domingo, noviembre 30, 2008

Cosas que me gustan de la Navidad

Un poco temprano para hablar de Papá Noel, ¿no, vieja?
Sí, sí, es verdad, pero ahora comienza el Adviento y me he decidido a confesarlo: lo que me gusta de la Navidad es todo. La Navidad misma.
Eso de que Dios se haga Niño, vamos a ver si lo digo en caer en lo excesivamente cursi, aún poniéndome irremediablemente roja. Eso de "jugar a muñecos con Dios". Vale, ya lo he dicho.
Desde siempre me han gustado los niños pequeños, y cuando más pequeños, más me gustan. Encontrarme, en una plaza o en una librería, con un bebé gorjeante me parece el mayor de los regalos. Mucho más que encontrarme un gato maullando mágicamente en un rincón. Y mira que me gustan los gatos.
Para algunas personas, el "tiempo fuerte" del año puede que sea la Semana Santa o la Pascua, pero para mí el Adviento y la Navidad suponen un renacer interior, un volver al seno materno como dijo Nicodemo, ¿acaso puede alguien volver al seno de su madre? Con el corazón, sí.
Y ahora que me he muerto de vergüenza, puedo hacer una lista de cosas banales, vulgares, que me vuelven loca en este tiempo tan frío y acogedor. Lo primero, el hacer y recibir regalos. Si eso fomenta el consumismo, me hago fan del consumismo desde ahora.
Algo que no es tan banal, algo que los que han crecido comiendo en casa de la abuela todos los domingos del año no pueden entender, es la fantástica nostalgia de familia que me invade, como un ladrón, cuando llega diciembre. Muero porque no muero a mil kilómetros de mis tíos, abuelos y primos, y el "vuelve a casa por Navidad" deja de ser un reclamo de marca de turrones para convertirse en alegría impaciente. Como si estuviera paladeando un caramelo que sólo tendrá sabor en mi boca dentro de veinte días.
Lo segundo, el turrón de praliné de piña. Es dulce y ácido al mismo tiempo y me recuerda a Puerto Rico. Lo tercero, los árboles de Navidad y la combinación de rojo y verde que suele adornarlos.
Y, por último, el frío. Sí, el frío, que hace más agradable el calor de los abrigos y de las chimemeas. El azul noche de la calle que contrasta con el dorado pálido de mi casa.

viernes, noviembre 28, 2008

El primer chispazo

Una noche decidí sacar un folio blanco del cajón de madera. Quería ordenar mis ideas y emociones. Tenía dieciséis años y me salió algo parecido a un poema, porque las frases eran cortas o más bien entrecortadas, e iban una debajo de la otra como dibujando un río. Se llaman versos, me dijo la voz de mi conciencia. Y son más de las dos de la mañana, me dijo el reloj fluorescente.
Mi primer poema coincidió con el primer abrazo que me dio un hombre. No fue un momento de pasión, ni siquiera de amor, sino más bien un intento de abrigarme, porque hacía frío debajo de la luna y yo sólo llevaba puesto un mínimo jersey. Me dijo, mira que salir así, en mangas de camisa... Y en lo que duran tres puntos suspensivos, me abrazó. Esos tres puntos suspensivos me alejaron definitivamente de mi niñez, de esa nostalgia rara de jugar que a veces me inundaba por las tardes. Cuando cerraba la puerta de mi cuarto y sacaba del armario mis siete barbies solteras. Y sentía luego en todo el cuerpo la vergüenza de tener dieciséis años.
Pero me abrazaron y supe que no volvería a jugar más. Al contacto con esos brazos temblé, palidecí. Se me erizó la nuca y pensé en una ducha de agua caliente, algo a lo que te entregas y que te envuelve, como el mar cuando te enciende la piel.
Al llegar a casa decidí comprarme una barra de labios roja. Me prometí que jamás volvería a verme vestida con el uniforme del colegio. Y emborroné un folio blanco con un torrente de torpes metáforas.

