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jueves, noviembre 18, 2010

Los cuatro estados del alma: el Buen Rollo

Pero... ¿no eran tres?
A mí no me gusta la expresión buen rollo. La combinación del adjetivo buen unido al sustantivo rollo no me suele agradar, me parece una frase hecha... de vacíos. Pero es un hecho que hay estados del alma que sólo podemos denominar así: El Buen Rollo.

Esos momentos de hermandad total, de conocimiento y flechazo ético o estético... ¿qué son sino una enorme burbuja de Buen Rollo? Ocurre cuando alguien te llega por vía de un amigo común: si el amigo que compartes con ese desconocido es una persona muy querida y admirada por ti..., entonces el Buen Rollo te invade y te rindes sin condiciones ante el nuevo ser que se te presenta.
A mí me ocurre mucho. Más aún: cuando me escribe o saluda alguien que es amigo de otro alguien que es "La-leche-en-bote-y-el-pijama-a-cuadros", sólo por ser amigo de quien es ya le he vestido en mi imaginación con todos los dones y virtudes que posee nuestro estimado eslabón común. Se ha dicho y repetido aquello de "somos lo que comemos", también "somos lo que leemos"... Yo digo que somos, sobre todo, los amigos que elegimos.

El Buen Rollo también te sacude cuando, en una situación que debería ser de alto riesgo, una intuición genial te susurra poderosamente que en realidad no hay peligro alguno. Sucede por ejemplo cuando en una discoteca conoces a un chico y, tras media hora de conversación, sabes con certeza absoluta que seréis como hermanos, que no puedes tentarle ni puede tentarte él a ti... Y bailas, sonríes, te sonrojas, piropeas y hasta pones tu cabeza en su hombro con total impunidad, sin que ninguno de estos actos sean (ni sean vistos como) peldaños previos hacia ninguna parte.

El Buen Rollo no decepciona nunca. No suele fallar. No hay nada erróneo en él... salvo su propio nombre.

jueves, octubre 07, 2010

Los tres estados del alma (III)

“Dificilmente pudiera
conseguir, señora, el Sol
que la flor del girasol
su resplandor no siguiera:
Dificilmente quisiera
el Norte, fija luz clara,
que el imán no le mirara;
y el imán difícilmente
intentara que obediente
el acero le dejara.

Si el sol es vuestro esplendor,
girasol la dicha mía;
si Norte vuestra porfía
piedra imán es mi dolor;
si es imán vuestro rigor,
acero mi ardor severo;
pues ¿cómo quedarme espero,
cuando veo que se van
mi Sol, mi Norte, mi Imán,
siendo flor, piedra y acero?”


Así comienza Calderón de la Barca una de sus comedias más enredadas y líricas, Casa con dos puertas mala es de guardar. Una mujer tapada que camina por la calle. Un hombre que la sigue. Ella se vuelve, con sonrojo y apuro, y le ruega que no la siga más. Él declama unos versos que han trascendido el tiempo con Mano de música; recita la declaración amorosa más bella del mundo, y formula el tercer estado del alma: La Atracción de la Piedra Imán.

Ese estado de obsesión por la belleza que gira en un crescendo y nunca termina de llegar al anticlímax. Ese desvelo del alma humana que es capaz de prenderse en un reflejo de luz, una vez intuido y nunca visto del todo. Basta un segundo para encender nuestro corazón e iluminarlo, para llenarlo de magia, de sueños, de obsesiones. Podemos vivir toda una vida de humo, de polvo estelar, de una ráfaga que un día nos deslumbró y regresa, siempre, agazapada en la esquina más gris y cotidiana.

Un día descubrí que a esto llama la gente "fantasías", y a veces "mito erótico". Y me parece un crimen: el pulso de una vida condenado en una gota de sudor. La Atracción de la Piedra Imán puede sucedernos con un hombre imposible, sí, pero también con cierta poesía y con cierta música. Robert Redford rodando en mi cintura, vestido de los pies a la cabeza, tiene el mismo poder que cuatro versos de Eloy Sánchez Rosillo para mí.

La Piedra Imán es un peligro, también una revelación. Nos puede deslizar por un volcán maldito, hacernos desear lo que nos hace daño, pero para un poeta es algo imprescindible. Lo mismo que te abisma puede darte la luz. Ese dardo feroz y luminoso es lo que mueve el mundo de un poeta: escribir muchas veces es desear ardientemente algo, algo que brilla al fondo inaccesible, una nostalgia que te transfigura.

