuestra porfía
piedra imán es mi dolor;
si es imán vuestro rigor,
acero mi ardor severo;
pues ¿cómo quedarme espero,
cuando veo que se van
mi Sol, mi Norte, mi Imán,
siendo flor, piedra y acero?”
Así comienza Calderón de la Barca una de sus comedias más enredadas y líricas, Casa con dos puertas mala es de guardar. Una mujer tapada que camina por la calle. Un hombre que la sigue. Ella se vuelve, con sonrojo y apuro, y le ruega que no la siga más. Él declama unos versos que han trascendido el tiempo con Mano de música; recita la declaración amorosa más bella del mundo, y formula el tercer estado del alma: La Atracción de la Piedra Imán.
Ese estado de obsesión por la belleza que gira en un crescendo y nunca termina de llegar al anticlímax. Ese desvelo del alma humana que es capaz de prenderse en un reflejo de luz, una vez intuido y nunca visto del todo. Basta un segundo para encender nuestro corazón e iluminarlo, para llenarlo de magia, de sueños, de obsesiones. Podemos vivir toda una vida de humo, de polvo estelar, de una ráfaga que un día nos deslumbró y regresa, siempre, agazapada en la esquina más gris y cotidiana.
Un día descubrí que a esto llama la gente "fantasías", y a veces "mito erótico". Y me parece un crimen: el pulso de una vida condenado en una gota de sudor. La Atracción de la Piedra Imán puede sucedernos con un hombre imposible, sí, pero también con cierta poesía y con cierta música. Robert Redford rodando en mi cintura, vestido de los pies a la cabeza, tiene el mismo poder que cuatro versos de Eloy Sánchez Rosillo para mí.
La Piedra Imán es un peligro, también una revelación. Nos puede deslizar por un volcán maldito, hacernos desear lo que nos hace daño, pero para un poeta es algo imprescindible. Lo mismo que te abisma puede darte la luz. Ese dardo feroz y luminoso es lo que mueve el mundo de un poeta: escribir muchas veces es desear ardientemente algo, algo que brilla al fondo inaccesible, una nostalgia que te transfigura.
Lo que se recomienda en estos casos es convertir las obsesiones en pura inspiración, como dijo uin poeta. A mí me ha sucedido: el poema que cierra mi libro "Mirar el fuego" nace de un ataque agudo de Atracción de la Piedta Imán:
VIAJES
Mi corazón doméstico y descalzo,
de andar por casa, de mirar el fuego
con su magia primera, de paisajes
interiores; ventanas y ventanas,
mi corazón que duerme por el día,
que siente la llamada de las tres
tiendas, que no se quiere levantar
y vuelve cada noche al escenario,
mirándote mirar se quedaría
toda la vida, si dijeras dónde.
martes, octubre 05, 2010
Los tres estados del alma (II)
Hay un estado del alma que se debe evitar a toda costa. Se recomiendan todo tipo de acrobacias mentales y piruetas psicolíricas para salir de este estado, que unos llaman de nube negra, otros designan con el manido "estar ploff", y yo he bautizado poéticamente como "La Maldición de la Piedra".
No se trata de la típica depresión de baja intensidad que nos acomete en otoño, ni del spleen, bajón o día nublado. La Maldición de la Piedra no es sólo una sensación aguda del alma sino una certeza, una terrible certeza. Tomé el nombre de un poema de Miguel d´Ors titulado "Pues vaya con la divina Providencia":
Hay temporadas en que vivimos encogidos, sabiendo fieramente que ahí, en lo más alto, donde tanto brilla el sol, hay una piedra destinada a mí solito, aguardando el momento propicio para caerme encima. De este pensamiento maligno hay que huir por encima de todo: "enemigo a la vista, huyamos despavoridos".
Lo primero que hago es ponerle un nombre poético y ridículo a partes iguales, y de paso leer de nuevo el fantástico poema dorsiano. Y ya que hemos abierto el libro, seguir leyendo al buen tuntún poema tras poema, y cuando ya me he empapado bien de hórreos y vacas en Cotobade, una luz oscura como de lluvia del Norte, con ese brillo negro del charol, se abre paso en mi mente y, aunque resulte paradójico, tanto domingo desaprovechado y lunes lluvioso llena mi alma de una insana alegría.