martes, noviembre 25, 2008

La terrible sequía

Cuando empiezas a escribir poemas, todo es tan mágico y fluye con tanta naturalidad, en cierto modo todo pasa tan deprisa, que no te planteas seguir viviendo sin ese torrente de versos que te llueven casi a diario, por la noche, en los ojos alucinados, con todos los poros de la imaginación abiertos.
Cuando entiendes que naciste para esto, que la poesía para ti no es un refugio adolescente donde derramar lágrimas sin exigencia, tu vida es un antes y un después del huracán y lo sabes, todos lo saben. Intuyes que en algún momento se puede cerrar el grifo, y es justo ese miedo el que te ata a las musas con mucha más violencia.
Yo tuve conciencia de mi vocación cuando abrí los ojos a otro mundo, era imposible no escribir lo que allí estaba sucediendo. Hay gente a la que le duele escribir, y a mí sólo me duele no hacerlo: la sequía, la terrible sequía.
Explico esto porque, en gran medida, este blog nació para remediar este vació que empezó para mí hace casi tres años, cuando terminé mi tercer poemario, inédito, y cuando comencé a redactar mi tesis. Desde entonces he escrito apenas un par de poemas: ése que le gustó tanto a Arp, uno titulado La espada y otro que le regalé a mi padre. Mi padre, el único que no se resigna. Me dice que la poesía es trabajo, que la inspiración debe encontrarme trabajando. Y le respondo que esto no es una novela, que sin ese rayo primero o chispa mágica no hay nada que hacer.
A María se la encontró el ángel recogida en oración. Un poeta lo único que puede hacer es leer buena poesía, escuchar música clásica, aspirar el humo de diciembre, gastar los sábados en ríos o museos. Que la belleza vaya haciendo su trabajo dentro de mí.
Y mientras, inundar este blog de pequeñas piezas en prosa, o de largos reportajes sobre maquillaje.

viernes, noviembre 21, 2008

Lavanda en tiempos de crisis

Siempre me ha gustado el olor de la lavanda. En verano, a pie de monte, recogemos racimos de espliego, lo dejamos secar y adornamos con él cualquier rincón de nuestra casa de piedra. Y las habitaciones huelen siempre a flores moradas y salvajes. Mi tía deja también jabones entre la ropa blanca de los armarios, y los dormitorios huelen entonces a jabón, a limpio.
También me gusta el color de la lavanda. Ese azul casi morado, como de cielo de verano por la noche, me trae recuerdos de la hora violeta, de cómo se encendían una a una las farolas en las noches larguísimas de mi niñez.
Me atraen los olores cítricos para despertarme, y la lavanda, el talco, el olor a bebé para relajarme. Por eso me pareció una propuesta muy interesante la de Telva, cuando sugirió un baño aromático a base de aceite de lavanda, de naranja dulce y de bergamota, los tres de Sanaflore. Y supongo que esos mismos aceites esenciales pueden servir también para inventar nuestro propio perfume, mezclando varias gotas en medio litro de agua y medio de alcohol: imagino que a eso se refieren cuando hablan de "base de alcohol en agua".
Una opción mucho más fácil es comprar la colonia Dulces sueños de Johnson´s baby, que no llega a los cuatro euros y huele a lavanda y a talco a la vez. Y, si tienes cerca una perfumería Douglas, esta navidad podrás hacerte con la fragancia Baby de Harayuku Lovers, la línea de Gwen Stefani con el delicioso envase de estética "lolita japo". Creo que saldrán por veinte euros, un precio bastante razonable. Sin embargo, el bote de colonia Johnson´s tiene también su poesía, una lírica escondida de sábados en supermercados y lavanda en tiempos de crisis.

martes, noviembre 18, 2008

Juguetes sí, juguetes no

Benita me pregunta desde su ventana por los juguetes que regalaría o los que no empaquetaría jamás. Empiezo la casa por el tejado y digo: nunca me veréis comprando videojuegos para colocarlos debajo del árbol de Navidad. Ni siquera videojuegos de elfos y enanos luchando contra orcos. No me gusta la violencia, ni siquiera la violencia mítica. Pero sí regalaría a niños y no tan niños una espada medieval, como hicieron mis amigos, con una inscripción tal vez de algún verso mesanziano. Paradojas consumistas, o caprichos personales.
Tampoco regalaría un juguete que no estimule la imaginación del niño, que le dé todo el juego hecho. Estoy pensando en esos apartamentos rosas y de gran lujo de la Barbie, con todo incluido, donde la niña sólo tiene que contemplar, quedarse embobada y presumir mucho delante de sus amigas. Compraría en cambio, con los ojos cerrados, una estructura de madera vacía, en forma de casa de muñecas con varias plantas y tejado a dos aguas, para que mis sobrinas inventaran mil y una forma de amueblarla con los muebles de las navidades anteriores.
En realidad, me gusta regalar juguetes de toda la vida, con los que jugaba yo. En la calle Cuna, aquí en Sevilla, hay una tienda llamada Los tres Reyes Magos que parece sacada de finales de los ochenta. Venden muñequitos de goma en forma de Obélix, Dumbo o Blancanieves, o muñecos pelones que huelen deliciosamente a plástico antiguo, esa mezcla de nocilla y tocador de abuela. Si no me quedase más remedio y tuviera que ejercer de Reina Maga en el Corte Inglés, elegiría el Nenuco con la bañerita aquella que hacía burbujas, para desesperación de nuestras madres y deleite nuestro.

