martes, abril 27, 2010

El colgante en forma de galleta

Cuando empecé a trabajar en mi antiguo colegio, hace casi un año, una de mis mejores amigas me dijo: "tendrás que comprarte más ropa chula, porque las adolescentes se fijan en todo". Recuerdo que íbamos por la calle y que me detuve para responder: "oye, que no voy a trabajar de mono de feria". Ella hizo un gesto muy visual con las manos, "tú misma". Así que comencé por abrir mi armario y dedicarme a combinar lo que ya tenía añadiéndole algún toque especial.

Tengo un chaquetón azul noche de Adolfo Domínguez y miles de preciosos vestidos de H & M. Y una chaqueta de lana deliciosa color verde hierba que parece un campo de Irlanda. Tengo un abrigo negro y elegante, que me recordaría a Audrey Herburn si no fuera porque lo que hay debajo soy yo.

Tengo un par de trajes de lino, seriecitos y como de princesa pero sin ñoñerías, o eso espero... Tengo una chaqueta fina de picos, evasé, color berenjena que creo que es de Zara, y una corbata para mujer azul con abalorios fucsias y naranjas hecha a mano por una chica de Nueva York, que me regaló mi prima Cecilia hace dos o tres navidades. No tengo ni un zapato de tacón para diario, ni uno solo, y mido metro y medio, pero es que no puedo evitar odiarlos. No tengo medias, las aborrezco también: cuando voy a una boda en invierno me compro unas para la ocasión y luego procuro tirarlas a la basura.

Pero, después de varios meses de pavor secreto, descubrí aliviada que las adolescentes se fijan, sobre todo, en los complementos y en el maquillaje. Y en eso soy el rey del Mambo. Me lo paso pipa: llevo pulseras estrambóticas, las uñas pintadas de plata o los labios rojos. Todo para rematar un sosolook de camiseta negra y pantalones. Tenía razón mi amiga: es chulísimo.

Y, desde que conozco y amo la tienda Azul de mar de Madrid, el tobogán de genialidades ha sido imparable. Un anillo que parece de carey o de caramelo, según se mire. Una bolsita de plástico con ilustracciones naif de la torre Eiffel. Un brazalete de madera con rosas estampadas en negro, blanco y gris, haciendo juego con un pichi blanco y negro que compramos, mi madre y yo, en Mit Mat Mamá... Ahora leo esta enumeración caótica e improvisada y me recuerda al poema "Mitología casera" de Miguel d´Ors: un llavero, una fecha, una matriuska, unas callejas rancias — balcones con bombonas de butano y bicicletas de montaña —...

Lo último y la mayor locura ha sido un colgante en forma de galleta María. Me la he colgado hoy al cuello, sin pensar, y todas las lecciones han empezado de la misma forma. Es refrescante hablar de Salinger, de las perífrasis verbales o de las virtudes cardinales con una galleta flotando sobre una sencilla blusa blanca.

lunes, abril 19, 2010

Las Siete Barbies solteras


Umbral cabalga de nuevo: otra vez hablo de un libro mío que acaba de salir a la luz.
Pero es que este libro es especial: sin vosotros nunca hubiera sido escrito. Es una recopilación de los post más proéticos que haya garabateado alguna vez en este cuarto de estar con chimenea.
Y viene muy bien arropado por gente importante, deslumbrante: Julio Martínez Mesanza lo prologa, Ángel Ruiz lo reseña con generosidad y, el día siete de mayo, Enrique García Máiquez lo presentará.
Y Javier Caballero Wangüemert disparó la foto.

miércoles, abril 14, 2010

La Felicidad

Uno de los síntomas de la felicidad es es que vayas caminando por la calle, sean las dos del mediodía y te acompañe la música de los walkman. Y, de repente, empieces a cantar a grito pelado. A voz en cuello. Los walkman, el viento y tú: un triunvirato mágico*. Cantas y cantas, y no tienes ni idea de cantar, y la gente te mira. Pero no te importa, porque si fueras desgraciada la gente te miraría con aprensión, pero no: te miran sonriendo. La locura bulliciosa, feliz, plena, no asusta. No molesta. Quizás provoque un poco de envidia, pero entonces cualquiera puede pensar que las borracheras no duran y la caída es en picado, sin piedad. Y puede que tengan razón. O no.
Otro síntoma de la felicidad es que un lunes lleguen las seis de la tarde y tras todo un día en el colegio tengas que acercarte al Centro para dar una última clase, y que de pronto Cervantes te parezca tan absolutamente alucinante que te dé igual el cansancio. El cansancio es una isla brumosa, y de repente, la bruma lo eclipsa. Te encuentras en una ciudad irreal, nueva, donde Lope de Vega renace y te emborrona los dedos de tiza.

