miércoles, septiembre 30, 2009

El ascensor de cristal

Por las mañanas, veo amanecer.
Salgo de mi casa y la calle está oscura. Del negro al morado, del morado al azul brillante y del azul brillante al amarillo del sol: todo ocurre en sólo diez minutos de camino. En esos diez minutos rezo, o escucho música, o rezo y escucho música a la vez. Me gusta escuchar, a esas horas, una canción de Serrat que empieza con acordes de tiovivo. Y luego le doy al clinck del ipod para que viaje por las pistas y me regale una canción muy especial de Esther Zecco, "Aviones de papel". Yo también quiero andar como los niños, saltar por los bordillos y que todo me sepa a azúcar quemada. Y por eso rezo, a veces pidiéndolo y a veces dando gracias porque ya lo he conseguido.
Y mientras tanto van cambiando los colores.
Son los diez minutos más activos de mi día.

sábado, septiembre 26, 2009

Justicia poética

Una de las mejores cosas que ha hecho Joaquín Sabina en su vida es llamar a la mujer amada "dolor de muelas". Qué hombre, qué maestría. Porque es así: el dolor de muelas es fino amante, fiel hasta el final. Y no se olvida de doler, como una pena de amor. Esto lo llevo yo padeciendo en muela propia cerca ya de setenta y dos horas, y lo peor de todo es que lo vaticiné.
En los días anteriores a mi visita al dentista, cálidas y mojadas tardes del reflexivo mes de septiembre, me sentía yo como alguien a quien de un momento a otro va a caer una piedra de lo alto. Era una de esas sensaciones agudas que no se pueden evitar, así que intenté sobrellevarla con buen humor. El buen humor consistía en encogerme un poco aguardando la pedrada y, como remedio final, recordar y leer de nuevo aquel poema de Miguel d´Ors en el que con tanta lucidez se expone la Maldición de la Piedra, Pues vaya con la divina Providencia:

[...] Imaginad ahora
una piedra salida
de la Mano Divina
cruzando siglos-luz por los que rotan
con música callada las esferas,
una piedra en el vasto
silencio de los mundos.

Pues yo apuesto un millón
a que adivino en qué cabeza cae.


¡Es eso! ¡Es eso!, pensaba yo mientras me adentraba en el intrincado mundo de la limpieza bucal. Unos minutos más tarde me confirmaban que tenían que sacarme la muela del juicio. Ya está aquí: la Piedra. Pedí cita resignada y me dispuse a hacer un pedido a Lush para que las cremitas, jabones y bálsamos suavizaran el inminente golpe.


Y entonces la Justicia poética entró en juego: el mismo día en que me quedé sin juicio, llegó el oloroso camión de reparto a la verja verde de mi casa, con cacao al chocolate para mis doloridos labios, y con un frasquito de crema americana para aromatizar mi apaleado cuerpo y mi electrizada cabellera...
Y es que Dios castiga sin palo ni piedra, vale, pero acaricia sin palo ni piedra también.

domingo, septiembre 20, 2009

La felicidad se llama Nars

He decidido colgar aquí esta entrada que escribí para mi otro blog delirante porque no se limita a lo concreto sino que avanza en nebulosa, a pesar de ser un post sobre maquillaje

Siempre me parecerá mágica esta marca de maquillaje.
Quizás porque al principio oía hablar de ella pero no podía ver ni tocar ninguno de sus productos. Todo estaba envuelto en ese halo de lo legendario: dicen que en San Sebastián hay una tienda en la que... parece que en Madrid, en Ekseption... Pero nunca me acercaba a la calle Velázquez para no romper el embrujo: en las revistas, las celebrities confesaban no poder vivir sin el iluminador Copacabana o el colorete Orgasm.
En esa época, las ensoñaciones bullían dentro de mi cabeza, dando forma a una esperanza serena y una fe no cumplida, una suerte de amor platónico que se decía a sí mismo: "puedo esperar": un día lejano viajaría al extranjero, o pasaría una tarde de verano en la playa de la Concha, y conocería el colorete ese de nombre sonrojante...
El momento llegó y no pudo ser más especial: fue en los días que pasé junto a mis padres en París, tras defender mi tesis. París es mucho más que el Sephora de Champs Elysées, pero tengo que reconocerlo: cuando tuve ante mis ojos el stand de Nars con sus envases sobrios y sus resplandores en melocotón y algodón de azúcar, caí enamorada. Aquello no era fruto de un capricho consumista sino de una larga búsqueda interior. Era la confirmación de todas mis intuiciones: siempre creí que el maquillaje era arte, pura imaginación hecha color y juego, y François Nars me lo estaba gritando en colores llamativos.
Del viaje más bonito de mi vida conservo dos postales enormes de la Dama del Unicornio, un anillo de plata y cuarzo en forma de lágrima y el colorete Gina, de Nars: un mandarina fresco, de textura mate y color luminoso.
Unos meses después llegó la marca al Cort Inglése. Me siento orgullosa de cada uno de los productos Nars que he adquirido, porque todos han sido pensados y comprados en compañía de gente especial. Siempre recordaré mi viaje con Araceli a Pozuelo, en medio de la lluvia, y cómo nos volvimos literalmente locas metiendo los dedos en todos los probadores. Los colores estallaban ante nuestros ojos como pompas de jabón. Entonces conseguí el colorete Luster, un melocotón dorado perfecto para marcar las mejillas en invierno.
Pablo me trajo de Nueva York el Múltiple South Beach, tan camaleónico que recrea en mis pómulos el rubor del verano, en mis ojos la fuerza del bronce y en mis labios un nude melocotón empolvado. Y otra amiga forera de San Sebastián, Cristina, me envió por correo el dúo Cordura, que contiene las dos sombras de ojos básicas que toda mujer debe guardar en su tocador:


