domingo, diciembre 20, 2009

Regalos

Mis amigos son especiales: son poetas, fumadores de pipa, tocadores de piano, vividores con bebé a bordo, bohemios de misa dominical. Y, por eso, sus regalos son también especiales. No me regalan maquillaje porque saben que ya me lo compro yo. Me regalan libros, pero pocos, porque saben que, si son de poesía actual, los poetas actuales suelen honrarme con un ejemplar de cada obra publicada. No. Ellos prefieren fabricar para mí objetos élficos, o comprarme utensilios propios de un hobbit: cosas bellas que sólo sirven para contemplarlas, que es la ocupación más activa que existe en este mundo.
Me regalan, por ejemplo, un billetero artesano hecho de hojas del otoño, que misteriosamente desaparece y vuelve a aparecer, o me compran entre todos una guitarra cuando saben que no la toco, que quizás no aprenderé a tocarla nunca, pero por si acaso la acompañan con una cejilla que hará que suene "muy medieval".
Lo primero que recibí al cumplir veintitrés años, cuando comenzaba nuestra amistad, fueron dos poemarios finitos, con tapas de cartón claro muy incómodo: Europa de Mesanza y Cárcel de amor de Amalia Bautista. Dos libros que junto a los recitales de Miguel d´Ors me impulsaron a escribir los primeros poemas de La búsqueda y la espera...

Este año los regalos comenzaron el sábado doce de diciembre, en Madrid. Kitty sacó de su bolso uno de los maravillosos bolígrafos en forma de barra de labios, de Marc Jacobs, y me dijo: "¿te gusta? Para ti. Yo tengo otro en casa."




Mis amigos poetas dicen que este regalo es un símbolo de mi blog, por eso se me ha ocurrido escribir esta entrada tan friki y exhibicionista. "El maquillador de versos", lo bautizó en seguida Beades. Y Conchi le hizo una serie de fotos de las que he rescatado esta: las dos fotografías que siguen son también suyas. (¡Gracias!)

El mismo día de mi cumpleaños Neat, mi alumno norteamericano, me grabó un disco repleto de lo que yo llamo "música de invierno": baladas a ritmo de swing que hablan de amor y parecen escritas en torno al fuego de una chimenea. No pudo elegir mejor la música.
El viernes, mi amiga Merl vino a mi casa para disfrutar de una de esas viejas "fiestas de pijama" en las que dos o varias amigas cenan, se ponen el pijama y parlotean hasta bien entrada la noche, en que saltan a sus respectivas camas para seguir parloteando sin descanso. A eso de las doce me dio sus regalos, escondiéndolos por el dormitorio y muriéndose de risa mientras me veía hacer el ridículo. Se lo perdoné todo en cuando descubrí la mariposa.




Comprada en la Feria Medieval de Algeciras, de tul con purpurina y cristalitos dorados y con mi nombre pintado, es una auténtica maravilla sólo comparable a lo que me está haciendo disfrutar su segundo regalo: la edición de Siruela de De profundis, mi libro preferido de Oscar Wilde. Lo leí durante un par de veranos en Maestu, pero el libro pertenecía a mis primo Eduardo y no me lo puede traer a mi casa de Sevilla. Ahora ya lo tengo. El último detalle fueron unos pendientes de madera, de la misma feria, en forma de triángulos y pintados en mis dos colores favoritos: dorado y azul agua.

Ayer se reunieron los poetas en mi casa. Joaquín me traía un collar de cuentas de cerámica, piedra y ámbar, con aros de metal y hojitas de cristal verde colgando. Tanta diversidad en las materias hizo que el mismo Joaquín le diera un nombre: El Collar de Todo. Nico llegó con un colgante de Tous de rosas labradas en plata a juego con el anillo y los pendientes que me había regalado en los años anteriores. Beades y la Señora de Beades me entregaron un cuaderno de Paperblanks, en tonos dorados y miel. Para el cuaderno en blanco traían un soneto de Juan Luis de Soria en el que me consolaban por la nula inspiración poética que gobierna últimamente mi vida. Y el bolígrafo más pequeño del mundo, apto sólo para haikus dijo Beades. Por último, Pablo y Conchi me habían comprado en el mercadillo de artesanía un anillo de cerámica color azul noche, otro de mis tonos preferidos, y pendientes a juego.


