
Octubre comienza, y pronto empezaré a deslizarme dulcemente hacia el Adviento, hacia el aroma del humo, hacia mis sueños parisinos que se diluyen a medida que arrecia la crisis. Adios, Dama del Unicornio. Adios, ignorado colorete de Nars. Adios, calles llovidas, piedras decimonónicas. Os doy el pésame en mi pensamiento, donde todo duele, donde todo es real.
Este domingo de lluvia me lleva a la orilla de mis domingos en Pampaluna. La radio en la cocina, la luz en los visillos. El gato en un rincón, jugando con una bola que tenía luz por dentro. Fluorescente, que significa "iluminado por dentro".
El tiempo no existía. Las horas fluían líquidas entre las sábanas blancas, y luego en la cocina, con el runrún acogedor de la radio. Si hacía sol, me imaginaba un limonero plantado en las baldosas. Visitado por la luz vertical de los cristales. Si llovía, me veía en medio de la eterna lluvia de París.
Y luego me demoraba en el Obrador, que olía a café y a bollos, a frío amortiguado y a leña. Con una enorme revista en el regazo. A la una y media, misa en Santa Vicenta María, con aquel coro que tocaba una música como de Navidad en el medievo, y salmodiaba aquella letanía consoladora: "nada nos separará del amor de Dios". Música sobre música.
P.S.: El cuadro es de Merl.