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lunes, enero 09, 2012

El Primer Regalo de Reyes

Porque un libro es un regalo...

Este año, los Reyes Magos hicieron su entrada en mi vida el cinco de enero, y no en el salón de mi casa familiar sino en una librería que, por supuesto, era la librería Castroviejo. Repleta de música clásica, madera y sol.

Entré por casualidad, después de ver a Sus Majestades bajando del helicóptero amarillo en las Gaunas. Así es La Rioja: un campo de fútbol repleto de niños agitando pañuelos, villancicos tronando por megafonía y el alcalde (hoy alcaldesa) recibiendo la embajada real. Siempre se me eriza la piel, mitad por el frío mitad por la magia. Vuelvo a creer.

Pero los Reyes magos a veces se despistan, olvidan un último regalo y tengo que acercarme a mi rincón favorito para comprar la novela Grandes esperanzas de Dickens. Y, de paso, Lo que ha llovido de Enrique García-Máiquez.
El mejor librero del mundo envuelve sus libros cuidadosamente. Se detiene. Me mira. Y musita: "espera un momento..." Con el corazón en vilo y cantando, espero.
Y regresa con un librito de los años setenta, de uno de mis poetas más queridos ¿Lo tienes? No, no lo tengo, y es uno de los pocos que me faltan.

El librero es Gaspar. Me ha engañado. Y, con una sencillez regia, me tiende el precioso cuadernillo diciendo: "pues para ti".

sábado, octubre 15, 2011

Feria del Libro Antiguo en Logroño

Mañana dorada de septiembre... El reflexivo septiembre, lo llamó Lord Scutum: risueño, somnoliento, suspendido entre dos tiempos distintos... En La Rioja, este año, su clemencia se ha ido alargando suavemente, y ahora es Octubre.
En el parque de El Espolón han colocado una hilera de casetas y lo llaman Feria del Libro Antiguo..., y como mi voraz pasión por el maquillaje sólo se ve eclipsada por mi violento amor por la lectura, he acudido, en la dorada mañana del día del Pilar.
En casi todas las casetas había un revoltijo de cosas nuevas y viejas, mucho esoterismo, muchos ejemplares del Principito y de Juan Salvador Gaviota y mucho libro de cocina. Había un stand repleto de libros de los Hollister, Ester y Torres de Mallory, lecturas juveniles de mi infancia, y tebeos amarillos ya del capitán Trueno.



En cambio, en el puesto de la librería Al Tossal, encontré por solo diez euros  nada menos que los Diálogos de Platón, encuadernados en dorado y rojo. Tenían muchísimos libros encuadernados así, o con los lomos en verde esmeralda y plata, y tras la combinación de pasta, cartón y papel rancio se vislumbraba un amor inquebrantable. Me llevé también un fascímil de barajas antiguas, inglesas del año 1689. Y un compendio de cuentos de hadas de la Condesa de Segur (qué buenos ratos pasé, con trece y catorce años, leyendo Juan el alegre y Juan el gruñón...)




Un poco después encontré la caseta de la librería Prim, de Valencia. Tenía apilados en grandes montones cenicientos un sinfín de cuadernillos de La Novela Teatral, y me entretuve buscando por más de media hora algo de mis adorados y perdidos Álvarez Quintero... No encontré nada. No están de moda. En lo que llevo de vida en Logroño (un semestre largo) he tenido ocasión de ver dos comedias de Jardiel Poncela en el teatro, pero Serafín y Joaquín... no aparecen por ningún lado.
Por puro consuelo me llevé dos folletos de carlos Arniches, uno del año 1917 y otro de 1922. Se me rompen entre las manos de puro amarillo y antiguo, ¡qué gran emoción!

( P.S.: La primera imagen la he sacado del blog de la Librería Praga, y la segunda, de la página web Todocolección. Hubiera querido ilustrar el post con fotos mías, pero mi móvil se ha declarado en huelga y no envía por email las imágenes que disparo...)

jueves, junio 02, 2011

Lauda, por fin... ¡y yo a mil kilómetros!



A mil kilómetros..., así comenzaba una canción del cantautor Fernando Arduán. Tenía ritmo pegadizo, tenía voz rota, de susurro y luz de vela, y tenía una música inolvidable.
No supe al escucharla que algún día entonaría yo esos primeros acordes con auténtica tristeza... y con orgullo.

A mil kilómetros de mí, dentro de una hora, se presenta en la Casa del Libro de Sevilla el último libro del gran poeta Pablo Moreno, Lauda. Sólo él y yo sabemos lo mucho que he luchado por esos grandiosos poemas, cómo batallé para que no terminasen cerrados en un cajón. La Belleza sirve para celebrar el mundo, para iluminarlo.

No se hizo la luz para esconderla: yo vi esa luz en sus comienzos y la reconocí. Poco a poco, con el permiso del autor, irée desgranando aquí algunos poemas.

Por eso Pablo escribe en las dedicatorias que soy la madrina de esta nueva obra, la mejor de su trayectoria. Y yo alzo mi copa desde el Norte, con nostalgia y con orgullo... un orgullo que raya en alegría.

martes, mayo 17, 2011

Corina Dávalos, el Paraíso de un poeta

Tuve la inmensa suerte de presentar el primer libro de Corina Dávalos en Madrid, el sábado 2 de abril. La emoción que siento repasando sus páginas se puede explicar tan sólo a la luz de sus impecables poemas, pero en mi caso hay mucho más: si se me permite la inmodestia, diré que yo vi cómo se hacía este libro, vi nacer a Corina como poeta. Vi cómo crecía desde aquel primer y breve poema “Tenacidad” que apareció en su blog aquel miércoles, 28 de junio del 2006:



Todo el santo día
aporreando las teclas
y el verso que no abre
ni por educación.





Y al final, sí que abrió el verso. En poco tiempo, toda una explosión de poesía invadió el PC de esta filósofa, periodista y poeta ecuatoriana, como una esperanzada ventana al mágico mundo de las sílabas contadas.