Un marrón muy oscuro y ahumado, con ligeras chispas doradas, y un marrón medio color galleta María. La foto, que posteó Maryland en el foro Mac hace ya un tiempo, habla por sí sola.
Cuando trajeron Nars al Corte Inglés de Goya, pude conocer a Patrica, Francisco y Rafa, tres grandes artistas que, cada vez que me ven, me sientan en la silla de maquillaje para extender con toda humildad su saber ante mí. Y eso que no les dejo ningún dineral en mis visitas: fiel a mi lema "compra algo que hayas deseado largamente, y sólo para celebrar una alegría", he ido llevándome las cosas casi de una en una: el dúo Mediterranée, color vitamina, para estrenarlo en la comunión de mi primo Gonzalo. La sombra Tropic y el lápiz Dolce vita, para enmarcar el verano. Y el iluminador en polvos Albatross, ligeramente cálido, para lucirlo en la boda de mis amigos Ana y Rafa.
No quiero terminar mi entrada que empezó siendo tan etérea, hablando de sueños alcanzados, sin reconocer que los coloretes y sombras de Nars cuestan bastante dinero. Estamos hablando de maquillaje profesinal, de gama alta: a la altura de Chanel o Guerlain. Y eso tiene un precio.

miércoles, septiembre 16, 2009

Tener o no tener

Las dos de la tarde, calor nublado y niños que saltan en sus asientos. El cansancio se apodera de mí y recuerdo mi uniforme sudoroso, la camisa torcida... y cerrando los ojos pienso en los niños. Son como una bandada de estorninos, lo llenan todo. Me gusta que pataleen en mi oído y escuchar sus diálogos surrealistas:
- Tú tienes cara de tomate.
- Pues tú eres un pelón.
- Pues yo ya soy mayor, tengo tres años.
- Pues yo vivo en el ocho. Vivo en el ocho vivoenelocho...
A ti es que te gusta lo que no le gusta a nadie, me dice una amiga. Y hasta el chófer, en un momento tranquilo, me clava este dardo:
- ¿A ti te gustan los niños, verdad?
Tengo que empezar a preocuparme, pienso. Y me entrego toda:
- Sí que me gustan. Si por mí fuera, tendría una buena pandilla...
Sólo me falta añadir "los que Dios mande", para mayor escándalo. Que ya lo he dicho alguna vez. Y siempre la misma respuesta: cuando llegue el momento, baby, no cantarás la misma canción...
Bueno, pero al menos la canto ahora. Por si acaso.

lunes, septiembre 07, 2009

Conversión "ad creaturas"

Cris me acusa de haber abandonado durante el verano la Fanta de naranja por el yanki refresco de Cola. Tampoco es muy española la Fanta, ahora que lo pienso, pero en este blog que se está volviendo viejo tiene una sólida tradición como bebida que congrega todos mis recuerdos: es la bebida fantasma, la máquina del tiempo naranja... un primer sorbo dulce y artificial y ya se aparece ante mis ojos toda mi niñez en el parque. Las palomas comiéndome viva y yo tan feliz.


Pero la Cocacola, en cambio, me devuelve a mi pre-adolescencia, magníficos once, doce y trece años. Tenías muy dentro un run rún: "esto se está acabando". La última vuelta del tiovivo. Pero aún no se había hundido el Titanic y, desde luego, la orquesta tocaba a pleno pulmón. Y había fuegos artificiales, sobre todo en verano. Aquellos vídeos musicales en el antiguo aparato Beta de mi abuelo: Michael Jackson cantando y un Glenn Medeiros supercursi que me fascinaba. Mis primos se partían de risa conmigo y el "nada cambiará mi amor por ti". Y yo shhh, ssshh, y los ojos como farolas. También empezaba a gustarme un chico rubio del grupo A-ha porque al cantar se le ponía un gesto romántico en la cara. Y todo esto regado por el anuncio de Cocacola, versión de 1988: "first time, first love, Cocacola is it"...
Cocacola, la chispa de la vida, decía mi madre. Y yo, que era muy joven aún para detectar la ironía, me sentía mayor a la vista de esos vasos altos, oscuros y chispeantes. Era el color de la alegría, el color de las vacaciones.
Por todo eso, este verano he vuelto a mis orígenes. Me he convertido a mi fe de finales de los años ochenta.

domingo, agosto 30, 2009

Hojas de verano

Maestu es para mí la vida retirada, mi Arcadia particular, mi Ítaca. Un Locus Amoenus que se compone de olores a leña, lluvias veraniegas y gestos ancestrales: ir por agua a la fuente o subir una montaña. Pero lo que más añoro de estos días en el campo, que ahora han acabado, es la delicia de tener ante mis ojos, reunidos, los libros y los árboles.