Si el pérfido estado del alma me ataca en un momento poco cultural, recurro a la ecuación más dulce del mundo: Música + Azúcar = Subidón. Hay que escuchar a toda pastilla la canción Life de Des´ree, o Viva la vida de Cooldplay que también sirve, pero mientras se fatigan mis oídos debo saborear una piruleta roja de corazón, marca "Fiesta". Si no, la receta no acaba de funcionar. Antes de que las dos canciones terminen tengo que contemplar mi cara en un espejo, como la reina de Blancanieves. Veo mi lengua roja, y en claro silogismo recuerdo que para Dios soy, sigo siendo y seré siempre una niña.
Y ya sabemos todos que los niños son de goma: el poder de la Maldición de la Piedra no prevalecerá contra mí.
No se trata de la típica depresión de baja intensidad que nos acomete en otoño, ni del spleen, bajón o día nublado. La Maldición de la Piedra no es sólo una sensación aguda del alma sino una certeza, una terrible certeza. Tomé el nombre de un poema de Miguel d´Ors titulado "Pues vaya con la divina Providencia":
[...] Imaginad ahora
una piedra salida
de la Mano Divina
cruzando siglos-luz por los que rotan
con música callada las esferas,
una piedra en el vasto
silencio de los mundos.
Pues yo apuesto un millón
a que adivino en qué cabeza cae.
Hay temporadas en que vivimos encogidos, sabiendo fieramente que ahí, en lo más alto, donde tanto brilla el sol, hay una piedra destinada a mí solito, aguardando el momento propicio para caerme encima. De este pensamiento maligno hay que huir por encima de todo: "enemigo a la vista, huyamos despavoridos".
Lo primero que hago es ponerle un nombre poético y ridículo a partes iguales, y de paso leer de nuevo el fantástico poema dorsiano. Y ya que hemos abierto el libro, seguir leyendo al buen tuntún poema tras poema, y cuando ya me he empapado bien de hórreos y vacas en Cotobade, una luz oscura como de lluvia del Norte, con ese brillo negro del charol, se abre paso en mi mente y, aunque resulte paradójico, tanto domingo desaprovechado y lunes lluvioso llena mi alma de una insana alegría.
Si el pérfido estado del alma me ataca en un momento poco cultural, recurro a la ecuación más dulce del mundo: Música + Azúcar = Subidón. Hay que escuchar a toda pastilla la canción Life de Des´ree, o Viva la vida de Cooldplay que también sirve, pero mientras se fatigan mis oídos debo saborear una piruleta roja de corazón, marca "Fiesta". Si no, la receta no acaba de funcionar. Antes de que las dos canciones terminen tengo que contemplar mi cara en un espejo, como la reina de Blancanieves. Veo mi lengua roja, y en claro silogismo recuerdo que para Dios soy, sigo siendo y seré siempre una niña.
Y ya sabemos todos que los niños son de goma: el poder de la Maldición de la Piedra no prevalecerá contra mí.
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miércoles, septiembre 29, 2010
Los tres estados del alma (I)
El alma no se queda quieta nunca, atraviesa túneles de vértigo y lagos azulísimos cada día, al alma le suceden quince mil cosas por minuto y nosotros, en la periferia, nos enteramos de muy poco, de casi nada. Pero sí sabemos que hay estados de alerta, concretamente tres. Hay tres estados peligrosísismos en el alma, y para exorcizarlos les he puesto nombres de cómic, de poema, nombres cultos para expresar lo tragicómico.
Hoy hablaré del estado más placentero, que a pesar de su aparente quietud encierra un gran peligro: yo lo he bautizado como "la Tentación de las Tres Tiendas". El nombre viene de un pasaje del Nuevo Testamento: en el instante mismo de la transfiguración de Jesús, en la cumbre del monte y en medio de una nube de eternidad, Pedro medio borracho de Dios balbuce: "qué bien se está aquí: hagamos tres tiendas." Esas tres palabras resumen lo que cualquier otro ser humano hubiera querido decir. No te escapes, no te escapes, susurramos siempre a la felicidad esquiva.