Un hombre vale lo que valen sus amores, y del mismo modo puedo decir que un poeta primerizo vale lo que valen sus maestros. En esto, como en tantos otros detalles, Corina muestra una voz que no titubea: sus referentes tienen el peso y la talla de Miguel d´Ors, Anna Ajmatova, Enrique García-Máiquez o Wislawa Szymborska. Como bien afirma Javier de Navascués, con semejantes maestros no nos sorprende la maestría de esta nueva poeta.

Los rasgos más sobresalientes de este primer libro son la transparencia, la delicadeza, el pudor, un optimismo reflexivo y cierto colorismo local que recuerda a su tierra en poemas como “Niñez”.


Recuerdo ahora mi infancia, los días
siempre llenos
de abejas y cometas de carrizo,
la luz en estampida de mañana
y el coro discordante de pájaros indianos.


El centro del libro es un solo verso: ¿Qué es la esperanza, sino memoria del Paraíso? Lo percibimos como una vuelta de tuerca al mítico “se canta lo que se pierde” machadiano. Pérdida y esperanza se dan la mano en este poemario de recuerdos hermosos y tranquilos: se evoca un pasado feliz y se sueña con un futuro que parte del presente actual y que se augura también feliz gracias a la esperanza. Toda esta ópera prima está repleta de paraíso: un milagro cotidiano que fue y que se aguarda.

El mundo “baila” ante los ojos asombrados del poeta. Un velo mágico envuelve las palabras, ya que Corina Dávalos habla del amor con pudor.


[…] Y yo prefiero en cambio aquella esquina
concreta que dibuja mi memoria,
allí donde bien lejos de los flashes
hablaba el corazón sin defenderse.

El banco con astillas de aquel parque,
el sol de un día azul de entre semana,
las hojas primerizas de septiembre
y el rostro que de pronto se sonroja,
pues sabe que no dejo de mirarle.


Versos en endecasílabo, con una musicalidad tranquila y gran fuerza interior. A veces despunta la ironía, un humor sutil que se vislumbra sobre todo en los títulos: un pota se descubre en cómo titula sus poemas, tenemos un gran ejemplo en el llamado “Geometría descriptiva”.) Este humor se deja ver también en los haikus de la autora, imágenes condensadas con maestría:

“Cuidado, muerde”.
Junto a la casa en ruinas,
dormita el perro.

Abunda la metáfora que contrapone sombra y luz, pero una vez más trascendida: en varios poemas del libro la luz nace de la sombra. De igual modo, la auténtica fuerza de la autora se expresa en estas páginas en voz baja, y la alegría de los cuadros verdes que lucen en la portada se atempera con la hondura de muchos de sus versos.



(Publicado en Esmirna. La fotografía pertenece también a ese blog. Quiero agradecer a Javier Sánchez Menéndez que me enviara el libro, a Corina que me ´regalara otro ejemplar dedicado, y a Juan Meseguer que me invitara a la tertulia de Esmirna donde tanto disfruté.)

martes, febrero 15, 2011

Una aproximación a Baltanás

Estoy leyendo de nuevo el último poemario de Enrique Baltanás, Trece elegías y ninguna muerte, porque me han pedido una reseña para Poesía Digital. Es un libro poderoso. Los anteriores libros de Baltanás no me parecieron tan poderosos, incluso este no me lo pareció tanto en una primera visión. Es un libro que se abre y crece y crece a medida que lo lees, como un bosque, igual que un laberinto. Comienzas a leer con los pies en la tierra: sabes muy bien a dónde vas, nada puede sorprenderte: ahí te encuentras el estoicismo bien medido y la frialdad exacta.
Pero no. Tras volver algunas páginas estás abriéndote a otros mundos. Gigantescos. Como una sinfonía coral que nunca cesa.

Existen muchas formas de reseñar un libro. La mía es desesperante pero funciona: me leo los poemas uno a uno, muy despacio, a sorbos, de manera cansiiiina. Y escribo con un lápiz un sinfín de anotaciones. Y flechas hacia arriba y hacia abajo. Luego leo muy rápido los poemas, y las anotaciones de los márgenes. Cotejo lo que hay de sorpresa, lo que coincide en todos ellos. Me meto en internet para ver lo que otros han dicho, pero eso más tarde.

Comencé a leer despacio el viernes, en mi último día de trabajo en Sevilla, durante una hora de guardia. Mi última hora de guardia.
El que no es ni ha sido maestro no sabe lo que es una hora de guardia en un colegio. Es el infierno en la tierra. A una colega tuya se le ha roto una uña o se le ha calado el coche, y te deja a sus deliciosos monstruos para que los cuides y les mandes callar hasta el infinito.

En esta ocasión los monstruos eran deliciosos de veras y me dejaron leer tranquilamente, con un millón de post its rodeando mi cabeza metida en el libro. Estaba escribiendo algo sobre las anáforas cuando me interrumpieron. Las anáforas, como en este poema mesanciano, son un dardo que sumerge al lector en un círculo obsesivo de belleza, pura y rotunda belleza.
Una niña que no trabajaba pero al menos guardaba silencio me estaba contemplando.

- Profesora... ¿qué lee?

- Un libro...

- ¿De poemas? ¿Suyo?

- Nooo. De un poeta profesor de la Universidad de Sevilla...

La niña me mira, muerde el extremo de su boli, se ruboriza y calla. Al ir a consultar la hora, veo de reojo mis mejillas rojas en los dorados antiguos de mi nuevo reloj. Yo también me había sonrojado. Qué secreto, recóndito, el acto de leer un poemario.

viernes, enero 21, 2011

La (Buena) Vida Literaria

Qué noche de magia poética nos han ofrecido Javier Sánchez Menéndez y la Casa del Libro de Sevilla. Qué breve el tiempo real y qué largo el futuro en el que todo se recuerda. Qué rápida transcurre una tarde, pero luego qué lentamente se contempla y saborea.

