viernes, febrero 21, 2014

Tres años en Logroño y en UNIR... y un poema para celebrarlo

21 de febrero de 2011: una doctora en Ciencias del espectáculo algo despistada aterriza en el Norte para trabajar en una universidad que está naciendo, para ver crecer un proyecto impresionante, para llenarse de ilusión y esfuerzo.
Hace tres años que vine a vivir a esta ciudad de piedra y vino.
Y lo voy a celebrar con un poema que no publicaré en mi libro próximo porque es menor pero que escribí en una de esas noches pensando en asuntos de oficina: Oda negra al Turnitin.

El Turnitin es una herramienta de pago que debemos usar los profesores que dirigimos trabajos de fin de grado: dictamina el porcentaje de plagio de cualquier documento que introduzcas, y además "chiva" las fuentes. El turnitin es el terror de los alumnos, pero lo que ellos ni vislumbran es el sudor frío que acomete al pobre director cuando se encuentra con un porcentaje al rojo vivo...

Por eso, y porque mis compañeros de oficina son el noventa por ciento de mi felicidad en la Rioja... aquí dejo el poema.

ODA NEGRA AL TURNITIN
(Dedicada a Mónica Clavel
y a todos los profesores de la Universidad Internacional de la Rioja que dirigen TFGs)

¡Oh, captador de plagios rutilantes!
Terror de las pantallas enemigas,
cuantitativo, inexorable, gris,
el dedo acusador de todo "paper".

El mundo era más fácil sin tu sombra
pero menos exacto, lo confieso.
Los alumnos te temen, pero menos
que yo, deshojador de margaritas.

Pues abro mi PC tan confiada,
pensando: "será todo blanco, limpio",
y sin piedad me ruges: "treinta y tres
por ciento". Di, ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Eres la solución, dicen algunos
y no el problema, pero los sudores
acuden a mi frente por tu culpa,
chivato cejijunto  y cibernético.

viernes, febrero 14, 2014

Bajo la lluvia, en la estación de autobús... y sin un solo libro

Las estaciones de autobús son funestas. Te lo digo yo, que me he tragado unas cuantas. Saben mal, a rancio.
Recuerdo la antigua estación de autobuses de Pampaluna: paredes pintadas de amarillo pollo con desconchones. Rincones oscuros y jeringuillas. Señor con boina y nariz larga que me declara su amor infernal. Yo haciéndome la sueca y él, detrás. Y esta conversación:

- ¿Estás casada?
- No. (Pazguata de mí, por responder y por responder la verdad.)
- Entonces, ¡te casas conmigo?
- No.
- Mujer, entonces solo como amigos...
¿Como amigos nos casamos?, pensé. No dije nada más. Pero diez años después, revivo el ambiente de desconchón y decorado color yema de huevo.

Es domingo, salgo zumbada del hotel donde he pasado setenta y dos horas trabajando con breves intervalos de sueño y partidas de Monopoly con mis primos. Salgo pensando: por encima de Carlos Quinto me voy a Algeciras a ver a mi amiga Merl. La ciclo génesis explosiva me estalla en plena cara. El viento se me lleva el paraguas, que vuela volteado y yo agarrada a él. Lágrimas heladas y aparición de un viejecito que me grita:

- ¡De frente, de frente!

Y al cielo con ella, digo con él, mascullo.  Pongo el paraguas de frente mientras pienso que aquello también es un símbolo.
Pillo un taxi pero aún así llego a la estación de autobús calada, el abrigo hace chop chop y mis botas que en el Norte son impermeables, en Sevilla se ríen de mí.
Directa a la ventanilla. Compro un billete para Algeciras y veo que tengo nada mas y nada menos que una hora para disfrutar antes de mi viaje. Una deliciosa hora en el infierno. Fuera la lluvia golpea enloquecida.  Dentro hay un catálogo de miserias por los rincones.
Hay una gotera, y un hombre que tiene un ojo más grande que otro. Y claro, mira mal.

No sé dónde ir. Al fondo veo un cuartito guarecido bajo el cartel de "cafetería", y no hay casi nadie.
Entro y veo a una camarera joven, una pizarra donde pone "tenemos menudo" y un policía con porra.
- ¿Me puedo sentar aquí?
- ¿Quieres menudo?
- No, solo una botella de agua grande.

Al final pido también un trozo de tarta de manzana de plástico. Sabe a goma con gelatina y una lámina de manzana de verdad pegada, como un espejismo.
La camarera pone la radio. Suena una música de jazz, los cristales están empañados. De pronto me siento en casa, protegida. No tengo nada para leer, el móvil está casi muerto. Solo puedo pensar y escuchar la música para entretenerme.
Pienso en la lluvia, pienso en el viaje. Rezo un poco. Canto canciones de Dani Martín en mi interior cuando se acaba la música de Jazz. Me imagino a la camarera vestida con cofia y delantal almidonado. Y me imagino que el guardia de la porra es su novio cuando se despide de ella diciendo. "adiós, chiqui".


Subo al autobús entre cortinas de agua y mareas de viento. Le pregunto al chauffeur por el cinturón de seguridad, no lo hay. Me siento, tarareo los primeros acordes de Peter Pan de El canto del Loco y susurro: "Dios mío, Tú eres mi cinturón de seguridad". Arrancamos.

viernes, febrero 07, 2014

Cosas que no recordaba de Sevilla... o tal vez sí

En Sevilla los paraguas no se abren: se encienden.  Porque la lluvia ataca tan gris y diagonal que debajo del paraguas te sientes a salvo, como en casa. Una casa encendida.

En Sevilla hay taxis por la calle. La luz verde grita puedes, podemos, alegría feroz. Ver un taxi libre es ver mil mundos, mil viajes por hacer. Es ver tu día que comienza, saber que tiene mil pasajeros y luz verde, las puertas infinitas en un solo minuto de trabajo.

En Sevilla hay naranjos que sonríen. Son árboles de sol, bailando siempre.

Los taxis, los naranjos y la lluvia han sido siempre motivos recurrentes en mi poesía.  Y ahora me doy cuenta de que mis últimos poemas escritos en Logroño vuelven a reincidir en ellos: son un símbolo de plenitud, han trascendido. Los árboles y taxis sevillanos se mudan al Norte... en unos pocos versos.