Ya antes de viajar al Norte pasaron por mis manos dos libros-joya, leídos frente al mar: en el mes de julio aproveché mis días de playa para realizar un trabajo que me habían encargado. A pesar de lo que me gusta bañarme en el mar, los días de playa me aburren muchísimo y siempre me busco una ocupación fuerte para esa quincena algo tonta en que estoy deseando marcharme ya a Maestu. En mis ratos libres, que eran más numerosos de lo que yo había pensado, alternaba una relectura de Lo que ha llovido con una primera lectura fascinada de Olor a yerba seca, de Alejandro LLano. Ambos libros me hicieron disfrutar intensamente: me hicieron feliz. Reconozco que adoro las memorias, los diarios, las autobiografías... es una forma refinada y culta de marujeo, supongo, pero cuando descubro que alguno de mis autores fetiche ha publicado la "historia de su vida", a retazos o en un bloque, me recorre por el cuerpo un burbujeo de placer. Son dos libros perfectos, ambos como de mesa camilla, en los que parece que el autor conversa contigo y te cuenta sus secretos más íntimos...
En Maestu me dediqué por completo a la novela. Al pasar por Castroviejo, en Logroño, el dueño y yo comenzamos a hablar de Wilkie Collins y, despreocupadamente, sacó de una estantería Marido y mujer. Sólo con ver la portada me enamoré sin remedio:

"¡Eres un tentador!" le dije antes de pasar por caja, y él sonrió sonrojándose, como dándome a entender que mi reproche era en realidad un piropo. He sido también muy feliz leyendo esta deliciosa novela, para mí la mejor del autor hasta ahora. Qué personajes, parecían salir del papel y hablar con voz propia. Qué descripciones, qué bien contada la historia. Al cerrar el libro sentí el dolor de una despedida: mi amor sigue en pie, más vivo que nunca.
En la biblioteca del ayuntamiento de Maestu encontré un libro de Álvaro Pombo, Donde las mujeres, por el que sentía mucha curiosidad: Lord Scutum llevaba años recomendándomelo. Así que me lo llevé a casa. Me entusiasmó el estilo preciosista, la forma de narrar, la voz narrativa: el personaje de la hija de Clara, que cuenta la historia ambientada en su niñez y adolescencia, y el protagonismo del mar. Sin embargo me dejó algo aturdida, el final me pareció desinflado. No esperaba un happy end (a los que soy adicta, lo confieso), pero sí algo más redondo... supongo que la culpa es mía.
Por tomarme un respiro volví a la poesía, y saqué de la maleta la antología del poeta brasileño Mario Quintana que han publicado Los papeles del Sitio: Puntos suspensivos. Una de las ventajas de la poesía es que no te obliga a una lectura lineal (aunque sí a leer entre líneas): puedes viajar hacia atrás, hacia delante... yo me detuve en un verso que decía: El día abrió su parasol bordado/ de nubes y de ramas. Y en ese otro: ¡Que toda la tristeza de los rios/ es no poder parar...! Y en poemas enteros, preciosísimos: "Acuarela despues de la lluvia", "Presencia". Y en mi poema favorito del libro, "Brasa dormida"... Pero una cosa queda,/ en lo oscuro, misterioso reflejo:/ tus labios húmedos, como frutos mordidos.
El último día de mi estancia en Maestu, mi tía Maite me hizo dos regalos inigualables: un libro y un perfume. El Libro era Anna Karénina, de Tolstoi, que estoy leyendo y descubriendo, gozando "con temblor". ¡Qué tremenda la literatura rusa, qué delicadeza de hierro...!
El Perfume es Lavande royale de Roger et Gallet, que había usado ella y a mí me había encandilado: una mezcla de lavanda y de ese olor tan característico de "tocador de dama antigua" que se consigue con notas de almizcle, y que siempre me recuerda un poco al talco, a los polvos Myrurgia... Tiene, también, notas amaderadas de cedro, es un poco masculina. Cada vez que me dispongo a dejarme fascinar un poco más por Tolstoi, disparo sobre mi cuello unas gotas de lavanda y me parece ver a mi sobrina Camila, de año y medio, corriendo aún por el jardín entre las sombras de los árboles.

jueves, agosto 13, 2009

Campo de estrellas

Eran las doce de la noche, la noche de las estrellas fugaces. Y había que bajar hasta Leorza, o al camino del Molino, donde no hay farolas y Marte y Venus brillan como gigantes a miles de años luz... No hay luna, eso es bueno, susurraba mi padre. Quizás, si hablábamos demasiado fuerte, el baile se detendría.
(Las estrellas juegan a guiñarnos el ojo para despistarnos. Y hay que llevar una chaqueta gorda, que hace frío. Y luego, al llegar a casa, nos espera el mousse de chocolate que hizo Maite Arana...)
Uno a uno, mis padres y mis tíos iban diciendo: "¡he visto una explosión!" No algo pequeño, no: un verdadero castillo de fuegos naturales. Yo era la única que no veía nada: tendré que ir a musitar mi deseo a la vela que arde a Tu lado, siempre.

lunes, agosto 03, 2009

De nuevo glad to be unhappy

JUNIO

Acuérdate, Rocío
de cómo sonreían las estrellas.
Recuerda cómo todo su poder
se derramaba en un minuto oscuro,
tristemente feliz, diciendo "nunca",
pero de qué manera tan hermosa.