El autor de dieciocho puntos incendiarios sobre la vida literaria nos ofrece un auténtico disfrute poético, recital tras recital. Antonio Rivero Taravillo aplaude, como no podía ser menos, su tarea, y se le nombra Quijote en estos tiempos de extravío. Pero él tiene una explicación más sencilla y rotunda: mientras otros gastan su dinero comiendo langosta a diario, él prefiere publicar la poesía que le gusta. Y ofrecérnosla.




El día 19 de enero se presentó en La Casa del libro el poemario Poesía para niños de 4 a 120 años, publicado por el propio Sánchez Menéndez, José María Jurado y Jesús Cotta en la Isla de Siltolá. El libro, del que por cierto se habla hoy en el diario ABC, recoge poemas de los mejores poetas vivos del momento, aunque con alguna laguna (la ausencia de Carmelo Guillén Acosta es la más honda). Si quieren leer dos o tres joyas que atesora este libro-joya, les recomiendo visitar el blog de Ramón Simón, que ofrece fragmentos y hermosísimas fotografías salidas de sus manos en un mágico blanco y negro.




Lo importante de este recital fue el público: no había sillas, sino globos. Una impresionante marea blanca de globos, piruletas y libros. Niños jugando sobre una alfombra que susutituía al tradicional patio de butacas. Cuando la poesía comenzó, abrieron mucho los ojos, se sentaron en los brazos de sus padres o en el suelo, entre globos que iban estallando. Fue un recital con música de petardos, pero sin un solo grito, sin una llantina. La poesía amansando a las fieras. Una niña de dos años miraba fijamente los gorros y sombreros de los antólogos, mientras Jose Julio Cabanillas hablaba en voz queda de su gata Jueves, o Elías Moro recitaba una espléndida lista de objetos convertidos en poesía.



Toda esta magia es posible en la fabulosa isla de Siltolá.

jueves, enero 13, 2011

La laaaarga cuesta de Enero...

Encontré esta viñeta en el blog de Morgan, "No sin mis labiales"... Ella la colgó a la vuelta del verano, pero a mí me cuesta mucho más volver de las Navidades.

Diréis que estoy muy silenciosa... y tendréis razón. Durante la primera semana de enero disfruté en silencio de mi felicidad navideña, y en la segunda semana del mismo mes estoy reponiéndome, en silencio también, del desierto emocional que supone el fin de las vacaciones... ayayay.

Sin embargo hay luces que brillan y me consuelan: el conjunto de tres relatos de Edith Wharton que compré en Castroviejo, y cuya lectura me llena de una alegría soleada. El precioso librito de Irene Nemirovsky que me regalaron los Reyes Magos, y cuya lectura me llena de una rara alegría oscura. Y este post de Enrique García-Máiquez que no puedo dejar de leer, y cuya lectura me llena de una alegría... épica.

sábado, diciembre 04, 2010

Crónica Cabanillas/ García-Máiquez



Como no tengo una buena foto del pasado recital, cuelgo esta de las hojas en la lluvia, aquella tarde, un poco antes de meternos todos en el Aula Luis Cernuda para escuchar la luz. Disparó el flash mi amiga Merl, que entre el público sonreía con sus ojos de duende.

Primero recitó Jose Julio Cabanillas. Es peculiar lo que sucede con este hombre: traje gris, voz de penumbra y tono pretendidamente otoñal, todo parece ceniza cuando empieza... y de repente la luz. El mundo de la poesía se divide en dos: los poetas que brillan y las que ni a fuerza de malabares consiguen un mísero chispazo. Jose Julio pertenece al primer grupo, a pesar de esa humildad tan extrema que parece apagarle en el comenzo. Un brillo que se abre paso entre la lluvia, que nace de palabras musitadas. Había que aguzar el oído para escucharle, y así, con el cuerpo en tensión y el alma prendida, te llegaban los poemas inéditos para desarmarte y destrozarte la vida a base de pura belleza. Versos en romance, versos de arte menor con sabor a infancia, endecasílabos que huelen a vestido de domingo. Versos de "mucho misterio", como diría él. Poemas casi místicos. Asistimos al nacimiento de un nuevo tema en la poesía de Jose Julio: la muerte de la madre. Yo había oído hace tiempo ya un poema dedicado a su abuela muerta, que tocaba el piano en la casa familiar, y el nieto regresa y junto a piano mudo recuerda. Pero los poemas a una madre son hondísimos: recuerdo ahora los de La vida es lo secreto de Carmelo Guillén-Acosta.




Luego recitó Enrique García-Máiquez, que también acaba de perder a su madre y cuyo libro, recién salido del horno, se divide entre una ausencia tan grande y la maravilla de haber tenido una hija "por sorpresa". El poemario es un auténtico tesoro, cuya flamante portada no acierta a vislumbrar los aciertos que hay entres sus páginas. Sin epítetos altisonantes, sin renunciar al juego de palabras ni a la lírica de cuarto de estar que tan sabiamente maneja Enrique, terminó dejándonos embobados. Y un poco escépticos. En un par de ocasiones durante su lectura dijo el autor que sus poemas son ahora más elegiacos que antes. Puede ser, pero hay tanto de himno, de acción de gracias en su poesía, que incluso entre las penas rebosa la canción. Yo no dudo de sus propias palabras, puede que como él asegura esté inmerso en la temida crisis de los cuarenta, pero lo que se ve por fuera es una alegría tamizada por la ironía y un guiño de nostalgia aderezado con sorbos de metaliteratura. Y los versos que dedica a su hija son absolutamente deliciosos. No se puede devorar sólo uno, como sucede con las patatas Lay.

Por cierto, que "salgo" en el libro: ¡me ha dedicado un poema! No voy a fardar poco, de ahora en adelante...

domingo, noviembre 21, 2010

Recitaaaaal

¿Os gusta Les Luthiers?
El viernes 26, a las siete y media, los geniales poetas Enrique García-Máiquez y José Julio Cabanillas recitarán en la Facultad de Filología de Sevilla.

Lugar: Aula Luis Cernuda (junto a la Conserjería.)
Hora: 19,30.
Día: Viernes, 26 de Noviembre.
Organiza: Rocío Arana.
Colabora: Decanato de Filología.

