miércoles, noviembre 28, 2007

Adaldrida furiosa (o el poder de la mente)

Hace algunos años venía con mucha frecuencia a mi mente la imagen de un hombre con traje impecable, manos implacables y "mirar de fuego detenido". Sus ojos tenían un poder terrible, sonreían con seriedad. Con el tiempo se convirtió en un tema literario, lo que no tuve nunca ni tengo ni tendré. La imagen palidecía.
Ahora, ese hombre es para mí una prueba evidente de que la tentación se puede superar. Con tentación no me refiero a algún trato carnal que no fue nunca posible, sino a dejar de ser dueña de mis pensamientos. Un mundo paralelo en el que él y yo... Y la imaginación deja vía libre a los puntos suspensivos, y qué dulce es la cuesta por la que rodamos sin remedio.
Ante eso sólo vale la humildad de saberse frágil, de ejercitarse en movimientos de despego, maniobras de distracción. En ocasiones la única estrategia es olvidar que hay algo que olvidar. Lo dice Mai Meneses: "Si supieras cuánto tiempo gasto al día para no pensar en ti..." Ahora, cuando alguna amiga me confiesa que "no pudo evitarlo", sin juzgar a nadie soy yo la que no puedo evitar preguntarme, "¿de veras no pudiste?"

jueves, noviembre 22, 2007

La abuela María

Ahora que llega Diciembre y el Corte Inglés se apresura a forrar sus pasillos de alfombra roja, se levantan las voces de quienes aborrecen la Navidad. Tienen todo el derecho. Hablan de hipocresía, de consumismo. Yo no reniego del consumismo, precisamente porque no soy hipócrita. Si me entusiasma regalar y que me regalen, ¿para qué entonar lamentos jeremíacos? Y comprar, con moderación, pues también.
Por lo que no paso es por el momento fúnebre de quienes dicen: "cuando se ha perdido a alguien ya no es lo mismo..." Es como si sólo ellos hubieran sufrido ese tipo de pérdidas. A mí se me murieron de niña mi abuelo y mi bisabuelo, pero la infancia suele borrar esas heridas. Recuerdo a mis tías llorando. De mis dos abuelos recuerdo que eran perfectos caballeros. Mi abuelo se convertía en niño durante el mes de Diciembre, porque le volvían loco los niños y la Navidad. A mi bisabuelo le entusiasmaban los Álvarez Quintero y los musicales de Fred Astaire, como a mí.
Lo que sí ha sido una pérdida en toda regla, y duele, es lo de mi bisabuela. Murió hace dos años, tenía cien. Era dulce y firme, tenaz y muy lista. Le gustaba la política y la Bolsa. Le gustaba Rajoy y no le gustaba Arzallus. Se santiguaba antes de encender la tele, pero no dejaba de ver el telediario. Ni de leer el ABC, "doña María, que no es la Biblia", solía decirle el cura. Le gustaba rezar. Era ecléctica rezando. Fue de las Marías de los Sagrarios y de las Conferencias de San Vicente, y asistió a los círculos que imparte el Opus Dei. Todo le servía...
Le gustaba hablar conmigo. Se le encendían los ojos. Y a mí. Y también me decía aquello de "qué bien que siendo tan jovencita vayas a Misa todos los días, qué alegría me das" Y al oírlo, si llevaba yo digamos un tiempo despistada, decidía espabilarme. Sólo por verla sonreír.

miércoles, noviembre 21, 2007

El día D

¡Acabo de depositar la tesis! He depositado mi tesis, he terminado de leer la autobiografía de Chesterton y he comprado la barra Kisskiss de Guerlain en tono Cuivre ardent, y para celebrerlo todo, os cuelgo la lista D[e cosmética] ¡¡¡Viva la frivolité!!!

Los mejores productos de La Roche Posay:

Esta marca me encanta, tienen talco líquido (“Talcofluid”), tónicos hidratantes y cremas para todo tipo de pieles. Si dais con una farmacia que lo venda todo, mirar el expositor es una fiesta. Yo me lo paso casi tan bien como con Guerlain, Mac o Bourjois, mis otras marcas favoritas.
Me entusiasman sus productos de maquillaje, sobre todo el Fond de teint Unifiance fluid “alisado óptico”, y el corrector en tarrito (Unifiance Touch pro) que lo tapa todo, todo y todo. Es mágico, se funde con la piel por lo que puedes llevarlo en zonas estratégicas sin tener que añadir más pote encima, y está probado en pieles atópiocas y acneicas.
De cremitas me gusta sobre todo la Toleriane: hidratante, calmante, rica en agua termal, sin alcohol ni aceites, y los protectores solares. El agua termal de LRP es buenísimas, y cuentan maravillas de sus desmaquillantes.