jueves, julio 30, 2009

Nombres

Ya en Logroño, recorro la vieja calle Portales y me detengo, a cámara lenta, en frente de la librería Gumersindo Cerezo. A pesar de la sonoridad casi brusca del nombre, Gumersindo me sabe a gominolas. También me suena a señor en pijama, o a maestro de escuela con bigote blanco, ¿tres por dos? "¡Seis, Don Gumersindo!"
Cada nombre nos lleva a una historia. A mí, por ejemplo, el de Celia me remite a una niña melindrosa, con caramelos en los bolsillos, que dice frases como: "Gracias por el pastel, pero la crema estaba agria". Y, por más que busco en mi memoria, no logro saber de dónde vienen esas palabras a mí.
A Paula siempre me la he imaginado rubia y dulce, y cuando conozco una Paula morena y arisca, me siento incómoda. La Paula de Vigo es Vivaldi no tiene nada de arisca, pero de morena sí, y tiene unos ojos entre gallegos y gitanos. O sea, oscuros. Pero, a medida que se iban consumiendo las páginas del libro, Paula Monfá se volvía cada vez más rubia para mí, con ojos verdes y risueños, y en el último capítulo, unas cuantas pecas se atrevían a salpicar sus mejillas. Entonces supe que aquel poema de Enrique García Máiquez era la pura verdad: el lector es un fingidor.
Cuento mi vida pero lees la tuya.
De niña, el nombre de Leonor me sonaba a cara de gato y ojos verdes muy inteligentes, y supongo que conocí a alguien así. Creo que era la vecina de mi amiga Mónica: jugábamos a dramas en sus jardines. En Cou descubrí a Machado y el nombre se me vistió de literatura. Y, cuando conocí a Merl, un día la invité a casa al comienzo de nuestra amistad y hablamos de los nombres. Me gusta el de Leonor, dijo ella. Leonor, repuse, la esposa muerta de Machado... Y Merl, rápida, juguetona y felina respondió: o la mujer viva de Enrique García Máiquez.
Qué chica tan interesante, pensé yo entonces. Lee a unos autores tan raros...
Y sólo han transcurrido nueve años.

jueves, julio 16, 2009

Infancia espiritual

Para Ana y Rafa.

Era lunes y nos íbamos al Portil, a pasar un día en casa de unos amigos. La casa, un ático situado entre la playa y un bosquecillo, olía a verano con mantel de hule y vajilla tropical. De postre hubo melocotones y uvas escarchadas, cubiertas de mil cubitos de hielo que bailaban en el frutero de loza.
Por la tarde salimos a dar un paseo por las mil tienditas del pueblo, acunados por una brisa que jugaba al escondite con el tremendo calor. Nos detuvimos en Casa Saluita, una droguería que tiene también un local en Sevilla, en la plaza Ponce de León. Es la auténtica perfumería de barrio, con un expositor de Elisabeth LLorca, barras de labios Revlon, colonias de elaboración propia con olores afrutados y varias vitrinas de cristal, con los potes de cremas bien ordenados y a la vista: productos al azuleno, con aceite de rosa mosqueta o jalea real.
Yo buscaba un cepillo redondo y pequeño, y encontramos uno de la marca "Salon", antibacteria y de color "azul ultraligh", un nácar celeste que me recuerda al tocador de princesitas que tanto envidié durante mi infancia. Compré dos, uno para mi madre y otro para mí.
Luego entramos en un bazar que nos llamaba poderosamente la atención. Había unas espadas de poliuretano, enormes, que podías meter en el mar y zambullirte en una lucha sin peligro excesivo: compré cinco para mis cinco primos pequeños. El mayor cumple trece años, así que le pregunté a Rafa: "¿Tú crees que se ofenderá si le regalo esto?"
"Yo creo que esta espada emocionaría a cualquier hombre, a cualquier edad", me respondió mi amigo. Le miré: tenía los ojos encendidos y las mejillas rojas. Y pensé, con agradecimiento: "en el fondo, ellos son unos críos y lo serán siempre".
Con agradecimiento, sí. Es esa infancia interior la que hace que brillen tanto a nuestros ojos.

martes, junio 30, 2009

R.I.P. Viriato

Aquella tarde por el centro vuelve en cada página que leo y leímos juntas, Cristina y yo. Regresa en las portadas tan alegres de Renacimiento, con rayas de colores, que adornan mis estanterías. Encontramos también un librito de Charo Prados, poeta que conocí en un recital de Carmelo Guillén Acosta. Y, como la prueba del libro abierto violenta y caprichosamente no suele engañar, decidí ponerla en práctica nuevamente.
De primeras tropecé con esto:

Eres la brisa
que me besa con miedo de doncella
o el huracán que arranca árboles y niños.


Y me encantó la contraposición y la fuerza de las imágenes, porque es verdad que un hombre puede ser brisa y huracán al mismo tiempo. Y qué lírico el miedo de doncella, y qué tremendo el binomio "árboles y niños". Un poco más atónita me dejó esto:

Y sueño con tarántulas marinas
mordiéndome la carne. Y es muy dulce.


Para ser poeta hay que estar un poco loco. No lo digo como un insulto, en todo caso entraría en esa clase de insultos consoladores del tipo mal de muchos, consuelo de tontos. Ya dije una vez a una amiga que la poesía "atrae a los raritos". Hay que ser un poco visionario para llamar dulce a una manada de tarántulas que te come. Pero se entiende: lo mejor del surrealismo es que, si es bueno, se entiendo muy bien.
Como lo que estaba viendo me gustaba, decidí investigar un poco más, y llegué a este principio de poema:

De presencia y de uva, dulcísimos violines
de tu amor, estos días son un cuenco.