La Tentación de las Tres Tiendas es el momento de máximo placer, de máxima calma, cuando el alma parece no desear otra cosa que seguir sumida en esa burbuja, auténtico spa espiritual que le ha deparado el risueño destino. Ojo, no debemos confundirlo con la mera pereza: estamos hablando de un estado del alma. Lo que sucede cada mañana a las siete y cuarto en mi cuarto no es la Tentación de las Tres Tiendas, sino más bien un ataque brutal de vaguería. Y es ése el peligro latente: como en un espejo oscuro debemos descubrir qué placeres tranquilos merecen el nombre de tentación.
La verdadera Tentación de las Tres Tiendas se desencadena en pleno recital poético de Jose Julio Cabanillas, o en plena lectura del último libro de Miguel d´Ors, o cuando lees con deliciosa lentitud el blog de Enrique García-Máiquez. También ocurre cuando escuchas por decimocuarta vez una vieja canción de Mocedades, o en medio de un concierto de Los Walkman. Sucede cuando nos rodean los buenos amigos, esos seres ante quienes nuestra alma se pone cómoda, en bata y zapatillas. Un café con Lord Scutum. Una tarde en la placita de la Juncal con Merl, entre niños que juegan con monopatines. Unas horas en la terraza del hotel Doña María con Amalia Bautista. Fernando do Vale Salteiro en la cafetería Alcázares, entre ceniceros y vasos de fanta de naranja.
Hoy hablaré del estado más placentero, que a pesar de su aparente quietud encierra un gran peligro: yo lo he bautizado como "la Tentación de las Tres Tiendas". El nombre viene de un pasaje del Nuevo Testamento: en el instante mismo de la transfiguración de Jesús, en la cumbre del monte y en medio de una nube de eternidad, Pedro medio borracho de Dios balbuce: "qué bien se está aquí: hagamos tres tiendas." Esas tres palabras resumen lo que cualquier otro ser humano hubiera querido decir. No te escapes, no te escapes, susurramos siempre a la felicidad esquiva.
La Tentación de las Tres Tiendas es el momento de máximo placer, de máxima calma, cuando el alma parece no desear otra cosa que seguir sumida en esa burbuja, auténtico spa espiritual que le ha deparado el risueño destino. Ojo, no debemos confundirlo con la mera pereza: estamos hablando de un estado del alma. Lo que sucede cada mañana a las siete y cuarto en mi cuarto no es la Tentación de las Tres Tiendas, sino más bien un ataque brutal de vaguería. Y es ése el peligro latente: como en un espejo oscuro debemos descubrir qué placeres tranquilos merecen el nombre de tentación.
La verdadera Tentación de las Tres Tiendas se desencadena en pleno recital poético de Jose Julio Cabanillas, o en plena lectura del último libro de Miguel d´Ors, o cuando lees con deliciosa lentitud el blog de Enrique García-Máiquez. También ocurre cuando escuchas por decimocuarta vez una vieja canción de Mocedades, o en medio de un concierto de Los Walkman. Sucede cuando nos rodean los buenos amigos, esos seres ante quienes nuestra alma se pone cómoda, en bata y zapatillas. Un café con Lord Scutum. Una tarde en la placita de la Juncal con Merl, entre niños que juegan con monopatines. Unas horas en la terraza del hotel Doña María con Amalia Bautista. Fernando do Vale Salteiro en la cafetería Alcázares, entre ceniceros y vasos de fanta de naranja.
viernes, agosto 27, 2010
Claroscuro
Hoy es un día raro, especial. Sonámbulo. Mañana regreso al Sur, ayer murió una amiga mía. Una mujer explosiva, vitamínica, un volcán de alegría en erupción. Una mujer feliz: con cáncer y feliz. Tras derramar alguna lágrima, me la imaginé llegando al Cielo. Y pensé que entrar en el Paraíso debe ser como cuando yo, en los largos veranos de mi infancia, llegaba al Norte después de un viaje agotador. Y era agradable y extraño también, porque había dejado atrás mi casa y aterrizaba de pronto en una casa que también era mía. Y había luz dorada y una multitud de caras alegres, abrazándome.
