jueves, noviembre 23, 2006

Recortables

En Madrid, cerca de la plaza de Oriente, mi tía Ana y yo nos detuvimos en el escaparate de una juguetería antigua, de esas que venden globos de papel maché, y caravanas con toldo de tela como la que había por casa cuando mis tíos eran pequeños. Tras el cristal se podía oler la infancia de aquellos que nacieron por los años cuarenta, cincuenta e incluso sesenta. Ahora nos suena a chino, pero es que entonces, como dijo José Julio Cabanillas, no había tele, había que llenar las tardes infinitas con indios y vaqueros.
En mi época sí que había tele, pero en casa nunca le hicimos mucho caso. Un ratito para ver Heidi o Los gnomos... luego fueron Padres forzosos, todas mis amigas estaban locas por el tío Jessie y a mí me gustaba Danny, el padre viudo, tan responsable, con esa nariz larga y debajo la sonrisa abierta...
En la tienda de juguetes había también un teatro de cartón. Me fascinaban los teatros de cartulina, pero nunca tuve uno. Nunca se lo pedí a los Reyes porque ya entonces intuía que los sueños, sueños son. Mi tía Ana me mira de soslayo.
- Siempre me gustaron, sabes.
- El qué, ¿los recortables?
No, los teatros, le digo. Y me quedo pensando. Los recorables también, yo tenía muñecas de cartón. No para vestirlas, eso no me interesaba nada, sino para ponerles nombre y edad. Gloria, siete años. Teresa, seis años. Ana levanta al aire las sílabas de una carcajada. Y es que para mí jugar era inventar historias. Y contar historias era poner nombres y descifrar misterios.

domingo, noviembre 19, 2006

"Te pagaré con oro lo no sido"

Estoy apunto de llegar a la página cien de mi tesis: todavía no me lo creo. Sueño dormida y despierta con Calderón de la Barca, me bailan las bes y las uves, escribo aora, estrivo... Desatiendo el blog, leo endecasílabos barrocos en El País y me está entrando una tentación gordísima de llamar a mi no hija Auristela. Pero no, no seré tan mala. Sin embargo no me digan, reconozcan que el nombre es sonoro, bonito, caballeresco, a medio camino entre el oro y la estrella...
Mi imaginación calderoniana se limitará a llamar a mis tres no hijas Inés, Beatriz y Leonor. También puedo ser un poco más moderna pero clásica aún y llamarlas Paula, Sofía y Claudia. O no; puedo ser clásica del todo: Ana, Marta y María.
Las mujeres pensamos mucho en nombres, antes incluso de casarnos, antes de buscar candidato a padre. Por alguna razón extraña yo siempre pienso en tres niñas. Muy seguidas por cierto, lo cual es bueno y es malo. Es malo porque me vuelve potencialmente loca, y es bueno porque comparten los uniformes del colegio. Y así se pelean entre ellas, no necesitan pelearse con las hijas del vecino. Mis niñas serán muy despiertas: novio a los dieciséis, ya lo verán, es el efecto péndulo. Se pondrán piercing en el ombligo pero no dejarán la misa dominical nunca, a Dios gracias.
Ya ven, en un segundo he perfilado mi prole, ahora necesito marido. Es la parte más árdua, porque metida aquí en mi tesis el listón no para de subir. La culpa la tienen los caballeros andantes de las comedias, son tan leales, pundonorosos, contemplativos de la belleza, son taaaan... En definitiva, tipo Aragorn. Ahora recuerdo un día que hablé de Aragorn en público y una chavala me dijo ah, te gusta Viggo Mortensen, como a mí.
Qué juventud tan triste.

martes, noviembre 14, 2006

Ah, la moral...

Los americanos tienen doble moral.
Me lo dijo alguien, no sé quién. Típica frase de cafetería de facultad a la una y media de la tarde. ¡Dos de donuts bombón! Como diría Lord Scutum: jiji, jaja, que tal, ya ves, tú ves... Ventiladores y humo, vasos de crital, ruido ambiente, gafas ahumadas...
-Por desgracia, doble moral la tenemos casi todos, o sino, que me lo digan a mí...
Lo descubrí el miércoles. En el cine, con mi padre. La primera vez que la pareja protagonista comparte cama (una cama sugerida), a mi padre se le pone cara de crío y me susurra, esta chica es una fresca. Sale a flote el feminismo latente (horreur!) y le digo ah, ¿y él no...? No, no, él es un asesino, ella es una fresca.
No, no es una fresca, es que está enamorada, contesto antes de volver a horrorizarme. Y él como quien ya ha ganado, ¿qué, tú lo harías igual que ella?
Pero, ¿por quién me tomas, papá?