LLamadme caprichosa, pero adoro la palabra violines. Sólo con verla escrita en un poema, me parece que el poema es hermosísimo. (Cuidad con esto, me digo, cualquier destripador puede tambier destripar un violín en un verso.) Pero si antepones el adjetivo dulce en superlativo y la cosa no acaba en engrudo, es que hay algo que funciona muy bien. Y Cristina adoptó en el acto la frase "estos días son un cuenco", así sin más, como cajón desastre para expresar asombro o sopor.

Tuvimos oportunidad de estrenar el hallazgo esa misma tarde, porque al pasar por el pasadizo de la calle San Eloy vimos que ha desaparecido la genial tienda Viriato. Tenía anillos y pulseras de plata increíbles que solía regalarme mi madre en Navidad, y pulseras hippies de plástico que solía regalar yo a mis primas, también en navidad.
Verdaderamente, estos días son un cuenco.

domingo, junio 28, 2009

Mi abuelo

Mi abuelo ha muerto.
No quiero convertir este blogg en un paño de lágrimas virtual ni en un desagüadero adolescente: lo de escribir con el único y exclusivo fin de encontrar un desagüe emocional en mi vida se me quedó pequeño hace ya mucho tiempo.
Sólo diré que mi abuelo hacía maquetas de trenes, que disfrutaba comiendo y bebiendo buen vino, que le chiflaba la zarzuela y canturreaba Katiuska con un oído horrendo y que tenía una fe enorme, recia, concreta: era un hedonista católico, o sea, según mi amigo Pablo, un tipo chestertoniano.
Y que siempre he pensado lo que acabo de decir: recuerdo ahora este poema, aún inédito, que escribí hace unos cuatro o cinco años cenando en Maestu, en el choco que los albañiles acababan de terminar, ideado por Papote y, como él mismo dijo, su última gran obra.

EN EL CHOKO DE FELIZ MEMORIA, FUNDADO POR MI ABUELO

A Papote

Hay trenes que caminan hacia adentro.
Hay un fuego creciendo en una casa
fundada sobre roca, y al calor
de manos que trabajan y acarician,
arden todas las brasas de la noche.
Hay un hombre que teje sus memorias,
un hombre que vivió la vida buena
y que sabe decirla, celebrar
la dicha con el vino
.
Tiene manos de acero poderoso
que cincelan un monte con la luz
en la cima, tañidos de campanas,
iglesias derruidas, todo un mundo
para viajar en tren.
Hace muros, derriba la tristeza,
sonríe mientras baja con mesura
una legión de rudos escalones,
y a su lado los días se diluyen,
caramelos felices en la boca
de un niño que repite quiero más,
y nunca tiene más, y busca siempre.

miércoles, junio 24, 2009

La primera vez

Tarde lenta de esquinas en penumbra. Las horas en una librería transcurren sin sentirse, muy rápidas, y por eso mismo tienen toda la lentitud del mundo. Íbamos, Cristina y yo, sacando uno a uno los poemarios de las estanterías: Pedro Sevilla, Carlos Marzal, Rudyard Kipling.
Elena Medel: Mi primer bikini.
- ¿Qué te parece?
- Pues nunca he leído nada de ella, pero Buko no tiene muy buena opinión...
Revuelvo las primeras páginas como si hubiera viento, o como si estuviera aún medio dormida y las hojas del libro se mezclaran con las sábanas...

Tengo una enorme colección de amantes.
Me consuelan y me aman y con ellos mi ego
se expande y extramuros alcanza la azotea.


- Vale, ya he visto todo lo que quería ver.
Es injusto, me dice una alarma interior, juzgar a un poeta sólo por los primeros tres versos hallados al azar. Me pregunto qué diran de mí, si en una librería como esta abren uno de mis libros y pillan uno de esos poemas tontos, escritos en un día tonto. Pero no puedo evitarlo: de la misma forma caótica he llegado a amar para siempre a muchos autores, cuando mis ojos se cruzaron con un centelleo rápido en un poema casual. Empiezo a preguntarme cuál fue el primer verso que leí de Miguel d´Ors, el primero de Mesanza o de Eloy Sánchez Rosillo. Pero veo que eso es hacer trampa, porque los tres me deslumbraron en tres recitales, y luego, ya vencida y seducida, fui a buscar sus libros con nombre bien concreto.
Recuerdo que, cuando me regaló Miguel el precioso librito azul de Joaquín Antonio Peñalosa, tuve la suerte de leer en primer lugar la "Receta para hacer una naranja", que quedó en mi memoria como poema favorito de un poeta favorito.
Y que con Claudio Rodríguez fui de lo más formal: leí el primer verso del libro,

Siempre la claridad viene del cielo;
es un don.


Y no hizo falta nada más.
Y que de la fuerza de unos versos de José Julio Cabanillas, bebidos literalmente en un taxi cuando ya anochecía, nacieron al menos dos poemas de Magia, mi primer poemario. Los versos eran estos:

Tercos nombres sonando. Tercos nombres de qué.
Subrayados, de oro, de islas, de mujeres.
Tercos nombres sonando con un siseo de bala,
susurrando posibles e imposibles,
quemando como un lacre, sellando cada vida.