Lo que se recomienda en estos casos es convertir las obsesiones en pura inspiración, como dijo uin poeta. A mí me ha sucedido: el poema que cierra mi libro "Mirar el fuego" nace de un ataque agudo de Atracción de la Piedta Imán:


VIAJES

Mi corazón doméstico y descalzo,
de andar por casa, de mirar el fuego
con su magia primera, de paisajes
interiores; ventanas y ventanas,
mi corazón que duerme por el día,
que siente la llamada de las tres
tiendas, que no se quiere levantar
y vuelve cada noche al escenario,

mirándote mirar se quedaría
toda la vida, si dijeras dónde.

martes, octubre 05, 2010

Los tres estados del alma (II)

Hay un estado del alma que se debe evitar a toda costa. Se recomiendan todo tipo de acrobacias mentales y piruetas psicolíricas para salir de este estado, que unos llaman de nube negra, otros designan con el manido "estar ploff", y yo he bautizado poéticamente como "La Maldición de la Piedra".
No se trata de la típica depresión de baja intensidad que nos acomete en otoño, ni del spleen, bajón o día nublado. La Maldición de la Piedra no es sólo una sensación aguda del alma sino una certeza, una terrible certeza. Tomé el nombre de un poema de Miguel d´Ors titulado "Pues vaya con la divina Providencia":

[...] Imaginad ahora
una piedra salida
de la Mano Divina
cruzando siglos-luz por los que rotan
con música callada las esferas,
una piedra en el vasto
silencio de los mundos.

Pues yo apuesto un millón
a que adivino en qué cabeza cae.

Hay temporadas en que vivimos encogidos, sabiendo fieramente que ahí, en lo más alto, donde tanto brilla el sol, hay una piedra destinada a mí solito, aguardando el momento propicio para caerme encima. De este pensamiento maligno hay que huir por encima de todo: "enemigo a la vista, huyamos despavoridos".
Lo primero que hago es ponerle un nombre poético y ridículo a partes iguales, y de paso leer de nuevo el fantástico poema dorsiano. Y ya que hemos abierto el libro, seguir leyendo al buen tuntún poema tras poema, y cuando ya me he empapado bien de hórreos y vacas en Cotobade, una luz oscura como de lluvia del Norte, con ese brillo negro del charol, se abre paso en mi mente y, aunque resulte paradójico, tanto domingo desaprovechado y lunes lluvioso llena mi alma de una insana alegría.
Si el pérfido estado del alma me ataca en un momento poco cultural, recurro a la ecuación más dulce del mundo: Música + Azúcar = Subidón. Hay que escuchar a toda pastilla la canción Life de Des´ree, o Viva la vida de Cooldplay que también sirve, pero mientras se fatigan mis oídos debo saborear una piruleta roja de corazón, marca "Fiesta". Si no, la receta no acaba de funcionar. Antes de que las dos canciones terminen tengo que contemplar mi cara en un espejo, como la reina de Blancanieves. Veo mi lengua roja, y en claro silogismo recuerdo que para Dios soy, sigo siendo y seré siempre una niña.
Y ya sabemos todos que los niños son de goma: el poder de la Maldición de la Piedra no prevalecerá contra mí.

miércoles, septiembre 29, 2010

Los tres estados del alma (I)

El alma no se queda quieta nunca, atraviesa túneles de vértigo y lagos azulísimos cada día, al alma le suceden quince mil cosas por minuto y nosotros, en la periferia, nos enteramos de muy poco, de casi nada. Pero sí sabemos que hay estados de alerta, concretamente tres. Hay tres estados peligrosísismos en el alma, y para exorcizarlos les he puesto nombres de cómic, de poema, nombres cultos para expresar lo tragicómico.

Hoy hablaré del estado más placentero, que a pesar de su aparente quietud encierra un gran peligro: yo lo he bautizado como "la Tentación de las Tres Tiendas". El nombre viene de un pasaje del Nuevo Testamento: en el instante mismo de la transfiguración de Jesús, en la cumbre del monte y en medio de una nube de eternidad, Pedro medio borracho de Dios balbuce: "qué bien se está aquí: hagamos tres tiendas." Esas tres palabras resumen lo que cualquier otro ser humano hubiera querido decir. No te escapes, no te escapes, susurramos siempre a la felicidad esquiva.
La Tentación de las Tres Tiendas es el momento de máximo placer, de máxima calma, cuando el alma parece no desear otra cosa que seguir sumida en esa burbuja, auténtico spa espiritual que le ha deparado el risueño destino. Ojo, no debemos confundirlo con la mera pereza: estamos hablando de un estado del alma. Lo que sucede cada mañana a las siete y cuarto en mi cuarto no es la Tentación de las Tres Tiendas, sino más bien un ataque brutal de vaguería. Y es ése el peligro latente: como en un espejo oscuro debemos descubrir qué placeres tranquilos merecen el nombre de tentación.

La verdadera Tentación de las Tres Tiendas se desencadena en pleno recital poético de Jose Julio Cabanillas, o en plena lectura del último libro de Miguel d´Ors, o cuando lees con deliciosa lentitud el blog de Enrique García-Máiquez. También ocurre cuando escuchas por decimocuarta vez una vieja canción de Mocedades, o en medio de un concierto de Los Walkman. Sucede cuando nos rodean los buenos amigos, esos seres ante quienes nuestra alma se pone cómoda, en bata y zapatillas. Un café con Lord Scutum. Una tarde en la placita de la Juncal con Merl, entre niños que juegan con monopatines. Unas horas en la terraza del hotel Doña María con Amalia Bautista. Fernando do Vale Salteiro en la cafetería Alcázares, entre ceniceros y vasos de fanta de naranja.




Hoy, de nuevo, me ha sucedido. En el Parque de María Luisa, mientras mi sobrino Manu tiraba piedras al estanque. Y yo hacía esta foto, y la tarde se ensombrecía.