¡Os esperamos!

jueves, noviembre 11, 2010

LLegaron libros

Estoy en deuda de gratitud con Javier Sánchez Menéndez, director de la Fundación Ecoem y editor de Siltolá. Siempre me envía sus libros y siempre los recibo con la misma ilusión de colegiala: el paquete marrón cruje en mis manos, al rasgarlo, y del interior oscuro sale a la luz un aroma de papel recién hecho, de tinta fresca aún.


LLegaron a mi casa tres libros como tres caramelos: alegres y coloridos por dentro y por fuera. El de Corina Dávalos tuve el placer de ver cómo nacía, de impulsarlo y hasta de corregirlo, y ahora que lo veo ya vestido de cuadros verdes, un verde esmeralda que enamora, hallo un nuevo poemario... más sereno, más brillante, más irónico y a la vez intimista que cuando lo conocí.



El sincretismo gobiena mi escritorio en estos días, ya lo veis: a los poemarios de Siltolá se suman Perder y ganar del beato Newman (sí, de nuevo estoy leyéndolo, ¡no me canso!), el beauty book de la revista Elle (maravilloso), el suplemento de belleza del Vogue que no me ha gustado nada y terminó en "el cubo de los papeles", El cuarto de hora de Oración, de San Enrique, y Sociedad limitada de Miguel D´Ors.
Todo se superpone ante mis ojos, en una sinfonía frívola y profunda.

jueves, octubre 28, 2010

Rechazo político, flechazo poético

Comenzaba el recital. El presentador tenía cara de saberlo todo y, a la vez, cara de guasa infinita. Así, sin anestesia, se declaró izquierdista y progre, y agnóstico creo aunque no recuerdo bien. Luego se declaró devoto de Chesterton, lector empedernido de su Ortodoxia y admirador de Gómez Dávila. Este hombre me encanta, pensé, ¡qué hombre! Disfrutaba leyendo los blogs de Enrique García-Máiquez y Aquilino Duque, y arremetió contra Juan Manuel de Prada, pero se lo perdoné: a mí tampoco me acaba de convencer del todo.
En la copa que ofrecían después, hablamos de C.S. Lewis y de las memorias de Chesterton. De ese mundo de teatrillos de cartón, el vaso de leche y el caballo dorado. Comentó que detrás de todo aquello se vislumbraba una auténtica alegría, y que despertaba en él verdadera nostalgia.

- ¿Has leído a Newman? -, le pregunté.
- No, pero me apetece leerlo ¿Qué me recomiendas?
- ¿Te gusta Oxford?
- Muchísimo.
- ¿Y las discusiones teológicas de fines del XIX?
- También.
- ¿Aunque terminen en conversión al catolicismo?
- Me da igual.
- ¿Puedo casarme contigo?

La última pregunta sólo me la imaginé. De viva voz me limité a recomendarle Perder y ganar, publicado en Encuentro. Y, en el autobús de vuelta a casa, le pedí a Dios que sembrara España de progres como él. Después dee todo, no importa tanto a quién votas: lo que de verdad interesa es a quién lees.

lunes, mayo 31, 2010

Libros y ron

Todos los lunes llego al colegio somnolienta, como si fuera una alumna más. Los ojos se me cierran y, en ese justo momento, una compañera de trabajo pregunta con zumba: "¿Has tenido un fin de semana loco?"

Por una vez acertó. Comenzó la locura el viernes en la estación de trenes, recogiendo a la poeta Amalia Bautista de un ave tumultuoso. En el balcón de mi casa guacamole, cigarros y diálogo, mucho diálogo. Y luego el calor extraño de Sevilla, con nubes, frío en la sombra y un sol picajoso. El hotel Doña María: su terraza a los pies de la Giralda. Tenemos a un palmo de nuestros ojos el pacharán con hielo que ha pedido Amalia y la filigrana medieval. Mientras ella descansa, se ducha y yo la espero, me recorre un río por las piernas, llego hasta la Casa de Libro y compro, electrizada, el nuevo poemario de Miguel d´Ors. En la facultad presento a Amalia y ella nos envuelve con su voz suave, de prodigio lento, de tristeza cálida. Le pido que recite el poema del puente, y el de los pies de sus niñas. Ovación cerrada. Cena con ella y con Cabanillas, Baltanás y Marie Christine del Castillo. Cotilleo poético. Jose Julio nos cuenta un cuento surrealista. LLego a casa a las doce, como Cenicienta. Cansadísima. Feliz.

El sábado me bebo los poemas de Miguel d´Ors. Primero de un trago, luego a pequeños sorbos. Saben a niñez y a vacas, a exabrupto lírico, a guasa épica, a epigrama genial. Saben a siempre y a nunca, a otro Miguel d´Ors, a felicidad imperfecta, a rimas libres. Saben a maravilla de nuevo y nunca acaba, a qué bien otro libro, otro río, otra fuente en la que beber, aquí su acólita.

Por la noche, juerga en casa de L. De nuevo guacamole: no había tabasco y le puse cilantro y crema de vinagre balsámico. De postre copas de caipirinha, lima verde invadiéndolo todo. Juegos de cartas y ron, mucho ron. Ron que sabe a matarratas, a me voy a intoxicar, y todos riendo y acusándome con el dedo índice, "has perdido, ¡bebes!" Así que bebo, grito, aúllo. Y me duermo en la chaise longe, entre almohadones. Ya en casa, dando vueltas a las cuatro menos cuarto, medio dormida busco Omeprazol. Mañana arde París, digo mi estómago, si no encuentro la pastilla bicolor que todo lo cura.