Esta mañana compré el periódico, y saltó la sorpresa, (como una liebre). En el diario La Rioja sale un artículo precioso sobre Mirar el fuego, firmado por Diego Marín A. Mi abuela casi se ahoga de la emoción. Pero lo más importante es que emergen, uno a uno, los recuerdos: de cuando era niña, de los terrores nocturnos que sufría, de cómo milagrosamente fue encauzándose todo. Y de tanto recordar, sale un poema, el primero que escribo en nueve meses, concretamente desde éste.
El susto era un dragón de fuego rojo
que venía a comerme. Son terrores
nocturnos, salmodiaban
los médicos: bajadas de glucosa.
Era el terror primero, sordo y mudo:
los muebles se torcían contra mí,
la pared era un potro de tortura
y la luz un ciempiés interminable.
Y yo, con las pupilas dilatadas,
giraba en espiral. Era la guerra
de relámpagos secos. Para mí
era el dragón nocturno, y los demás
no traspasaban nunca mi planeta.
Ahora todo es luz entre las sombras,
he guardado el dragón bajo la cama
y dormir es mi sueño favorito.
Esta mañana compré el periódico, y saltó la sorpresa, (como una liebre). En el diario La Rioja sale un artículo precioso sobre Mirar el fuego, firmado por Diego Marín A. Mi abuela casi se ahoga de la emoción. Pero lo más importante es que emergen, uno a uno, los recuerdos: de cuando era niña, de los terrores nocturnos que sufría, de cómo milagrosamente fue encauzándose todo. Y de tanto recordar, sale un poema, el primero que escribo en nueve meses, concretamente desde éste.
EL SUSTO
El susto era un dragón de fuego rojo
que venía a comerme. Son terrores
nocturnos, salmodiaban
los médicos: bajadas de glucosa.
Era el terror primero, sordo y mudo:
los muebles se torcían contra mí,
la pared era un potro de tortura
y la luz un ciempiés interminable.
Y yo, con las pupilas dilatadas,
giraba en espiral. Era la guerra
de relámpagos secos. Para mí
era el dragón nocturno, y los demás
no traspasaban nunca mi planeta.
Ahora todo es luz entre las sombras,
he guardado el dragón bajo la cama
y dormir es mi sueño favorito.
martes, junio 29, 2010
Una chica normal
Blanca y Daniela eran amigas. Muy amigas. Su historia era como la de Romeo y Julieta, pero en versión niñas de ocho años luchando contra viento y marea por su amistad. Blanca era hija de un catedrático, que no era poco. Pero es que Daniela era hija de todo un conde. Y claro, detrás del conde había una condesa, clamando furiosa contra las malas compañías. Una plebeya no era el ideal de amiga que había soñado para su pequeña. Los padres de Blanca pertenecían a la clase media, y eran firmes partidarios de la clase media. No querían sueños de cenicienta antigua para su hija.
Las profesoras del colegio, atendiendo el deseo de ambas familias, intentaron apartar a Daniela de Blanca. Y eso hizo que ambas se buscasen con mayor empeño. Tenían la misma imaginación ardorosa: les gustaba jugar con las palabras, construir un mundo de ciencia ficción. Habían creado lo que pomposamente llamaban "una sociedad secreta", y la habían bautizado con dos letras, I.F. Las siglas de Imagen de Fátima. No es que fueran muy devotas, eran más bien dos fantásticas, y se reunían debajo de un precioso olivo que, en palabras de Daniela, "era muy apropiado para que la Virgen se apareciese encima". Allí hablaban de príncipes azules, inventaban alfabetos en clave y coleccionaban piedras. Piedras raras como el oro, como raras eran ellas mismas.
Pasó el tiempo y llegaron a cumplir los doce años. Es una edad peligrosa: las chicas miran hacia atrás y se avergüenzan de haber disfrutado tanto jugando juntas. Lo que desean ahora es robar la laca de uñas a sus madres, cardarse el pelo y admirar la esbelta figura de Patrick Swayze mientras tararean Be my baby. Daniela tiene la posibilidad de viajar a París junto a Laura, la chica más mona y rica de la clase. Le promete a Blanca que cuando regresen... Ya no recuerda qué sucederá cuando regresen. Ya no importa. Ha transcurrido un curso entero y ahora tienen trece años. Velozmente se acerca el mundo de las puestas de largo, y Laura y Daniela se entretienen hablando de tierras y viejos títulos. Nobleza obliga.
