jueves, agosto 28, 2008

Los adioses

Pronto dejaré Maestu, y son muchos los detalles que añoraré.
El olor a leña que desprenden ciertos rincones del pueblo, incluso en verano. El fondo de montes azules. El silencio tranquilo de las noches. El gesto ancestral de buscar agua en la fuente, con botellas de cristal antiguo, como de lechería.
Nieves despiezando magistralmente un conejo, entre olores de sangre, fruta y dulce de membrillo. Las ermitas perdidas en el valle, "mañana domingo misa en Apellániz." Hay cien angelitos en este retablo, dice mi tía Maite.
La hierba, el heno, los polvos de talco, el jabón Dove.
Septiembre traerá sus propios aromas nuevos.

sábado, agosto 23, 2008

Sigo

Han terminado los días de lluvia y hace un sol picajoso, arisco, frío por las mañanas, que provoca toses maléficas. Mi bisabuela solía exclamar, "¡aprieta, costipao!", y en el pueblo de uno de mis tíos le llaman andancio al mal de tripas... Así estoy yo, prisionera entre ambos males, con algo que me sube del estómago a la garganta y no me deja respirar. Aprieta, costipao, que viene el Andancio.
Y, entre medias, la sequía. Pero eso no es novedad: me ocurre en todos los veranos.
Sigo.

martes, agosto 12, 2008

In memoriam Pau

Un día, Fidel Villegas me dijo que mis gestos le recordaban a veces a los de Pedro Antonio Urbina. Cuando le conocí en persona pude calibrar la inmensidad del elogio. De Pau me gustaba, me gusta, su elegancia al vestir un abrigo de invierno, su seriedad cuando dijo que Infiltrados era una mala película, su traducción de las Confesiones de San Agustín. Estuve con él en un café antiguo de Madrid, con espejos y lámparas, hablando de poesía. Pablo Moreno tiene una foto de aquella tarde de diciembre, frío y sol.
Se nos ha ido un poeta, pero hemos ganado un poeta. Cuando alguien llena de sentido su vida, de un modo tan claro e intenso, su muerte no puede ser otra cosa que algo lleno misteriosamente de sentido.

jueves, agosto 07, 2008

Maestu on line


Por fin he llegado al campo. Por las mañanas el sol pone reflejos amarillos en el césped de nuestro jardín. Por las tardes, la tierra huele a tormenta. La lluvia moja el mirador de cristal mientras mi abuela dice entusiasmada: "es la furia de Dios". Y le gusta. Mi abuelo me dijo, "son fuegos artificiales, ¿qué te apuestas?" Había anochecido. Y yo, que sabía que eran truenos y relámpagos, no quise pedir la mitad de su reino. "Una cena". Y me debe una cena en Los Roturos.
El sol mira mis compras matutinas, la cesta con los huevos, el campanario, la fuente. La lluvia me empuja a leer libros. La Divina comedia, por fin. Cada día un canto, me aconsejaron, y lo combino con Agatha Christie y Wilkie Collins. Y ahora, la pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, que es deliciosa.
Así todo el mes, espero.