domingo, noviembre 16, 2008

Blues del fin de semana

Qué feliz esta tristeza, que a veces no es más que modorra o cansancio descansado, que se apodera de nosotros los sábados por la mañana. Hemos trabajado duro de lunes a viernes y ahora algo se afloja dentro de nosotros, y en ese tránsito de nudos que se deshacen sobran unos minutos difíciles, como de ponerse en situación, por qué estoy en la cama a las diez y media y qué es esta luz que se filtra entre visillos sin pedir permiso a los despertadores. Quizás en el camino a la cocina nos duele esa parte del cuerpo a la que no dimos voz ni voto durante el horario laboral, hoy parece que me molesta un poco el pie izquierdo.
Pero encendemos la radio y se enciende el día, llamamos a algún amigo por teléfono, salimos a la calle en busca de esquinas oscuras donde leer libros de Chesterton o viejas historias victorianas. El sol nos hace rebullirnos en la acera.
"Eres como una culebra con un buen disfraz de ángel", susurra Nuria Fergó con voz de copla de posguerra. Y luego, antes de que se acabe la canción: "Yo fui dueña de tus ojos sin que lo supiera nadie". Yo bostezo, salgo a la terraza, digo qué frío hace y tú te ríes. Es la poesía, una liebre mágica que espera tras cada esquina para sorprendernos. Ahora nos hace guiños desde el canal Fiesta Radio de Algeciras.

domingo, noviembre 09, 2008

La carta de Reyes Magos

Toda la mañana rodando entre bicicletas y peluches me ha dejado un sabor de fiesta a destiempo en los labios. Cuarta planta del Corte Inglés, juguetería. Manu y Jaime lo miraban todo con ojos grandes de sorpresa. Me voy haciendo mayor, pienso al ver una docena de árboles de navidad rodeados de papanoeles, ¡si todavía no ha empezado el Adviento! Pero pronto me va atrapando el encanto del espumillón, y voy adentrándome en el rosa algodón de azúcar que tanto me fascinó de niña. Y descubro que siguen existiendo los Nenucos, las Nancys y el Gusiluz. Un mundo de color, la luna fluorescente en el cielo del cuarto de jugar. Castillos que se convierten en prácticos maletines, y así puedes guardar todos tus sueños junto al bocadillo de media mañana.
Y me he descubierto dando la vuelta a una caja de cartón para mirar el precio de una muñeca repollo. Si quieres regalármela por mi cumpleaños, puedes hacerlo. Doctor, doctor, me gustan las muñecas, ¿es grave?
La velada terminó en la librería Tarsis, aspirando el olor de los comics de Hergé. Ya los tengo todos, decía Manu. Y corría con su hermano de un lado para otro buscando los libros de Jerónimo Stilton. Mientras tanto yo, en una esquina oscura, descubría el teatro completo de Oscar Wilde, que también sería un gran regalo. Muñecos y libros se dan la mano bajo el muérdago, me devuelven a mis ocho años, cuando inventaba mundos para mi hija Maite y empecé a leer aquellos inolvidables libros de pasta dura de color rosa fucsia.

lunes, noviembre 03, 2008

Retorno a Evelyn Vaugh

He terminado de leer Retorno a Brideshead. Es un libro extraño.
Comencé a hojearlo en un tren, hace unos meses. Todos me decían que era muy bueno, y en principio tenía todos los ingredientes para que me gustara. Autor inglés, como Jane Austen, Wilkie Collins, Wilde, Newman, C.S. Lewis, Chesterton. Novela escrita en primera persona. Me entusiasman las autobiografías, y un relato en primera persona se le parece. Un relato ambientado, al menos la primera parte, en Oxford. Todo decía que sí, en aquella tarde de tren en la que abrí el libro y me quedé dormida sin llegar a la novena página.

Hace unos días decidí regresar, y esta vez para siempre. La atmósfera de Brideshead me envolvió. Hubo un momento de delirium tremens literario, en el que creí estar leyendo Los pasos perdidos de Alejo Carpentier. Qué extraordinario. Cuando Charles vuelve de la América intrincada y retoma con su mujer una relación frívola, agradable, herida de muerte. ¿Me pongo la cara de dormir?, pregunta Lady Celia. Todas las mujeres sabemos qué significa eso. Desmaquillarnos frente al espejo, untar nuestra cara de crema y acostarnos luego embadurnadas en la cama compartida. Qué desagradable tiene que ser para el marido.

Leí y me cautivó lo que leía, pero aquello seguía siendo un libro extraño. Porque me habían dicho que su tema central era la Gracia divina, y yo no veía este asunto por ninguna parte. Más bien veía una visión tremendamente negativa del catolicismo en él. La religión ha hecho desgraciados a sus personajes: Lady Marchmain, santa sin la chispa de la santidad. Hierática y severa. Bridey, que quiere ser cura pero tampoco tiene vocación.
Y, sin embargo, al final la obra pasa de ser una autobiografía a ser una novela de Misterio, y vemos cómo nada era lo que parecía. Cómo Sebastian y Julia son los seres más sobrenaturales de la familia, cómo pertenecen secretamente a Dios, que respeta su libertad pero les espera detrás de cada esquina, cuando quieras volver, vuelve.