(*) Lo del triunvirato es propiedad de Pablo Buentes, pedazo de poeta.

lunes, abril 12, 2010

Chucherías

Tenía yo nueve años y no había en el mundo otra cosa más atractiva para mí que las nubes de azúcar y el regaliz rojo. También estaban los columpios, las piscinas azules en verano, la navidad en Vitoria, Asterix y Obélix y los libros de Puck, pero ninguna de esas cosas estaba prohibida. La prohibición dotaba a la química dulce de un legendario halo de deseo. La felicidad tenía el color de las piruletas, un rojo dulce que coloreaba mis labios como si fuera ya mayor. Pero esto no solía ocurrir a menudo.

Tampoco es que viviéramos en la posguerra: había dinero para libros, para tebeos de Tintín, para coleccionar minerales y pasear en barca por el río, para campamentos de verano y hasta para helados. El regaliz, en cambio, era visto como un capricho sin razón, y por lo tanto estaba proscrito y yacía ignorado hasta el largo verano, en Maestu, donde mi abuela se dedicaba a deseducar a sus nietos. El mes de septiembre era durísimo entonces: volvía a Sevilla, volvía al colegio y sobre todo volvía a la ley seca.

Cuando cumplí doce años, un vecinito de grandes ojos verdes y nombre romántico comenzó a convidarme a chucherías todas las tardes. Se gastaba cinco duros en regalarme nubes y regaliz rojo, y yo caí bajo sus encantos. Era guapísimo, ayudaba a mi madre con las bolsas de la compra y mi padre le llamaba “el caballero andante”. Yo empecé a sentir cierto pellizco y a escuchar las canciones de los Bee Gees pensando en él, lo que me parecía el colmo del enamoramiento.

Así pasó todo un año y llegó un nuevo septiembre. El chico acabó conociendo mi pasión y comenzó a presumir. En la fiesta de final de verano le vi bailando con otra: bailaba y me miraba, bailaba y me miraba con desdén. Las nubes se volvieron amargas en mi boca.

jueves, abril 08, 2010

(Ganas de cerrar el blog)

Cuando una persona mantiene dos blogs, tarde o temprano uno acaba comiéndose al otro.
Yo no conocía esta verdad universal, pero ahora he caído en ella de golpe. Como las cerezas. Publico muchas más entradas en Makimarujeos de una hobbit pija, siempre tengo inspiración cuando de maquillaje se trata, y cuando llego aquí me parece que nada queda por decir. Había pensado en despedida y cierre, pero me quedo en blanco sólo de pensar en apagar la chimenea de este blogg.
La poesía sale en mi ayuda. Estoy leyendo por tercera vez "Temporada de fresas" (Siltolá), de Pilar Pardo, que me tiene fascinada. Espero sacar tiempo para ofreceros una crítica, y cuando se presente el poemario, el 30 nde abril en la casa del libro de Sevilla, suplicaré a las musas un pedacito de genio para poder hacer una buena crónica. Y tengo que recoger un paquete de correos, cuyo remitente es nada más y nada menos que Miguel d´Ors. Qué emoción. Ha llegado el mismo día que un paquete de ultramar cargado de maquillaje, es mi sino esta desatinada conjunción de versos y barras de labios.
Y luego llega la feria del libro de Sevilla, la de Madrid, Mayo y los encuentros poéticos de Númenor... y a lo mejor me encuentro a mí misma. Por si la espera es larga os dejo un poema inédito que escribí hace ya un año, creo.

LA ESPADA

Por rendijas de nieve
por agujeros lentos se me cuelan
sin pedirme permiso mil imágenes
revelan una foto en mi memoria
y sales tú perfecto sonriendo
atravesando lluvias para venir a mí

la luz rasgando el aire tan oscuro
el sol como una espada combatiendo
la lluvia

y la luz era un dardo
y una espada tu imagen en la lluvia.

jueves, abril 01, 2010

Nosotros, los raros

Mis alumnas y yo hemos llegado al final del siglo XIX, y allí estamos, hablando del mal du siécle y de Baudelaire, toma ya. Tras lanzarles un speech nada pedagógico, a la altura de Verlaine y su magnífico ensayo alzo la vista para ver si hay manos alzadas. B., con sus ojos de mujer clarividente, pregunta: "Y, ¿por qué se llaman poetas malditos?" Que por qué se llaman poetas malditos: pues porque sus versos eran irracionales, visionarios, oníricos... porque hablaban de temas un poco escabrosos, como la relación entre drogas y creatividad...Y, ya un poco más relajada, termino: en realidad porque eran raros.
Pero, me dice B., en realidad todos los poetas son raros...
Silencio. Veo como le llueven codazos a B., me parece muy divertido. Y M., con su buena intención de siempre, intenta arreglarlo:
En realidad, en realidad todos somos raros.