Y el domingo me despierto flotando, en medio de una resaca benigna de color champán. Nubes soleadas. Encuentro el librito Blogueína, de José Miguel Ridao, y me lo enchufo en vena hasta la noche, misa de ocho y cine en casa.
Pedazo de fin de semana loco: libros y ron.

jueves, marzo 11, 2010

Islas

Javier Sánchez me hace llegar el número uno de la revista que ha creado, "Isla de Siltolá, revista de poesía", con un consejo editorial envidiable: nada menos que Abel Feu, José Mateos, Luis Alberto de Cuenca y Julio Martínez Mesanza. Lo abro a la mitad, donde las hojas me lleven, como abro los libros que me gustan. Y lo primero que ven mis ojos es un poema de Jose Julio Cabanillas mágico y misterioso, de embrujo.

EL SOL DEL UNICORNIO

Este sol de diciembre,
de plata, casi a oscuras como el ojo
de un único unicornio que aún queda en el planeta

y busca su refugio mientras vive ¿hasta cuándo?
Y cuándo la Doncella que le aplacó la sed,
cuándo el árbol hermoso,
cuándo la rama verde en que vibró la luz.
Este sol de diciembre que mira un unicornio,
este sol de diciembre que miro mientras viene

Ella, hermosa, a llevarme.

II

Sentí pasos del viento que venía
de lejos y muy lejos me llevaba.
Muerte, pues has entrado, ¿ya es la hora?
Y su voz sonó a plata cuando oí:
- La Muerte no; soy el Amor que aguardas.

Luego comienzo por la primera página, y encuentro dos poemas nuevecitos de Miguel d´Ors, ¡qué maravilla! Uno de ellos, llamado 1938, habla de su padre, supongo, en plena guerra y en el frente de los que Rafael Alberti llama enemigos. Se lo leo a mis padres por la mañana, en el desayuno, en medio de un racimo de plátanos y una tostada de jamón dulce. Y entonces me cuenta mi padre una anécdota gloriosa: relata Laín Entralgo en sus memorias que, al filo de la contienda española, se encontró con Eugenio d´Ors y con su hijo. El que años después llegaría a ser Don Álvaro contaba con unos veinte años y se iba a la guerra, pero antes su padre quería nada menos que armarle caballero. Y lo tuvo toda una noche en la catedral de Pamplona velando armas, y a la mañana siguiento lo armó caballero y lo mandó al frente.
Por toda la cocina suenan los chisporroteos de mis carcajadas. Me bailan los ojos. ¡¡¡Eso es una familia verdaderamente genial!!!

p.s.: He estado hablando con Miguel d´Ors y me ha dicho que el qe veló armas era su abuelo, Eugenio d´Ors. No sé cómo rehacer la entrada para no faltar a la verdad, así que lo añado aquói como posdata.

viernes, febrero 19, 2010

Bueno conocido

En Navidad estuve leyendo La edad de la inocencia, de Edith Wharton. La película que hizo Martin Scorsese basándose en ella fue una revelación para mí, allá en el año noventa y tres, y gustándome tanto como me gustan ese tipo de novelas no sé cómo he podido tardar tanto en caer bajo su hechizo.
Será que soy una rancia y una pequeño burguesa con mis costumbres de lectura reposada, y en el fondo me sacan de Jane Austen, Chesterton y Wilkie Collins y ya no estoy a gusto, y si es posible leerme hasta la saciedad un viejo conocido, lo hago con el máximo deleite... Perder y Ganar, de J.H. Newman, por ejemplo. Los libros son para mí como una prenda cómoda que usamos, y volvemos a ella una y otra vez hasta dejarla inservible... Y, del mismo modo que se rompen las costuras, al lomo de cartón le van saliendo astillas, y buscamos el papel celo y empezamos a hacer labores de carpintería.
Me lo dijo mi padre, al ver en mi mesa llena de papelotes el trajinado ejemplar de La luz apacible. Yo lo había escogido como parte del taller de lectura para mis alumnas, pero no tuve cuidado y lo presenté como "una apasionante novela sobre Santo Tomás de Aquino"... y las niñas, que ya sufren al santo en clase de filosofía, me hicieron saber que no deseaban una segunda entrega. Lo dejé en mi mesa, como al descuido, y una noche de cansancio se deslizó por mis manos y quedé enganchada de nuevo, como esos viejos esposos que se dejan seducir por sus mujeres sólo porque un día la ven bajo una luz antigua y nueva.
- ¿Cuántas veces has leído ese libro?
- Mmmmm... Lo descubrí cuando tenía doce años...
Aquel verano. Logroño. Calor sofocante y uñas postizas. El cuarto de jugar. El telediario. La lámpara con su luz derrochando sombras alrededor. Y yo leyendo un libro que me había regalado mi padre.
- Me lo compraste tú... Y bueno, desde entonces, una vez por año, como una cita de amor.
Tengo treinta y dos años. He leído el libro veinte veces. Y todavía me apetece volver a leerlo: lo malo es que ayer alcancé la última página. Y no puedo volver a La edad de la inocencia porque lo regalé en la noche de Reyes.
Es otro de mis vicios raros: regalar libros ya leídos por mí, algo rugosos, que el destinatario sepa que fueron arrancados de mi librería "como la uña de la carne". Y, además, en este fin de semana tengo que leerme Las penas del joven Werther, de Goethe. Me pregunto si sonará en mis oídos la marcha nupcial cuando cruce sus primeras páginas.

lunes, febrero 08, 2010

Desfile de modelos

He comenzado con mis alumnas de Proyecto Integrado (Primero de Bachillerato, entre dieciséis y diecisiete, edad ideal), una actividad preciosa llamada "taller de lectura".

Consiste en que por una hora a la semana se enfrasquen en la atmósfera de un libro elegido por ellas y por mí, al alimón. Tiene que ser una lectura activa, en la que pongan atención a unas pautas marcadas de antemano, haz un análisis de personajes, descubre el mensaje oculto etcétera... El invento terminará en una reseña-exposición-libro fórum, donde el corazón les lleve, lo mínimo es una crítica de dos páginas y lo máximo un debate en la pizarra con argumentos poderosos para enganchar al público en la lectura del libro preferido. Lo ideal es que cada obra tenga dos lectoras y podamos hacer una verdadera serie de "duelos en la cumbre" durante el tercer trimestre.

