Hace un par de días me regalé una "tarde de chicas": apacible y aventurera al mismo tiempo, sin reloj ni almanaque, paladeando el deleite de perder los minutos, demorándome... Derrochar una tarde con amigos: un lujo cada vez más inasible, pero que en el reflexivo septiembre aún puede hacerse realidad. Septiembre es un mes de retales, de trozos de sol entre nubes. Un mes de tiendas y calor, helados y rebeca por la noche.
Cris y yo nos adentramos en una calle de Sevilla, la más recóndita y hippie: Amor de Dios (de la que nadie nos separará.) Y ahí, en una esquina despintada y mágica, estaba el bazar Belmondo. Una tienda muy años ochenta, en la que tiritaba nuestra infancia. Camisetas de Chupachups Kojac, vestidos abombados y cajas de lata con estampado beatle. Y, en una vitrina... ¡llaveros de Playmobil!
Cerré los ojos y vi una calle: una frondosa calle de Alemania. Y yo con siete años. Y Nacho, aquel chaval, atropellándome, montado en una bicicleta cruel. Andaba yo jugando con media docena de playmobils, algunos a caballo, y no quedó ni uno. A cámara lenta veo a la madre de Nacho llegar, palparme las piernas, gritar a su hijo...
-¡¡¡Rocío!!!
Despierto en el bazar. Sobre nuestras cabezas infantiles se mecen tres hileras de Playmobil, pegados a una cadenita de metal y una anilla. Bailan despacio girándose en su péndulo metálico, cautivándonos.
Y no eran los únicos llaveros sicodélicos: había una pelota de badminton, una pistola de trapo y un cepillo de los de la ropa, con el mango forrado de cuadritos. Era la cueva de Alí Babá, veinte años después.
Y un perro negro y feo nos miraba.
2 comentarios:
Oye ese bazar es la caña!! Qué de recuerdos, anda que no he jugado yo con el barco pirata y el fuerte!! jajaja Besos!
Esa cartera del perro feo me apasiona. Qué bien lo pasamos. Ayer estrené la laca de uñas topo.
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