Este año han caído en el exceso, pero la verdad es que recibir tantos regalos fue una auténtica fiesta. Sobre todo porque todos fueron pensados, cada uno era un símbolo perfecto de estos casi diez años juntos, desde que un día lluvioso de enero del dos mil nos reunió.

viernes, diciembre 04, 2009

Escuchando la luz

Soy una de esas mujeres locas que caminan por la calle "en circuito cerrado", como suele repetir mi madre con algo de preocupación. La música cesa al borde de las aceras, pero en las grandes avenidas, bajo los árboles aún sin talar, sentada en el autobús o paseándome en un taxi, pequeño burguesa que llega tarde llega tarde llega tarde, siempre hay música en mis oídos. Yo para ser feliz necesito leer libros y oír buena música todos los días, cada día.
Hace un par de semanas, Ángel me mandó un email con un enlace musical y poético. Como sé que eres amalióloga, decía... Y en un click mágico allí estaba la poeta Amalia Bautista, dulce como una manzana sin veneno. Y desde entonces ando fascinada, cautiva en un bucle laberíntico y bendiciendo la prisión.
Porque no sólo es su voz, que ya de por sí es hipnótica, sino es que esa voz selecciona varias canciones de una belleza absoluta. Y yo, que ando neoplatónica perdida últimamente, qué otra cosa quiero. Algunos de los temas escogidos eran grandes obsesiones mías y otros están adquiriendo el rango de pasión obsesiva a pasos agigantados. Comienza Amalia con música renacentista y Juan del Encina, qué nostalgia tan luminosa. "Más vale trocar placer por dolores que estar sin amores". Y tienes ante tus ojos los primeros acordes de aquella novena de la Inmaculada, de hace tantísimos años, bajo los arcos góticos y un coro que cantaba esta canción. De nuevo la máquina del tiempo.
Luego llega una de esas largas palinodias de Leonard Cohen que ni mis padres ni yo hemos soportado nunca, y oh incoherente maravilla, resulta que me vuelve del revés. Porque el hombre del monólogo eterno está cantando un poema de Federico García Lorca. Que tampoco es mi poeta favorito, la verdad. Pero nada más comenzar me quedo prendida en la salmodia del pequeño vals vienés. Y esa música de vals como juego de lunas.
De pronto, Amalia recita su poema "Dream a little dream of me", al hilo de Ella Fiztgerald. Pero lo más bonito de la velada llega con una canción de David Bowie en la que se pone música a este poema terriblemente hermoso de Bertold Brecht:

Fue un día del azul septiembre cuando,
bajo la sombra de un ciruelo joven,
tuve a mi pálido amor entre los brazos,
como se tiene a un sueño calmo y dulce.

Y en el hermoso cielo de verano,
sobre nosotros, contemplé una nube.
Era una nube altísima, muy blanca.
Cuando volví a mirarla, ya no estaba.

Pasaron, desde entonces, muchas lunas
navegando despacio por el cielo.
A los ciruelos les llegó la tala.
Me preguntas: «¿Qué fue de aquel amor?»
Debo decirte que ya no lo recuerdo,
y, sin embargo, entiendo lo que dices.
Pero ya no me acuerdo de su cara
y sólo sé que, un día, la besé.

Y hasta el beso lo habría ya olvidado
de no haber sido por aquella nube.
No la he olvidado. No la olvidaré:
era muy blanca y alta, y descendía.
Acaso aún florezcan los ciruelos

y mi amor tenga ahora siete hijos.
Pero la nube sólo floreció un instante:
cuando volví a mirar, ya se había hecho viento.

No lo conocía. Ahora tengo otra belleza para contemplar, y asegurar así mi neoplatonismo.