Hoy era el momento de colocar la primera piedra, de que cada una escogiera el libro en cuestión. He llevado nueve o diez en mi portafolios color topo-falso guatiné, y los iba presentando en plan desfile de modelos, pregonando sus virtudes y generando una pintoresca puja con valores al alza y a la baja.

Decía yo:

- La Pobre señorita Finch, de Wilkie Collins. Siglo Diecinueve, romántico perdido, amor, suspense, dama ciega que recupera la vista y ve que su enamorado tiene un hermano gemelo y entre los dos han armado un buen barullo...

El grosor las había amilanado, pero les atraía el argumento. Allí estaban, debatiéndose entre el corazón y el pragmatismo. Vale, lo leeré yo, dijo una mano solitaria. Adjudicado.

- Persuasión de Jane Austen. Austen, no tengo más que decir. Costumbrismo, ligera ironía, amor y personajes masculinos altamente atractivos y perfectamente perfilados...

Hubo dos o tres posibles lectoras y comenzó la rifa. Y también estuvo muy disputado el libro que Miguel Aranguren publicó en Belacqua y que yo había presentado como "un canto a la amistad, historia de dos amigos que se encuentran al cabo de los años y..." El padre Brown de Chesterton quedó desierto (lo intentaré mañana con el otro Primero), y les divirtió bastante un ejemplar algo raído de Celia lo que dice de Elena Fortún. "Una niña con rizos rubios que salía en la tele, mi madre lo leía", comentó una espontánea. Y varias alzaron ambos brazos a la vez.

La clase terminó con "el cuarto de hora poético", una especie de premio que me he sacado de la manga: si trabajan bien, en los últimos diez minutos les leo un par de poemas de un autor actual que me guste, algo bonito y sencillo que se entienda, que haga reír o llorar. Les encanta. La poesía amansa a las fieras.

martes, enero 26, 2010

Momento friki

El sábado estuve merendando en casa de mi amigo Fernando do Vale Salteiro, poeta portugués afincado en Sevilla. La casa estaba llena de velas encendidas, velas que olían a vainilla francesa. La mujer de Fernando me dijo que las había comprado a cuatro euros en Ikea: yo en Ikea no entro ni aunque me regalen un tractor amarillo, pero pensé que, cuando cobre la nómina, debería darme un paseo por L´Occitane y luego ofrecer aquí una crónica. Creo recordar que tienen velas de té verde, de verbena y de rosa confitada, entre otros aromas.
Había también en la casa de mi amigo un bebé de unos seis meses: su hija Julia, con grandes ojos oscuros y piel recién hecha. Miraba fijamente un loro de peluche montado sobre una peana. Este loro repite lo que tú le digas, me comentó Fernando. Tiene una grabadora y te suelta dos veces seguidas la frase que tú quieras. Y, pulsando un botón, recitó con voz muy seria: "Hay espadas que empuña el entusiasmo." El loro, tras brujulear el verso en su mente electrónica, repitió: "¡Hay espadas que empuña el entusiasmo! ¡Hay espadas que empuña el entusiasmo!" Yo me quedé muda. No sé qué me asombraba más, si el artilugio en sí o las palabras que habían sido elegidas. Sonriendo volvió a declamar: "Y jinetes de luz en la hora oscura." Y el loro: "¡Y jinetes de luz en la hora oscura! ¡Y jinetes de luz en la hora oscura!"
¡Es el loro Mesanza!, acabó de exclamar, muerto de risa. ¡Es el loro Mesanza!, respondió el loro por dos veces. Y los dos comenzamos a sentirnos avergonzados, ¿cómo podemos ser taaaaaan frikis...?

miércoles, enero 20, 2010

Hannah en el Círculo de Bellas Artes

Hace exactamente una semana hice un viaje relámpago a Madrid para ver a Teresuca, amiga mía de los tiempos de Pampaluna que presentaba su primer libro. Después de hacer cuentas acrobáticas sopesando horarios y escudriñando el bolsillo en este resbaladizo mes de enero, decidí que podía, quería y tenía que ir. Me moría de ganas por presenciar un acto cultural tan cerquita de mi adorada librería Antonio Machado, en fin: la conjunción de estrellas estaba claramente a mi favor y, como a Joaquín Sabina, me sobraban los motivos. Fui.
Por la mañana estuve en Nars, practicando el virtuoso ejercicio de mirar sin comprar. Comí con la poeta Amalia Bautista, que me regaló una pulsera de perlas de río. Y a media tarde tomé el metro hacia Banco de España.
Teresuca estaba radiante, la misma sonrisa morena de siempre lucía en su cara, y dijo que no le apetecía nada la típica presentación rollo autobombo por lo que se marcó toda una mesa redonda con dos catedráticos discutiendo acerca de Hannah Arendt, que era la segunda protagonista del día y pasó a primer plano gracias a la modestia de su biógrafa.
Los dos vates eran Alejandro Llano, Catedrático de Metafísica, de la UNAV, y Agustín Serrano de Haro, del CSIC. Se lanzaban entre sí conceptos ingeniosos y cortesías irónicas, y protagonizaron, para gozo nuestro, un tiroteo verbal digno de metralletas de rayos láser. Entre ellos refulgía Teresuca, sonriendo siempre. Se armó un buen debate en torno a la supuesta colaboración de algunos consejos de judíos con los nazis durante la guerra. Unos decían que no, otros que sí, otros que sí pero menos. Hubo cierto revuelo a causa de los términos: a Agustín le escandalizaba el sustantivo "complicidad" y Alejandro se ofreció a retirarlo, pero apuntó que eso no borrará el hecho de que, por miedo o inercia, algunos judíos "trabajaron" con algunos alemanes en momentos verdaderamente trágicos. Mi amiga salió encantadoramente del paso afirmando que la maldad no distingue de razas.
Me quedé con la idea de que colaboración, como las meigas, "haberla hubo", y de que la polémica no había dejado que Hannah ni Teresuca brillaran todo lo que podían y debían brillar.
Me quedé con ganas de más. Me quedé pegada al libro. Y conocí al Manuel Oriol, el director de Encuentro. Adoro esa editorial desde que publicaron en ella Perder y Ganar, de John Henry Newman. En el tren, cansada, pensaba en Louis Armstrong. Qué mundo tan maravilloso.

