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viernes, enero 09, 2009

El niño del cibercafé

Objetivamente se llama Locutorio Calfred II, pero en mi casa le llaman el cíber de Santa Teresita, porque cruzando la calle se llega a la iglesia del mismo nombre.
La iglesia de Santa Teresita se halla en el centro de un parque, rodeada de abetos enormes y olivos diminutos que hoy están coronados de nieve, y tiene un estilo muy francés, muy siglo dieciocho, con su fachada de ladrillo y su cúpula de pizarra negra.
El cibercafé es algo caro pero muy cómodo, con un mostrador de bar de barrio, una cafetera y tres o cuatro mesas de pino barnizado y bien fregado. Y sillas de enea. Y, tras unas puertas de saloon, los ordenadores. Y al fondo la ventana, un biombo y una radio vieja.
En los días de navidad había también un niño rubio, de seis o siete años. Se escapó del brazo de su abuela y vino hacia mí dando saltitos. Conozco esos saltos entrecortados porque también forman parte de mi costumbre: son saltos de entusiasmo.
-Yo tengo un traje de Spiderman, me dijo.
-Pues yo de pequeña tuve un traje de Mary Poppins... y otro de panameña, le respondí.
-Mmmm... ¡Cómo es el traje de panameña?
-Blanco, con un volante y tres cintitas de colores.
-¿De qué colores?
Este niño, pienso, de mayor va a ser como Colin Firth, arrollador. Creo que los colores eran el rojo, el verde y el amarillo. El niño piensa un poco y me responde:
-Como la bandera de La Rioja.

miércoles, enero 07, 2009

Regalos

Los regalos que nunca olvidaré, esa cocinita de madera o el triunfante Ipod que se me había roto, se congregan como leyendas de comic en el balcón, en plena noche de Reyes, cuando pasa Baltasar por la calle y todos gritamos "¡aquí, arriba!", y el Rey Negro alza la cabeza y nos ve, muertos de frío y de ilusión en la terraza del primero, y saluda, saluda y saluda en un momento interminable.
Recuerdo mis siete años, cuando la vida era para mí un juguete que había que destripar, y me lanzaba a la tarea de investigación armada de tijeras y papel celo. Siempre necesitaba más celo, y como era niña lo decía así: "necesito celo". Y aquella mañana el salón, como un fogonazo de luz, estaba lleno de juguetes que rodeaban un pequeño paquete redondo. "Sabemos que necesitas celo", decía la tarjeta roja y dorada.
El carricoche con aquella mantita, que luego descubrí que era una servilleta de cuadros, en la que habían bordado el nombre de mi muñeca: Maite. Aquel abrigo en tonos rosas y naranjas, salmón dice mi madre, que me regalaron hace quince años y sigo usando todavía. La cadena larga y plateada terminada en una esfera, como bola del mundo, que mis amigos definieron como colgante erótico y no me atreví a utilizar de nuevo.
Un racimo de regalos luminosos se agolpan en una sola noche y resumen en un cortometraje mis treinta años. Ayer recibí un bolso de charol verde botella, grande, tipo shopping bag; un colgante de plata en forma de espiral o de sombrero mejicano, según se mire; un libro y dos cuadernos forrados de tela, calcetines marrones, una pulsera de plumas y un jabón con olor antiguo para poner sobre la ropa, entre las baldas: así, al abrir mi armario, todo huele a tocador de la abuela.
Hoy he visitado Castroviejo, por última vez en estas fiestas, y con el dinero de mi tía Carmen he comprado Armaddale, de Wilkie Collins, y el Diario de Adán y Eva, de Mark Twain.

sábado, enero 03, 2009

Platónica tomista

El mundo se divide, dijo nuestro anfitrión después de la cena, entre aristotélicos y platónicos. En ese mismo instante me proclamé como una rendida platónica, pero tres segundos más tarde recordé cuánto me gustaba Santo Tomás de Aquino. Gordo, filósofo y autor del Adorote devote, ¿se puede pedir algo más?
Entonces, platónica tomista, resumió nuestro anfitrión. Acto seguido declaró que su mujer era aristotélica volteriana. Leves murmullos de protesta emergieron del asiento que correspondía a la esposa, pero él tenía una explicación para todo. No, mira, tú leías Mafalda de niña, y si de pequeña te gusta Mafalda, es que vas a ser volteriana. Si te gusta el Capitán Trueno, serás un romántico empedernido como yo.
Bebiendo un sorbo de vino blanco, pensé en Obélix y en Ideafix: el primer perro ecologista de la historia, que aúlla de tristeza cuando cortan un árbol. Y en el bardo: no cantarás, no cantarás y no cantarás. Y es que soy platónica tomista.
Y eso explica muchas cosas.