Compré Para siempre, de Rafael Juárez, y leí, en medio de la lluvia, aquello tan bonito de Hogueras en la vega,/ dragones en el cielo. Y luego:

Como una llave dulce me trajo tu desnudo
el sueño, aquella casa de habitaciones claras.
Siempre hay niños que encuentran en la noche cerrada
pasadizos ocultos.


Y de Abel Feu: Crecen mis uñas, crecen/ por más que me las como. Verso prosaico como una calle desierta, y por eso mismo hermosísimo.

Y por último Ana Ajmátova me salvó, en una mañana de lágrimas, con este delicioso poema:

Él amaba tres cosas en el mundo:
los cantos de vísperas,los pavos reales blancos
y los desgastados mapas de América.
No le gustaba el llanto de los niños,
ni el té de frambuesa,
ni la historia femenina.
... Pero yo era su esposa.

miércoles, junio 17, 2009

Feria del libro de Madrid... cómo la viví

Hacía muchísimo calor en el Retiro, y los altavoces anunciaban firmas y más firmas: medio escuché el nombre de Boris Izaguirre. Y el metro te dejaba en la otra punta del parque, por supuesto, y había que caminar entre arbolitos divisando el estanque, el palacio de cristal... el paraíso en pleno mes de junio. Luego llegabas a las casetas achicharradas y con toldo, y todo se diluía en un mar de libros y sudor. Yo empezaba a parecer irremediablemente guiri, con el pelo rubísimo por el sol y la cara rojísima por el mismo sol. Las gotas saladas iban resbalando por mis mejillas, confundiéndose con el maquillaje en polvo Revlon, y mi mal humor se encendía y ya estaba por las nubes y...

Encontré el stand de Renacimiento pegado al de Valdemar, con todos los preciosos libros del club Diógenes. Era una señal. El paraíso evaporado volvía a resurgir, venciendo a los termómetros. Me compré en dos segundos una obra de teatro de Chesterton, y la antología de Julio Mariscal, que inconscientemente había regalado a mi amiga Merl (los poemarios no se regalan los poemarios no se regalan los poemarios no...) Me enredé hojeando Teleny, la obra en que Wilde narra sus amores "prohibidos". Me entusiasma Wilde, y me fastidió un poco el adjetivo de prohibido que desde la contraportada intentaban darle al librito, ese aire de secretismo cuando cualquier bachiller de Suecia debe saber ya con quién andaba Oscar Wilde... Las primeras hojas, que son las que miré, eran una auténtica maravilla.
De allí fui saltando, de caseta en caseta, comiéndome por supuesto las de Alfaguara, El País o Fnac para detenerme en pequeñas joyas tipo El Acantilado, Alba y Veintisiete letras. En El acantilado vi que tenían Helena o el mar del verano, y yo que adoro a Julián Ayesta lo compré sin pestañear. En otro stand, cuyo nombre no recuerdo, me hice con Armadale de Wilkie Collins, ese libro enorme que conseguí en Castroviejo y que perdí durante un viaje en tren. En la caseta de la editorial Alba encontré otro Wilkie Collins titulado Marido y mujer, haciéndome guiños con tal promesa de deleite que no sé cómo me contuve... Y algunas obras de Elizabeth Gaskell, autora victoriana que me interesa muchísimo.
Encontramos a Pío Serrano, dueño de la editorial Verbum, saliendo de su caseta, y me regaló un poemario de Cummings en edición bilingüe.

Este fue mi primer día en la Feria. Hubo después un atardecer pacífico en compañía de mi padre: volví a mirar con ojos lánguidos los libros de Alba... pero el volumen, las maletas y el viaje a Sevilla pesaron más en mi conciencia. Me prometí fieramente que los buscaría a mi vuelta, en cualquier librería sevillana.
En mi última visita pude saludar a Miguel Aranguren, que me firmó su último libro: La hija del ministro. Una novela increíblemente bien contada que me fascinó desde la primera página. Y acudí a la presentación de los últimos números de La Tinta del Calamar, una pequeña editorial que ha sido fruto del máster de edición que imparte la Complutense. Como fin del acto presentaron a Firo Vázquez, un cocinero que hizo una edición del Quijote en páginas de oblea (hojuelas decía él, término más cervantino.) Impreso con tinta de calamar, fue el primer libro comestible, que alimenta el cuerpo después de alimentar el alma.