viernes, diciembre 04, 2009

Escuchando la luz

Soy una de esas mujeres locas que caminan por la calle "en circuito cerrado", como suele repetir mi madre con algo de preocupación. La música cesa al borde de las aceras, pero en las grandes avenidas, bajo los árboles aún sin talar, sentada en el autobús o paseándome en un taxi, pequeño burguesa que llega tarde llega tarde llega tarde, siempre hay música en mis oídos. Yo para ser feliz necesito leer libros y oír buena música todos los días, cada día.
Hace un par de semanas, Ángel me mandó un email con un enlace musical y poético. Como sé que eres amalióloga, decía... Y en un click mágico allí estaba la poeta Amalia Bautista, dulce como una manzana sin veneno. Y desde entonces ando fascinada, cautiva en un bucle laberíntico y bendiciendo la prisión.
Porque no sólo es su voz, que ya de por sí es hipnótica, sino es que esa voz selecciona varias canciones de una belleza absoluta. Y yo, que ando neoplatónica perdida últimamente, qué otra cosa quiero. Algunos de los temas escogidos eran grandes obsesiones mías y otros están adquiriendo el rango de pasión obsesiva a pasos agigantados. Comienza Amalia con música renacentista y Juan del Encina, qué nostalgia tan luminosa. "Más vale trocar placer por dolores que estar sin amores". Y tienes ante tus ojos los primeros acordes de aquella novena de la Inmaculada, de hace tantísimos años, bajo los arcos góticos y un coro que cantaba esta canción. De nuevo la máquina del tiempo.
Luego llega una de esas largas palinodias de Leonard Cohen que ni mis padres ni yo hemos soportado nunca, y oh incoherente maravilla, resulta que me vuelve del revés. Porque el hombre del monólogo eterno está cantando un poema de Federico García Lorca. Que tampoco es mi poeta favorito, la verdad. Pero nada más comenzar me quedo prendida en la salmodia del pequeño vals vienés. Y esa música de vals como juego de lunas.
De pronto, Amalia recita su poema "Dream a little dream of me", al hilo de Ella Fiztgerald. Pero lo más bonito de la velada llega con una canción de David Bowie en la que se pone música a este poema terriblemente hermoso de Bertold Brecht:

Fue un día del azul septiembre cuando,
bajo la sombra de un ciruelo joven,
tuve a mi pálido amor entre los brazos,
como se tiene a un sueño calmo y dulce.

Y en el hermoso cielo de verano,
sobre nosotros, contemplé una nube.
Era una nube altísima, muy blanca.
Cuando volví a mirarla, ya no estaba.

Pasaron, desde entonces, muchas lunas
navegando despacio por el cielo.
A los ciruelos les llegó la tala.
Me preguntas: «¿Qué fue de aquel amor?»
Debo decirte que ya no lo recuerdo,
y, sin embargo, entiendo lo que dices.
Pero ya no me acuerdo de su cara
y sólo sé que, un día, la besé.

Y hasta el beso lo habría ya olvidado
de no haber sido por aquella nube.
No la he olvidado. No la olvidaré:
era muy blanca y alta, y descendía.
Acaso aún florezcan los ciruelos

y mi amor tenga ahora siete hijos.
Pero la nube sólo floreció un instante:
cuando volví a mirar, ya se había hecho viento.

No lo conocía. Ahora tengo otra belleza para contemplar, y asegurar así mi neoplatonismo.

martes, noviembre 17, 2009

¿Qué estás leyendo últimamente?

Es la típica pregunta que suele hacerte Fidel Villegas, y a mí me parece un buen modo de empezar a conocer a una persona o, si ya se la conoce, saber por qué temperatura interior anda. Recuerdo a un personaje de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero que decía aquello tan chispeante de que él se medía la temperatura con el barómetro: nublado, soleado, tormenta...

Me pregunto en qué convulso frente estaré perdida yo, tan ansiosa por leer de nuevo lo que otros llaman visión edulcorada de Andalucía... Tengo por disculpa que mis bisabuelos sentían esta misma pasión que a mi me envuelve, y ahora que pienso en las inmensas ganas que tengo de releer La divina inventora, Ventolera o Los restos, la imagen caballerosa del abuelo Félix, con su traje impecable y su afición por la historia, viene a redimir esta ligereza mía. ¡Ay, esas deliciosas comedias que no tengo en casa y que fui devorando, una por una, de tres a cuatro y media de la tarde en la biblioteca blanca de la Universidad de Navarra, los días en que me quedaba a comer...! A engullir, diría yo, capítulos de mi tesis y obritas de los Álvarez Quintero en los tiempos muertos.
Sin casi proponérmelo, y desechado ya todo pudor, he descubierto el primer regalo que voy a pedir a los Reyes en estas navidades. Ellos lo pueden todo, así que podrán desempolvar de alguna librería de viejo el tomo IV de esa colección prodigiosa.


Este fin de semana rescaté del estudio de mi madre el Diario de Adán y Eva, de Mark Twain. Lo había comprado yo en Castroviejo la pasada navidad, y con no sé qué pretextos ha aparecido en un estante de la otra punta de mi casa. Recuerdo que cuando era pequeña no podía sufrir tanta historia de negros remando por el río, y odiaba con toda mi alma a Huckleberry Finn. Si me compré este librito fue porque la edición me pareció preciosa: es de la colección El club Diógenes, de Valdemar, con el famoso cuadro de Lucas Cranach en la portada.




(En realidad este no es el cuadro que aparece en la portada de mi libro, pero es uno de los cuadros más bonitos de Cranach, ¡mirad qué maravilla de manzano...!)