miércoles, noviembre 08, 2006

Calles


Los sueños se me llenan de casas, de calles, nubes de hace tiempo: caminos imposibles, sendas frías de invierno, placitas con sol y bancos, periferias.
Se cruzan las calles invasoras, como las flores con herrumbe de la Avenida Dato, donde crecen naranjos salvajes en medio del olvido. Así son las calles que uno recuerda: provocan poemas, libros enteros. Cada uno tiene sus dioses profundos: estrechas, polvorientas, con nombres en azulejos. De la niñez o de ahora.
Contando así, al pronto, yo tengo cinco. La primera que se me ocurre es la Rue Côtenet en París, pequeña y destartalada, ¡qué frío tan chic soportábamos mi madre y yo camino del autobús! Luego está la Calle Mayor en Maestu, con su fuente y su olor a sol de campo. Íñigo Arista en Pampaluna, la calle que ya nunca será mía. La Avenida Dato en Sevilla, con sauces a medio llover, y la Calle de la Vega en Haro, con fondo de parque, de orquestina, de campanas. Una calle de domingo.
A lo último se me ha metido en la cabeza la calle de la foto, en La Palma, con nombre de uno de mis antepasados. La cruzábamos en furgoneta, con mi abuela como fiero estandarte, de aquí no nos vamos sin ver la calle del tío Pedro. Y una tarde entramos en la Cosmológica, había olor de papeles, libros de mi bisabuelo, y una escalera antigua que subimos mi madre y yo, mirando por las ventanitas la plaza y la iglesia, ya estamos más cerca de la luna, ya estamos más cerca del Sagrario.

lunes, noviembre 06, 2006

Otoño en Madrid

Fin de semana en Madrid: oigo todo tipo de comentarios. "¡Qué suerte!", o "Tenemos que visitar a la tía Mirufi" (¿suerte?)
Pero no. Esta vez no hay compromisos de mesa camilla raída, ni olor a gato y ganchillo. Será un fin de semana de familia, de poetas, de libros y paseos por los hippies de Goya. De exposiciones. Sueño con el cielo de Madrid, duro, frío y claro, como una evidencia.
En el AVE me vuelvo un poco niña a la vista de unas servilletas gigantes del vagón bar. Son cuadradas y de papel estraza, ideales para hacer un barquito. Y luego un avión. Lo echo a volar sobre la mesa mientras me lamento de no saber hacer un pío-pío. Mi madre mira con reservas mi vaso de coca-cola.
El cielo de Madrid es lo único que me defrauda: lluvia coral. Detesto mojarme los pies, pero me fascinan las calles mojadas... El primer golpe es de música, en cada esquina un violín. Acordeones y olor a bollitos, a cigarrillos y a ajo. Donde estuvo California hay un Zara, vaya por Dios. Mi madre me compra una boina de terciopelo color grosella que milagrosamente me sienta bien.
Sábado por la tarde... con Amalia Bautista y sus hijas. Se vuelven locas conmigo, me hacen juegos disparatados. Me voy a casar con Orlando Bloom en una bañera, tendremos tres hijos y seremos desastrosamente pobres, algo no concuerda. Superpaupérrimos, dice Ana. Y Amalia por detrás, "que no querrá volver a esta casa..." Se equivoca. Las niñas saben hacer pío-píos, y me enseñan. Vamos dando color a cada triángulo y por debajo, con boli rojo, anotamos las respuestas. Si eliges el morado: Meiga, bujita, sorgiñe. Lo digo en tres idiomas, ellas se ríen. Si eliges el verde bosque: eres idílico/a.
Mi madre me recoge a eso de las ocho: llueve. Saluda a Amalia, y luego me dice: Qué dulce parece. Y yo respondo que sí. Es dulce y mágica, como una manzana roja, pero sin veneno.

jueves, noviembre 02, 2006

El juego de los animales



Me gustan las ardillas, los gatos y los delfines. Por ese orden.

Una vez me hicieron uno de esos juegos psicológicos (o psicópatas) que consistía en preguntarme cuáles eran mis tres animales preferidos, y por qué. La idea era que mis respuestas responderían a mis más hondos conceptos ancestrales acerca del sexo, el amor y la vida, pero yo no lo sabía, claro. Así que dije:

Primero, las ardillas, porque son idílicas, jugetonas y dan saltitos (uuuuh!)

Segundo, los gatos, porque son limpios, curiosos y de fina estampa. (Curiosa definición de amor la mía.)

Y tercero, los delfines, porque son ligeros, azules y acuáticos. (¿Qué se puede sacar de eso...? La vie en bleu.)