domingo, junio 14, 2009

Golpe de timón

Quiero cambiar un poco esto... no sé, devolver a mi blogg el aire metaliterario e incluso poético que antaño tuvo y, por culpa de la crisis, las vacas flacas, las Musas, Apolo o Jackobson brilla ahora por su ausencia.
He estado en Madrid. Una semana. Y he descubierto mil tienditas dando vueltas al barrio de Salamanca, como es mi costumbre: olí las aguas de tocador de Álvarez Gómez y me hice con el ansiado sérum anti rojeces de Skeyndor, que encontré en la peluquería Aire´s, en plena calle Goya. Y he conocido, ¡por fin!, los tarros entre vintage y apolillados de Paquita Ors. Aunque me abstuve de comprar tras leer opiniones adversas en el foro Vogue, fue divertido encontrar la perfumería, paseando la elegante Calle Velázquez arriba y abajo y preguntando al botones uniformado de un hotel...
Sí, he hecho todas esas cosas irremediables, me he zambullido en la calle Fuencarral y en Nars Goya, aunque sin provocar cataclismos (se ve pero no se toca, ha sido mi mantra.) Y he comprado pan de cebolla, pan de aceitunas y bollitos de sésamo en la deliciosa panadería artesana Cosmen & Keyless (Príncipe de Vergara, junto a la iglesia Maravillas.)
Pero no quería hablar de nada de esto, en realidad. Prefiero hablaros de Sorolla, de Amalia Bautista y de los nueve libros que me compré en la feria. Llamadme pedante, pero me ha entrado la vena culturalista y esto ya no hay quien lo pare. Pretendo convertir el blog, durante un mes y medio, en un cajón "desastre" de reseñas, notas, apuntes... sobre libros. Y si las Musas, Apolo o Jackobson lo propician, algún proema o incluso poema. A ver si es verdad.

...¿Y el maquillaje? Quiero resucitar al Canguro, mi otro blog delirante, para lanzar allí mis veinte quejas cosméticas y mis dos hallazgos y medio. Esto no quiere decir que a este rincón no se asomen ya las barras de labios: lo harán a ratos, mezcladas con los libros, como debe ser. El maquillaje, a pinceladas.

lunes, junio 01, 2009

La desertora

Volví de París a los dieciséis, la edad terrible, y en mi colegio había cambiado todo. Todo era el ambiente, la clase, mi pandilla. Con catorce años disfrutábamos, a escondidas, de los últimos retales de la niñez. Jugábamos al teje con un estudiado aire de aburrimiento, como diciéndonos "no hay mucho más que hacer". También nos peleábamos y dividíamos en grupitos de tres o cuatro, como se dividen las nubes. Yo solía pasear por el césped charlando de política con Vicky la pelirroja. Eran los últimos años de Felipe y estábamos en plena emoción del cambio. Yo era más bien de derechas, y mi amiga, de derechas y ecologista. Cuando nos dio por exterminar una plaga de orugas, ella dejaba oír sus protestas y barbotaba frases inconexas sobre el ciclo vital.
A los dieciséis la política, el juego, las rivalidades tontas e inofensivas habían dado paso a un único interés: el viernes por la noche. Me gustaba la costumbre de sentarnos en corro, en el duro asfalto, a charlar sobre el viernes anterior ("vimos a Jaime...") y planear el futuro viernes ("me dejan hasta la una...") Al principio eran las meriendas en el McDonalds y las piraguas en el río, al llegar el verano.
Luego vino la discoteca y los garitos pijos de Los Remedios, y maldita la gracia que tenía, al menos para mí. La noche, el humo, el carmín rojo, las prisas sudorosas. Y el alcohol malo, alcohol de quemar. Me cogía un pellizco en el estómago la idea de llegar sola a casa, por la noche.
Y el reproche sordo de mis amigas, ¿por qué te cuesta tanto salir con nosotras los viernes? Lo veo todo ahora como en cine exín, desde mis treinta años, y pienso que no debían entender nada. Para ellas era yo una desertora.

lunes, mayo 25, 2009

Adonáis

El pasado viernes recitaron en la Fundación de Cultura Andaluza los dos accesits del premio Adonáis 2008: María Eugenia Reyes Lindo y Alfredo Félix-Díaz.
Acabaron entonces las ansias poéticas que me habían sacudido en los últimos tiempos, algo amortiguadas ya al comienzo de la Feria del Libro sevillana, con su mágico cajón de Renacimiento y la presentación de la última antología de Carmelo Guillén Acosta. Me dispuse a disfrutar como una cría de la poesía sin más, sin aditivos ni pompas, que esperaba descubrir en la voz del poeta mejicano y que estaba segura de encontrar en la voz de Merl, que como saben casi todos es mi mejor amiga.
Arropados ambos por Carmelo y por Cabanillas (qué envidia de acompañantes), comenzó la fiesta. Pura juerga con ritmo endecasílabo.

Cabanillas habló del tiempo, de las ruinas, de cómo un poeta encuentra su propia voz... Y comenzamos a escuchar dos voces diferentes, complementarias, como uno de esos giros a dos tempos en una pieza barroca. La música sonaba desde dentro de las palabras, como debe ser. La voz de Alfredo era toda dulzura latina y nervio poético, un contraste que nos hizo perder pie y romper en un gran aplauso al terminar su poema 1928.
Ya había apuntado Jose Julio la influencia mesanziana en este poeta, pero me impresionó ver unidos el impulso épico y la garra del Nuevo Mundo, como si estuviera oyendo algo muy querido y conocido por primera vez con acordes recién creados.
Luego vino Merl, risueña y nerviosa al principio. Eligió uno de los poemas más hermosos del libro para comenzar, lo que fue un acierto ya que le ayudó a crecerse. Camino de Algeciras:

Girasoles cabizbajos al atardecer,
colinas amarillas al poniente:
Un charco de hermosura
en un yermo que se tiñe de morado.


Así fueron sucediéndose las imágenes caóticas, tiernas o preciosistas de una poeta pintora, hasta terminar en uno de los poemas que más gustan a Cabanillas y que más me gustan a mí: El anillo.