(Por favor, rezad para que no nieve mañana, que quiero pasar en Logroño la noche y el día de Reyes, con la parafernalia de siempre, Gaunas, cabalgata, comilona y cuarto oscuro. Debe ser que soy platónica tomista.)

lunes, diciembre 29, 2008

En Navidad, chocolate

En estas tardes de diciembre el infierno dantesco no podía ser más dulce. Una sala con alta calefacción, espejos y escaleras, abrigos, polares, trencas y bufandas rampando por las señoriales sillas de dorados algo raídos, y niños niños niños berreando, perrea perrea, entre vahos de chocolate. Y mi abuela, mis tíos y yo que hemos heroicamente conseguido una mesa esquinada, la última, y resistimos ahora y siempre al invasor apretándonos contra la aristocrática pared, el aceitillo de los churros y los brazos y piernas infantiles que giran como una noria.
Eso fue en la tarde de Nochebuena. Aún no sabemos si premio o castigo, en todo caso tradición cumplida y vencida. Me regalaron una gargantilla dorada y un gel de baño de L´Occitane que huele a mimosa. Y un camafeo. A mí es que me fascinan las cosas que se abren y se cierran, dice la autora del regalo.
Unos días después el frío no importa, somos jóvenes y nos disponemos a "chiquitear" en la senda de los elefantes, calle Laurel. Todos mis tíos y yo, que soy la más joven y la que más frío tengo. "Hay que tirarse el vino encima", dice mi tío Javier. Yo pido una cocacola sin hielos.
Y brocheta de piña y langostinos en el Juan y pinchamé.

jueves, julio 24, 2008

Retorno a Castroviejo

Siempre que vuelvo a Logroño sigo un ritual de caminos, una ruta iniciática que me hace ahondar en los mismos pasos. Me gusta escuchar Misa en la Iglesia de San Bartolomé, románica y silenciosa, y caminar luego por Portales, entre comercios de los años veinte y tiendas nuevas, árboles, violines, palomas y la Redonda al fondo. Las plazas de provincias del Norte tienen un aire de ciudad atemporal de puro vieja y conocida, entre vintage y de postguerra, ciudad de invierno a pesar de Julio. Esa bruma que presagia tormenta, al doblar la tienda de los sombreros, me trae el olor de las piedras más antiguas.
El tercer punto sagrado de este cuadrilátero lo forma la perfumería Idoia, en la calle San Antón. Las perfumerías del Norte son tiendas todoterreno y elegantes a la vez, y venden una mezcla de colonias, maquillaje y bisutería buena. Entran dos señoras pidiendo un pastillero o un dosificador de perfume, y luego una chica de quince años que viene a comprar una cinta para el pelo. Y yo, que vengo buscando los labiales mate de T. Leclerc. Porque en Idoia se pueden comprar productos de esta marca francesa, de envases retros y olor a polveras de la abuela, "productos de tocador". Sus polvos sueltos son los más finos del mercdo y un must have de muchas famosas, su barra líquida mate en tono "secret" tiene el matiz rosa apagado que yo buscaba.
A eso de la una llego a la librería Castroviejo. Huele a madera. Repaso en las estanterías la colección de El Acantilado, los poemarios de Pre-textos. Leo al azar trozos de novelas de Carmen Martín Gaite. El dueño me sonríe y dice, "las novedades de La Veleta están en ese rincón". Y yo pienso, "qué bueno es haber llegado".

