Volví de París a los dieciséis, la edad terrible, y en mi colegio había cambiado todo. Todo era el ambiente, la clase, mi pandilla. Con catorce años disfrutábamos, a escondidas, de los últimos retales de la niñez. Jugábamos al teje con un estudiado aire de aburrimiento, como diciéndonos "no hay mucho más que hacer". También nos peleábamos y dividíamos en grupitos de tres o cuatro, como se dividen las nubes. Yo solía pasear por el césped charlando de política con Vicky la pelirroja. Eran los últimos años de Felipe y estábamos en plena emoción del cambio. Yo era más bien de derechas, y mi amiga, de derechas y ecologista. Cuando nos dio por exterminar una plaga de orugas, ella dejaba oír sus protestas y barbotaba frases inconexas sobre el ciclo vital.
A los dieciséis la política, el juego, las rivalidades tontas e inofensivas habían dado paso a un único interés: el viernes por la noche. Me gustaba la costumbre de sentarnos en corro, en el duro asfalto, a charlar sobre el viernes anterior ("vimos a Jaime...") y planear el futuro viernes ("me dejan hasta la una...") Al principio eran las meriendas en el McDonalds y las piraguas en el río, al llegar el verano.
Luego vino la discoteca y los garitos pijos de Los Remedios, y maldita la gracia que tenía, al menos para mí. La noche, el humo, el carmín rojo, las prisas sudorosas. Y el alcohol malo, alcohol de quemar. Me cogía un pellizco en el estómago la idea de llegar sola a casa, por la noche.
Y el reproche sordo de mis amigas, ¿por qué te cuesta tanto salir con nosotras los viernes? Lo veo todo ahora como en cine exín, desde mis treinta años, y pienso que no debían entender nada. Para ellas era yo una desertora.
5 comentarios:
Ay, cómo me siento de identificada, perfecto resumen de mis años adolescentes...En fin, un placer leerte, como siempre, aunque nunca me atreví a comentar...hasta hoy! ;)
Saludos desde Valencia,
B.
¡Proema!
No te olvides nunca de cómo eras entonces. Pasan los años más rápidos que las nubes y te verás a ti misma reflejada en los ojos de otras niñas.
Si tienes buena memoria, podrás entenderlas mejor de lo que ellas se entienden, y sabrás quererlas.
¡Envidiarlas no, por Dios; eso nunca!
cómo te entiendo... mi vida misma.
la adolescencia es una pesadilla, efectivamente. Nos volvemos locos. Nadie nos entiende.
Proema, como dice Máiquel...
V.V.
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