P.S.: La foto es de Alejandro Lindo.

jueves, mayo 21, 2009

Calor

el calor me lleva de la mano a las calurosas meriendas de mi niñez. En la guardería, nos daban una chocolatina del tamaño de tres onzas Nestlé, envueltas en papel de celofán azul o rojo. A lo largo del mes de mayo las chocolatinas se iban poniendo blanditas, pero no nos importaba. No teníamos prisa: nos demorábamos en la merienda, en el chocolate deshaciéndose, manchándonos los dedos, los labios, el vestido. Nos gustaba el olor a chocolate caliente y barro fresco en la piel, hacíamos pelotillas dulces.
El calor me lleva también al aroma del cloro en las piscinas. El agua era azul, y apetecible como la manzana primera. Y olía a cloro. "No pegues tragos clandestinos, que tiene cloro", decía mi madre. "Mejor, más rica", bromeaba mi padre. A mí la palabra cloro me sonaba a marciano, hola, te presento a mi amigo el marciano cloro. Y luego supe que un romano se llamaba así, Constancio cloro. No había que abrir los ojos en el agua, porque picaba el cloro. Más tarde, en clase de química, acabó de sonarme la palabra a una mezcla de alquimia y exámenes suspensos.

martes, mayo 19, 2009

Tres años

Era diecinueve de mayo, hacía calor e iban a estrenar el infausto Código Da Vinci en el cine, por lo que supongo que era viernes. Yo trabajaba en mi tesis y en el Centro Norteamericano, Calle Harinas, Sevilla. Aún no había cumplido los treinta, ni me había vuelto tan sugestivamente mayor. No es cuestión de edad, a cada uno le entra el ataque de abuelismo en tiempos distintos. Así me siento yo ahora: distinta.
Pero en cambio no os conocía. Ni a Carlos Rodríguez Morales, ARP o Batiscafo, los que llegaron al principio y permanecen; ni a Dulci, Nodisparenalpianista o María, que vinieron y se fueron, ni a Néstor y Atiza que aún se asoman a veces por aquí, ni a las chicas del foro: Adegea, Camarona, Koizumi, Sponjita, Hiss, Blanca... ni a Cantaloupe, que ni ella misma sabía que se llamaba Cantaloupe; ni a Yeste Lima, que fue un misterio para mí; ni a Máster en Nubes, Mr Peñalba, el Coco y Chocolate con trocitos; ni a Kitty que acaba de llegar ni a Benita, con la que comparto un blog dormido. Ni a los tropecientos anónimos que me han divertido o enfadado, según su grado de mordacidad.
Tampoco sabía que me gustara tanto el maquillaje. Ni las piruletas, ni las chimeneas, ni la fanta de naranja. Son palabras que componen este blog, que hoy cumple tres años.
Tengo que agradecer a Enrique García Máiquez que me animara a abrir el garito, a Don Enrique Monesterio que me urgiera a escribir, a secas, a Beades que retara en duelo a un desconocido por defenderme de la injuria, a su mujer que siempre haya estado allí,aquí. A Lord Scutum que me llevase a los acantilados y a Toi que se inventara mi nombre, corazón de ámbar. A Ale Martín Navarro le agradezco su entusiasmo filosófico y a merl, su entusiasmo de nina pekena y sabia. Y a las dos Evas, mi tía Eva y Eva B, les agradezco su condición de relámpago d´Orsiano, ya que aparecen y desaparecen. A Trancos le pido que vuelva a aparecer, con ese nombre será bienvenido.
Y, por último, a los que me han premiado y a los que me han llamado cursi para que no cayera en el peligro de serlo. Muchas, muchas gracias.
Detrás de estos tres años veo treinta y tres y trescientos treinta y tres, por algo llamamos a esta red la blogo esfera, y qué mayor esfera que la del cielo. ¡Que se escribe con el alma, y el alma nunca se muere!

martes, mayo 12, 2009

Piruletas y faltas de ortografía

Es una delicia volver del trabajo en un autobús repleto de niños chillones. Churretes, patadas y piruletas, todo se amontona en una cara pecosa y un par de coletas rubias. Sol tiene cuatro años y ya es mayor. Y yo, en cambio, al escuchar sus cuentos chinos me hago cada vez más niña, tanto que parece que el rubor nace realmente de mi piel y no del diálogo detenido con la luz en el espejo, y que el brillo de mis labios es fruto de haber saboreado lentamente un puñado de caramelos rojos...
Piruletas y faltas de ortografía llenan mi vida de nueve a cinco, y habeces llego a enfadarme cuando mis alumnas utilizan los lavios para ablar en plena clase porquesinocuentanasuamiga lo que icieron aller, rebientan.
Sin embargo, muchas otras veces me hacen reír de pura alegría, como cuando les digo que para describir bien a una persona hay que usar buenos adjetivos, y en la descripción me presentan unos labios finos y sentimentales. O cuando llenan de imágenes una página, tras aguantar estoicamente mi discurso sobre la importancia de las metáforas. Entonces, resulta que la mejor amiga de C. es morena como el carbón y delgada como una avestruz, o que el padre de P. tiene los labios lan finos como el rabillo de una pera y las orejas, blanditas como las nubes en el cielo. Una de mis alumnas me define así a su amor: es un príncipe azul, está como un queso. Y otra, completamente quevedesca, rompe así la maldición del folio en blanco: Era de tez blanquecina cual gota de nieve infectada por el acné.
Aquí hay madera, esto es la guerra.