martes, diciembre 11, 2007

Libros

Descubrí en un recital al poeta granadino Rafael Juárez. En la copita que sigue al acto poético, José Julio Cabanillas me recomendó un poemario suyo, Para siempre, para luego decirme con un poco de sorna que no lo iba a encontrar, "está en la Veleta"... Ya veremos. Este puente me escapo a Logroño, y en Logroño me espera la librería Castroviejo...
Llego y hace frío. La parte vieja de la ciudad me enseña sus luces y sus árboles desnudos, el suelo de piedra antigua. Callejas y tiendas de caramelos: caramelerías. Y té, y especias. Y sombreros. Tiendas bajo los soportales con nombres solemnes, "ciudad de Londres", "Nueva antiqua". Portales despintados, "Tebriz". La calle San Juan y Castroviejo, con música india y gente que busca libros. Gente no, personas. Una madre con dos bebés, un campesino que tras comprarse un libro iba a acudir a la manifestación por los viñedos...
Oiga, ¿tienen un libro de Rafael Juárez que se llama Para siempre y que se publicó en La Veleta? El hombre me mira. No me mira con cara de "de dónde ha salido ésta" porque ya me conoció en verano. Con tristeza me dice qué va, qué más quisiera yo, ya sabes que la Veleta... Sí, ya sé que Andrés Trapiello no reedita. Pues si no lo encuentro aquí, en ningún sitio... Sonríe y mira, ¡por si acaso!, en el ordenador. Un minuto. Aquí dice que hay un ejemplar. Todo se ilumina. Todo menos él, que tras buscarlo y encontrarlo, con un deje de pena comenta, casi no te lo vendo, me lo quedo yo.
Por favor...
Y te lo vas a llevar por once euros, canalla.
Tu tienda es la mejor del mundo entero.
En la calle hace frío. Cruzo dos calles, he quedado con mi tía Carmen en una esquina. No viene. Decido sentarme en un banco para abrir el poemario, no tenía tanta urgencia por leer un libro desde que compré En lugar del mundo. Empieza a caer un tímido sirimiri norteño, como pidiendo perdón porque llegue diciembre. Y yo consigo cerrar el libro, antes de que "aquella casa de habitaciones claras" se diluya entre las gotas.

viernes, agosto 31, 2007

Libros, confitura de tomate y uvas de vendimia

Desayuno en casa de Ana. Con cada una de mis tías tengo un rito, un rito de paso que me acerca a ellas. Con Ana hago collages, me tumbo en el sofá de piel y comemos uvas negras, pequeñas. "Son de las de vendimiar". Y la mermelada es de tomate. Salimos al casco antiguo y me enseña tiendas raras, de cajas de té.
Y la mejor librería del mundo: la he encontrado hoy, en Logroño. Hay una tienda recóndita muy cerca de Portales (su plaza de corte antiguo, con la Redonda al fondo, como de tarde con lluvia en Venecia.) Se llama Castroviejo y es la joya de los siete mares, ¡tiene de todo! Y en formato pequeño, con estanterías y mesitas. He encontrado libritos de La Veleta, Renacimiento, Pre- textos. Y la colección entera de Valdemar. Y El acantilado. Mis editoriales preferidas. Libros para amar, para oler, para doblar sus páginas o guardarlas como se guarda una cubertería de plata en un arcón. Prosas de Andres Trapiello, cuentos victorianos, una novela de Jane Austen. Olían a mar y a tierra, a manzanas. Castroviejo olía a tardes en el fondo inmenso de un sillón. Volveré, le dije, cuando por dentro bailaban otras palabras, "no quiero marcharme".

lunes, marzo 26, 2007

Escapada breve a La Rioja

El viejo Logroño puede resumirse en cuatro sintagmas: casas medievales, agujas góticas, viejas bodegas de piedra y árboles desnudos debajo de la lluvia. El nuevo Logroño puede resumirse en otros cuatros: grandes avenidas, fuentes de agua bailando, tiendas iluminadas y gominolas.
Una mañana de lunes robada al calendario laboral, tras el viaje insomne y las películas infames de autobús de segunda, cabe en una sola frase: Paseo lento con mi tío Javier, sentándonos en los bancos de los parques bajo un pálido rayo de sol, disparando flashes en blanco y negro y demorándonos en librerías antiguas.