Tal día como hoy en el siglo XVII, se celebraban en las ciudades principales de España fiestas, se construían castillos en el aire, tablados, altares, arcos de flores y todo lo que hiciera falta para recibir a Dios en las calles. Se representaban autos sacramentales, funciones de teatro que resultaban ser, según críticos de izquierda-derecha-y-centro, el acto más democrático de la España de los Austrias: desde el grande hasta el campesino podía disfrutar con la contemplación y el estruendo. La fiesta barroca excitaba los cinco sentidos del ser humano, convertidos en cinco canales para navegar hacia la Belleza.
¿Qué queda de todo eso hoy, quince de junio de 2006? Supongo que más de lo que creemos. A las nueve y media de la mañana, frente a la catedral de Sevilla, un rosario de estandartes antiguos, músicos y militares desfilaban ante nosotros. Junto a la majestad de las tallas y la custodia, el glamour de los tacones y la elegancia de los vestidos.
Quizás Sevilla sea la ciudad más barroca del mundo en estos precisos momentos...
6 comentarios:
Nunca he sido muy partidaria del barroco, y siempre de Sevilla; a ver si me voy a hacer barroquista por esta entrada tuya...
Yo sí que soy "barrocófilo" y muy partidario de Sevilla, demasiado tal vez. Como explicas, la de Corpus era la fiesta popular y lítúrgica por excelencia durante la época Moderna, una fiesta exquisita, delicada, solemne, radiante...
He tenido la suerte de participar de ella en la Sevilla insólitamente barroca del siglo XXI. ¿Qué queda hoy de todo eso? Queda el perfume antiguo del romero, la juncia y el incienso, quedan las personas que se levantan de sus sillas cuando pasa el Señor, queda el brillo de la custodia, quedan los pasos renacentistas del baile de los seises...
Conociendo la importancia que se concedía al ceremonial, especialmente el eucarístico, a veces me sobrecoge salir a la calle después de comulgar y pensar que, entre la gente, soy una custodia anónima: de nuevo, como titulas tu entrada, "Dios en la calle". Perdón por este último comentario algo melífluo, pero era el día apropiado para escribirlo ¿no?
Aunque no se haya comulgado, somos una custodia que camina por la calle.
En nuestra ciudad hay un espejo, que se llama Guadalquivir, y en ese espejo se miran desde una orilla Triana y desde la otra Sevilla; y una u otra, buscan sus respectivos reflejos.
Si en Sevilla está Arfe con su custodia, en Triana está Ossorio con la suya. Que si en Sevilla hay seises, en Triana los niños son parte fundamental de su Corpus, siendo costaleros y capataces de otro Niño, como si de esa manera se le quisiera dar merecida titulación cofradiera a las escuelas de primaria que recorren nuestras calles en pleno mes de mayo.
Que si en Sevilla el recorrido del Corpus no lo pierde de vista las campanas de la Giralda que están tan cerca del cielo, parece que con el mismo celo, otro campanario, el de la Iglesia de Santa Ana, el de la Catedral de Triana, tampoco quiere perder de vista su Hábeas.
Y la música..., cómo podría faltar la música; si en Sevilla, castañuelas y voces angelicales resuenan en el Salvador y en la Plaza San Francisco, en Triana la flauta y el tamboril como eco de una romería que nos traerá añoranza de caminos, vereas, chaparropes y arenas.
Triana, como ocurre cada mañana, trasciende a sí misma y cobra identidad propia, y se convierte en más pueblo que nunca, pueblo con mayúsculas, en letras de oro, sobre loza, pintado por alfareros.-
Precioso comentario del usuario anónimo, digno de pasar a categoría de entrada.
A mi también... ¡a ver si quiere identificarse!
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