El libro me lo he leído de un tirón, en este fin de semana. Es breve y muy irónico, pero con esa ironía que yo conocí por vez primera en Miguel d´Ors, que no hace daño sino todo lo contrario: crea un ambiente agradable en torno a la lectura. No es nada correcto según los cánones de nuestra política actual: en el discurso de Adán queda intacta la extrañeza, la gran diferencia que existe entre nosotras y ellos, los tópicos rigurosamente verdaderos que circulan desde siempre sobre las mujeres. Es clarividente la forma en que relata la primera consecuencia de la Caída, la pérdida de la inocencia: en ella, primero y en él, después.

LLegó envuelta en ramas y ramilletes de hojas, y cuando le pregunté qué significaba tamaña tontería y se las quité y las tiré al suelo le dio la risa y se ruborizó [...] Dijo que pronto sabría por mí mismo lo que era. Estaba en lo cierto. Hambriento como estaba dejé la manzana a medio comer [...] y me atavié con las ramas y los ramilletes tirados y luego le hablé con cierta severidad y le ordené que fuera por más y no diera el espectáculo.

He disfrutado a mares en la tarde de domingo, incluso añoré un poco de lluvia para acompañar mi lectura tras la ventana. El Adán de Mark Twain es tan comodón, incoherente y huraño que tiene todo el encanto de un hombre. Y está muy bien trazada Eva cuando, al final de la obra, se pregunta repetidamente por qué lo ama con tanta pasión... y al final sólo quedan dos virtudes absolutas: "es varón y es mío". Y eso basta.

domingo, agosto 30, 2009

Hojas de verano

Maestu es para mí la vida retirada, mi Arcadia particular, mi Ítaca. Un Locus Amoenus que se compone de olores a leña, lluvias veraniegas y gestos ancestrales: ir por agua a la fuente o subir una montaña. Pero lo que más añoro de estos días en el campo, que ahora han acabado, es la delicia de tener ante mis ojos, reunidos, los libros y los árboles.

Ya antes de viajar al Norte pasaron por mis manos dos libros-joya, leídos frente al mar: en el mes de julio aproveché mis días de playa para realizar un trabajo que me habían encargado. A pesar de lo que me gusta bañarme en el mar, los días de playa me aburren muchísimo y siempre me busco una ocupación fuerte para esa quincena algo tonta en que estoy deseando marcharme ya a Maestu. En mis ratos libres, que eran más numerosos de lo que yo había pensado, alternaba una relectura de Lo que ha llovido con una primera lectura fascinada de Olor a yerba seca, de Alejandro LLano. Ambos libros me hicieron disfrutar intensamente: me hicieron feliz. Reconozco que adoro las memorias, los diarios, las autobiografías... es una forma refinada y culta de marujeo, supongo, pero cuando descubro que alguno de mis autores fetiche ha publicado la "historia de su vida", a retazos o en un bloque, me recorre por el cuerpo un burbujeo de placer. Son dos libros perfectos, ambos como de mesa camilla, en los que parece que el autor conversa contigo y te cuenta sus secretos más íntimos...
En Maestu me dediqué por completo a la novela. Al pasar por Castroviejo, en Logroño, el dueño y yo comenzamos a hablar de Wilkie Collins y, despreocupadamente, sacó de una estantería Marido y mujer. Sólo con ver la portada me enamoré sin remedio:

"¡Eres un tentador!" le dije antes de pasar por caja, y él sonrió sonrojándose, como dándome a entender que mi reproche era en realidad un piropo. He sido también muy feliz leyendo esta deliciosa novela, para mí la mejor del autor hasta ahora. Qué personajes, parecían salir del papel y hablar con voz propia. Qué descripciones, qué bien contada la historia. Al cerrar el libro sentí el dolor de una despedida: mi amor sigue en pie, más vivo que nunca.
En la biblioteca del ayuntamiento de Maestu encontré un libro de Álvaro Pombo, Donde las mujeres, por el que sentía mucha curiosidad: Lord Scutum llevaba años recomendándomelo. Así que me lo llevé a casa. Me entusiasmó el estilo preciosista, la forma de narrar, la voz narrativa: el personaje de la hija de Clara, que cuenta la historia ambientada en su niñez y adolescencia, y el protagonismo del mar. Sin embargo me dejó algo aturdida, el final me pareció desinflado. No esperaba un happy end (a los que soy adicta, lo confieso), pero sí algo más redondo... supongo que la culpa es mía.
Por tomarme un respiro volví a la poesía, y saqué de la maleta la antología del poeta brasileño Mario Quintana que han publicado Los papeles del Sitio: Puntos suspensivos. Una de las ventajas de la poesía es que no te obliga a una lectura lineal (aunque sí a leer entre líneas): puedes viajar hacia atrás, hacia delante... yo me detuve en un verso que decía: El día abrió su parasol bordado/ de nubes y de ramas. Y en ese otro: ¡Que toda la tristeza de los rios/ es no poder parar...! Y en poemas enteros, preciosísimos: "Acuarela despues de la lluvia", "Presencia". Y en mi poema favorito del libro, "Brasa dormida"... Pero una cosa queda,/ en lo oscuro, misterioso reflejo:/ tus labios húmedos, como frutos mordidos.
El último día de mi estancia en Maestu, mi tía Maite me hizo dos regalos inigualables: un libro y un perfume. El Libro era Anna Karénina, de Tolstoi, que estoy leyendo y descubriendo, gozando "con temblor". ¡Qué tremenda la literatura rusa, qué delicadeza de hierro...!
El Perfume es Lavande royale de Roger et Gallet, que había usado ella y a mí me había encandilado: una mezcla de lavanda y de ese olor tan característico de "tocador de dama antigua" que se consigue con notas de almizcle, y que siempre me recuerda un poco al talco, a los polvos Myrurgia... Tiene, también, notas amaderadas de cedro, es un poco masculina. Cada vez que me dispongo a dejarme fascinar un poco más por Tolstoi, disparo sobre mi cuello unas gotas de lavanda y me parece ver a mi sobrina Camila, de año y medio, corriendo aún por el jardín entre las sombras de los árboles.