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jueves, mayo 27, 2010

One fine day

El lunes al mediodía, flash, mensaje en el móvil: "¡Sorpresa! ¡Estamos en Sevilla!" Y sí que fue una sorpresa: la oscura tarde de un lunes se llenó de luz, entre pitufos de plástico y botellas de aloe vera, con mis amigos Teresuca y Hervé, de Pampaluna.

Quedamos en la calle Sierpes y les sometí a uno de esos recorridos literarios que hacía yo antes con bachilleres de distintos puntos de España: ahora Cervantes, ahora Cernuda, ahora el Ateneo, ahora Gertrudis Gómez de Avellaneda y siempre los hermanos Bécquer y Machado... El camino coincide con otro itinerario más fashion, de tiendas especiales, secretas o vox populi (vox dei.) Comenzaron extasiándose con el antiguo teatro imperial convertido en librería: les conduje a la misma boca del escenario, donde han istalado las secciones de poesía, teatro y cine. Te giras un poco y puedes ver el paraíso convertido en libros, gran metáfora.

Una vez en la acera divisamos el arco efímero que han levantado para la celebración del Corpus Christi ("esto era así en todas las ciudades, en la sacrosanta España barroca...") Por un momento regreso a mis clases, a mis rubias alumnas que deben leer junto a Clarín y Valle Inclán las aventuras del Capitán Alatriste... "¿esto es literatura?", pregunta Katherine con curiosidad reprobatoria.





Después, en Los tres reyes magos, nos volvimos como niños a la vista de patos de goma, biberones mágicos y muñecos vintage. Y acabaron regalándome, por mi santo, un bebé asombrado (totalmente poético, decían), al que bautizamos con el nombre de Tomasso en honor al santo de Aquino, y porque la filosofía nace del asombro, dijo Jostein Gaarder. Lo he bautizado con agua Evian, nada menos. A Jostein Gaarder no, al muñeco vintage. Tomasso Evian Adaldrido del Lirio Mojado. Bueno, se me está yendo la olla, después tendré que corregir.





Luego fuimos en directo a la calle Amor de Dios, de la que nadie me separará. Entre chupas moteras en amarillo eléctrico, bolsos en forma de radio antigua y camisetas de Tintín nos anocheció. Al filo de las nueve nos dejamos caer, perezosamente, en Isbilia, donde en una vitrina había una recua de muñequitas playmobil vestidas de Bélle époque, con sombrilla y todo. Y otra con hábitos de monja. Pero "no están a la venta", nos dijeron. Yo me llevé un anillo de plata de aires élficos en forma de hoja. Y Teresuca lo fotografió en el Patio de San Eloy, no con fondo de azulejos y botellín de Kass sino flotando sobre un salmorejo bendito que vino a poner broche final a los festejos de mi santo.