domingo, noviembre 18, 2007

Conocerse

Hoy toca teología. O filosofía de la religión, no lo sé. El caso es que he pensado de pronto en cuánta gente fue educada en la fe católica y perdió esa fe a los dieciocho, veinte años. O dejaron de ir a Misa, sin más. Este domingo no, el siguiente tampoco.
Dejaron de creer por culpa de las monjas del colegio, que daban coscorrones, o por la dictadura franquista o por la parroquia más aburrida del mundo, o por pura pereza. O se enamoraron y de repente embarazo y boda de penalti. Y ese runrún de mesa camilla en sotto voce, de sacristía rancia, con prisas y el padre diciendo "la niña tiene que casarse". Y la murmuración. Todo culpa de los demás, todo culpa nuestra. Por esas rendijas se perdieron. Pero ahora, con cuarenta o cincuenta, recuerdan sus ocho años de rezos a la Virgen y mes de mayo en el colegio.
Pienso en mi caso, que es una historia al revés. Pienso en cómo antes de los catorce la Religión no era nada para mí. Es que no tenía conciencia de mí misma, y me creía buenísima e incapaz de toda maldad. Y esa incapacidad anulaba cualquier inquietud religiosa. Dios era para mí eso que mi madre me decía al pie de la cama, jesusito de qué sueño. Era la media hora más triste del domingo, cuando todo acababa. No había razón para oponerse, ni tampoco para pensar en ello más de dos minutos seguidos.
Tuve que meterme en un lío gordo para empezar a ver la realidad. Tuve que sacar cinco cates y congelarme de miedo y falsificar la firma de mis padres para, cuando todo fue descubierto, descubrir a mi vez que yo no "era" buena, que no lo sería nunca sin Dios a mi lado. Conocerse es saber lo que no tienes, lo que Dios te puede dar.

viernes, noviembre 16, 2007

Númenor reedita la obra poética de Carmelo Guillén Acosta

Menuda noche la de ayer. No estaba preparada yo para el ciclón emocional que se me venía encima. Ya dijo Beades que tras escuchar a Carmelo a uno le entraban ganas de hacer cosas buenas, qué peligro. Qué feliz propósito para un poeta, levantar los mejores deseos en el ánimo del oyente, y qué éxito si los cuentos de la lechera casan por una vez y le sale bien el invento, como aquí ocurre...
Carmelo ayer en el parque de Maria Luisa, en un pabellón iluminado entre palmeras nocturnas. Hablando del amor con ritmo insobornable, actuando con miradas y gestos y esas manos grandes que acompañan a la poesía, ¿por qué todos los poetas tienen manos bonitas? Manos de hombre. Hablando de ríos y cafeteras, y peines y móviles, y amigos y montañas.
Esto es poesía, y ayer nadie quedó incólume. Al principio del recital nos nombró a todos, como una lista poética interminable de amigos congregados al calor de sus palabras. Luego fueron saliendo los poemas de su boca, con el timbre de voz justo, propio de quien se mueve ante el público con toda naturalidad, de quien nombra las cosas con sencillez y certeza. La poesía, dice él, es cuestión de ritmo y amor. De las dos cosas hubo en esta noche, y ambas eran palpables, tangibles, reconocibles. Todos salimos con la misma herida. Ya nada volverá a ser lo mismo.
P. S.: Otro día cuelgo aquí un poema suyo, cuando obtenga su permiso.

lunes, noviembre 12, 2007

amenaza surmenage

La ciudad me parece que está hecha de espejismos. El paraíso está en la otra esquina, una esquina que se escapa. Cuando era niña creía llegar al paraíso cuando entraba en la tienda de juguetes más próxima: "si no os hacéis como niños..." Yo ahora no pido un otoño explendente, un calor dorado y atardecido ni una boina en los días de lluvia. Sólo pido que no se esconda el tiempo pintándome puertas de trampa y cartón: si dije esta semana, esta semana debe ser. Y de vez en cuando esconderme en este cuarto con chimenea, para poder decir tonterías hermosas sin rigor alguno.

jueves, noviembre 08, 2007

Sueños inocentes...


Hoy he soñado con la guardería a la que fui de niña: espacio imposible, porque lo derribaron hace tiempo. En el sueño se había convertido en una dependencia de la Junta, y caminaba yo por aburridas salas de funcionarios que sellaban carnets, diciendo "aquí me manché un dedo con pintura azul". El funcionario con cara de ratón y gafas redondas levantaba la vista, sorprendido. "Y aquí había un columpio blanco, porque ésto era el jardín".
De ese columpio nos caímos una vez. Era grande y de metal blanco forjado, con remates dorados en las esquina, y cabían unas cuatro personas. Pero nosotros éramos cuarenta, todos en tropel. Buscando cochinillas por el suelo lleno de barro. Olía a una mezcla de barro, vida submarina y pastelitos de la Pantera Rosa.
Y había también una escalera negra, de mármol: la teníamos que bajar a las cinco de la tarde para merendar tres onzas de chocolate con pan. Había carreras y tropezones, yo bailé por aquellos peldaños en sentido inverso. Dolían. Pero luego el chocolate sabía a cielo después del purgatorio. Con nueve años pensé en aquella tarde y me dije que el purgatorio era una escalera negra que había que bajar rodando, si luego querías chocolate: el purgatorio o la vida.

viernes, noviembre 02, 2007

Invierno

La música del reloj en la cocina es la música del invierno, de todos los inviernos.
En la cocina hay una mesa redonda con mantel de limones estampados, y una lámpara flota sobre la mesa, con una bombilla grande que refleja mi cara. Siempre que leo aquel poema de d´Ors que empieza diciendo “qué dicha no ser Basho” pienso en la bombilla grande de mi cocina, e imagino una escena de amor cotidiana entre fogones. Con las mejillas rojas por el humo.
En mi cocina hay también un radiador, que la convierte en el cuarto más apetecible del invierno. Allí traslado a veces mi PC y los folios en cuarto creciente de la tesis, y al oír el tic tac pienso en Machado y en el invierno. Pienso también en mis días de colegio, cuando llegaba a las seis y media con los deberes sin hacer. A las seis caía la noche a plomo sobre la cocina, sobre la taza de cola-cao y el libro de matemáticas esperando. Siempre era de noche cuando batallaba con los números, el sudor frío y la ausencia de sol.
De niña nunca escuchaba la música del reloj en las largas mañanas de verano, y el tiempo me parecía algo que sólo pertenecía al invierno.