Blanca tiene más de treinta años y está cenando en un bar algo pijo con su madre y unos amigos, a la luz de las velas. Én la mesa de al lado hay un hombre perfecto, vestido con una corbata y una sonrisa. Derrocha elegancia. Tiene toda la pinta de tener dinero, de venir de una buena familia y de seguir siendo aún así un tipo normal. Blanca no puede ver a la mujer que lo acompaña, sólo intuye que es andaluza y cosmopolita. Gírate con cuidado, susurra su madre. Y se encuentra frente a frente con ella.
Guapísima, llena de distinción. Su pelo es un rayo negro lleno de fiereza, y ella recuerda cómo bullía desordenado. Ahora brilla. Y sobre todo, brilla en Daniela la ilusión del primer momento, esa que no miente nunca. Y hablan, recuerdan, se ríen. Él interviene de vez en cuando. Mi marido, Javier. Yo no tengo marido. Ya vendrá. Boda y mortaja, del cielo baja...
Dicen muchas otras cosas. Todo a cámara lenta. Blanca entiende de pronto por qué en el cine se oscurecen e iluminan de pronto algunos fotogramas, por qué se ralentiza el tempo. No escucha, no respira, sólo contempla. Y lo que está contemplando es el más asombroso de los espectáculos: una chica salvajemente normal.
Las profesoras del colegio, atendiendo el deseo de ambas familias, intentaron apartar a Daniela de Blanca. Y eso hizo que ambas se buscasen con mayor empeño. Tenían la misma imaginación ardorosa: les gustaba jugar con las palabras, construir un mundo de ciencia ficción. Habían creado lo que pomposamente llamaban "una sociedad secreta", y la habían bautizado con dos letras, I.F. Las siglas de Imagen de Fátima. No es que fueran muy devotas, eran más bien dos fantásticas, y se reunían debajo de un precioso olivo que, en palabras de Daniela, "era muy apropiado para que la Virgen se apareciese encima". Allí hablaban de príncipes azules, inventaban alfabetos en clave y coleccionaban piedras. Piedras raras como el oro, como raras eran ellas mismas.
Pasó el tiempo y llegaron a cumplir los doce años. Es una edad peligrosa: las chicas miran hacia atrás y se avergüenzan de haber disfrutado tanto jugando juntas. Lo que desean ahora es robar la laca de uñas a sus madres, cardarse el pelo y admirar la esbelta figura de Patrick Swayze mientras tararean Be my baby. Daniela tiene la posibilidad de viajar a París junto a Laura, la chica más mona y rica de la clase. Le promete a Blanca que cuando regresen... Ya no recuerda qué sucederá cuando regresen. Ya no importa. Ha transcurrido un curso entero y ahora tienen trece años. Velozmente se acerca el mundo de las puestas de largo, y Laura y Daniela se entretienen hablando de tierras y viejos títulos. Nobleza obliga.
Blanca tiene más de treinta años y está cenando en un bar algo pijo con su madre y unos amigos, a la luz de las velas. Én la mesa de al lado hay un hombre perfecto, vestido con una corbata y una sonrisa. Derrocha elegancia. Tiene toda la pinta de tener dinero, de venir de una buena familia y de seguir siendo aún así un tipo normal. Blanca no puede ver a la mujer que lo acompaña, sólo intuye que es andaluza y cosmopolita. Gírate con cuidado, susurra su madre. Y se encuentra frente a frente con ella.
Guapísima, llena de distinción. Su pelo es un rayo negro lleno de fiereza, y ella recuerda cómo bullía desordenado. Ahora brilla. Y sobre todo, brilla en Daniela la ilusión del primer momento, esa que no miente nunca. Y hablan, recuerdan, se ríen. Él interviene de vez en cuando. Mi marido, Javier. Yo no tengo marido. Ya vendrá. Boda y mortaja, del cielo baja...
