Una niña caminando por las calles, con su vestido de confección casera, como las mejores tartas de manzana, y su muñeca pelona y un poco gastada por los años. Me la encontré de frente, hace un par de días, y la entrada de hoy podría titularse algo así como viaje al centro de mí misma, o mírese en el espejo con veinte años menos, a cuántos les gustaría hacerlo.
A mí no. Instalada en los felices veinte, camino de los felices treinta, creo que lo mejor está por venir, o a lo peor ha venido ya, pero hace muy poco, y aún lo saboreo. Que la infancia no es ninguna arcadia lo han dicho varios sabios ya, pero mi infancia, desde luego, coincido con el sabio de turno y digo que es el lugar al que no volveré, por suerte. Siempre tenías la intuición de una inminente regañina: eras tan torpe que no sabías atarte los cordones de los sempiternos zapatos, no acababas nunca los deberes y cosechaste tus primera calabazas a la tierna edad de cinco años, ¡en trabajos manuales!
Y, sin embargo, hay algo que añoro, una magia antigua, la magia de jugar. Estoy segura de que si escribo ahora es porque jugué antes, el juego es creación. Yo tenía una muñeca que se llamaba Maite, pelona y desgastada. Y creé para ella todo un mundo: su guardería, sus amigas de la guardería, los padres de sus amigas de la guardería..., que, por cierto, se llamaban Carmen y Fernando y eran encantadores. Venían a casa día sí, día también, a tomar café y hablaban largas horas conmigo. Y mi casa era toda una ciudad: mi cuarto, nuestro apartamento; el pasillo, la calle; la terraza, el parque; la cocina, el bar y el salón, el cine. Mi marido trabajaba en Paris: hablábamos por teléfono todas las noches.
Jugar era crear, y por eso sigo jugando, y por eso siento cierta pena cuando anuncian por la tele el super dormitorio de la Barbie, ay, cuando un vaso de plástico volcado puede ser una mesilla y un trozo de papel de plata, el traje de fiesta más deslumbrante.
9 comentarios:
Jugar a las casitas, nuestros libros: la magia de las casas propias.
Preciosa entrada, Llir.
Precioso, sí, me has emocionado. Muy sugerente la idea de que escribes ahora porque jugaste antes. Por si sirve para avalar tu sospecha, yo también jugué y creo que no he dejado de hacerlo. Esta entrada tuya está llena de tesoros: el cuarto convertido en apartamento, el pasillo en calle (para mí era una autopista), el aroma de la tarta de manzana casera... Y una frase genial: "Mi marido trabajaba en Paris: hablábamos por teléfono todas las noches". Enhorabuena, y saludos a Maite.
Gracias. Conservo a Maite, que desgraciadament stá un poco podrida porque un día la bañé y no la sequé bien... Incluso le hice un par de poemas hace unos cuatro años, pero los he perdido.
"si escribo ahora es porque jugué antes, el juego es creación." ¡Emocionante deducción!
yo "suscribo todo lo que has dicho..." que dijo aquel.ademas es curioso y hasta me asusta la coincidencia:ayer mismo pensaba en escribir un poema sobre la no magia de mi infancia perdida;excepto dos o tres imagenes borrosas de momentos irrepetibles que me dan gran ternura lo demas me parece tan comun y tan poco digno de ser recordado que es humillante,nada que ver con las infancias de naranjos y patios blancos.
por desgracia nada de miticos encuentros familiares ni paisajes del norte que anorar.
y por eso suscribo todo lo que has dicho, porque quizas lo que recuerdo con mas vividez son los ratos entre ropas de camilla tendidas en los cordeles del patio claustrofobico, jugando a ser exploradores de un mundo que no existio nunca y tambien los ratos a solas con la cocina roja y azul de feber, donde los platos eran cascaras de naranja que al fin se pudrieron y se llenaron de "verdina" ,y que mi madre tiro a la basura hecha una fiera por la peste que dejaron en mi cuarto.
Escribe sobre eso... (ahora se debería levantar el dedo índice de aquel muñeco, ¿no?...)
Me ha encantado tu entrada, adaldrida. Es cierto que la infancia guarda algunos sinsabores -muchos causados por la inocente inconsciencia-, pero aquella imaginación para jugar (algunos seguimos haciéndolo, pero con las palabras), para reconocer figuras en las nubes o en las manchas, para inventar vidas y personajes, tiene mucho que ver, como tú dices, con el gratificante ejercicio creativo.
Me parece que, en lo que cuentas, también tiene importancia la soledad. El niño trata de salvarla hablando con amigos invisibles a los que inventa un pasado... ¿no tiene algo que ver también con la soledad del escritor?
Al hilo de lo que escribe Inma, apunto una frase tomada de "Carta de una desconocida", de Stefan Zweig, que acabo de leer esta misma tarde y que recomiendo intensamente:
"Sólo los niños solitarios pueden contener su pasión".
¡Hola! Encontré tu blog y me ha gustado mucho, compartimos el gusto por el agua y también unas cuantas aficiones literarias. ¡Saludos y nos estamos viendo! Eduardo
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