Dicen muchas otras cosas. Todo a cámara lenta. Blanca entiende de pronto por qué en el cine se oscurecen e iluminan de pronto algunos fotogramas, por qué se ralentiza el tempo. No escucha, no respira, sólo contempla. Y lo que está contemplando es el más asombroso de los espectáculos: una chica salvajemente normal.
domingo, mayo 09, 2010
Blues del domingo
La pereza es cálida, suave, un dulce vicio de fin de semana. El domingo es el día para ejercer la pereza, porque no hay librerías, los amigos se han ido ya y estás en el limbo, un limbo de sillón y mantas que resbalan. Disfrutas del domingo como si de un fantasma se tratase, con música en sordina, sotto voce, acordes que subliman tu pereza. Leyendo un libro a ratos, con lámpara modernista de flash melocotón sobre tus ojos.
Hasta enamorarte te da pereza ahora. No podrías quemarte a fuego lento, con banda sonora de lluvia, con ríos en la ciudad. Te da pereza el ridículo,te la dan los relojes. Te da pereza bajar a la calle soleada y volver a casa con doce huevos en la cesta bucólica. Los vas colocando uno a uno en la nevera. Redondos. Blancos. Tan redondos y blancos que duermes, te derramas. Tu pequeña pereza.
Rezar te da pereza, también, pero la vences. Rezar es dialogar, y con voz lánguida hablas a Dios de tu pereza. Dios mío, qué pereza. Y sientes sus dedos en tus ojos, "duerme, te lo mereces". Estoy soñando, dices, lo estoy imaginando. Pero Dios habla siempre entre sueños. También a Dios le gusta tu pereza.
Hasta enamorarte te da pereza ahora. No podrías quemarte a fuego lento, con banda sonora de lluvia, con ríos en la ciudad. Te da pereza el ridículo,te la dan los relojes. Te da pereza bajar a la calle soleada y volver a casa con doce huevos en la cesta bucólica. Los vas colocando uno a uno en la nevera. Redondos. Blancos. Tan redondos y blancos que duermes, te derramas. Tu pequeña pereza.
Rezar te da pereza, también, pero la vences. Rezar es dialogar, y con voz lánguida hablas a Dios de tu pereza. Dios mío, qué pereza. Y sientes sus dedos en tus ojos, "duerme, te lo mereces". Estoy soñando, dices, lo estoy imaginando. Pero Dios habla siempre entre sueños. También a Dios le gusta tu pereza.
miércoles, abril 14, 2010
La Felicidad
Uno de los síntomas de la felicidad es es que vayas caminando por la calle, sean las dos del mediodía y te acompañe la música de los walkman. Y, de repente, empieces a cantar a grito pelado. A voz en cuello. Los walkman, el viento y tú: un triunvirato mágico*. Cantas y cantas, y no tienes ni idea de cantar, y la gente te mira. Pero no te importa, porque si fueras desgraciada la gente te miraría con aprensión, pero no: te miran sonriendo. La locura bulliciosa, feliz, plena, no asusta. No molesta. Quizás provoque un poco de envidia, pero entonces cualquiera puede pensar que las borracheras no duran y la caída es en picado, sin piedad. Y puede que tengan razón. O no.
Otro síntoma de la felicidad es que un lunes lleguen las seis de la tarde y tras todo un día en el colegio tengas que acercarte al Centro para dar una última clase, y que de pronto Cervantes te parezca tan absolutamente alucinante que te dé igual el cansancio. El cansancio es una isla brumosa, y de repente, la bruma lo eclipsa. Te encuentras en una ciudad irreal, nueva, donde Lope de Vega renace y te emborrona los dedos de tiza.
(*) Lo del triunvirato es propiedad de Pablo Buentes, pedazo de poeta.
Otro síntoma de la felicidad es que un lunes lleguen las seis de la tarde y tras todo un día en el colegio tengas que acercarte al Centro para dar una última clase, y que de pronto Cervantes te parezca tan absolutamente alucinante que te dé igual el cansancio. El cansancio es una isla brumosa, y de repente, la bruma lo eclipsa. Te encuentras en una ciudad irreal, nueva, donde Lope de Vega renace y te emborrona los dedos de tiza.
(*) Lo del triunvirato es propiedad de Pablo Buentes, pedazo de poeta.
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