En Madrid escuché un diálogo entre padre e hijo muy inspirador. Estábamos al borde del final del verano, en el último fin de semana de Agosto, en Madrid.
El padre, enfadado. "¡La máquina me la quedo yo! ¡El vicio de la maquinita te lo voy a quitar yo, porque estás enviciao!"
Puso énfasis en el pronombre personal y en el adjetivo que definía el estado actual de su hijo. El niño, unos once años, pecas y gafas: "¡Jo, papá, hoy he leído sesenta y cinco páginas de un libro!"
Sesenta y cinco: me impresionó. Al padre en cambio no logró amilanarle.
"¡Me da igual lo que hayas leído, me quedo con la condenada máquina!"
Momento que eligió la madre, pálida y rubia y con cara de "qué pocas ganas tengo de reñir, se lo dejo todo a él que parece, puesto en faena, que hasta disfruta", para lanzar un globo sonda en favor del cónyuge.
"Tu padre se pone nervioso, pero tiene razón".
Y al fin el pater familias lanza el arma definitiva:
"Nada, que me la quedo, y hasta que no vea que te sabes lavar los dientes como Dios manda, ¡no vuelves a verla!"
La cara del hijo se tiñe de negro desconsuelo, se le escapan un par de lágrimas y exclama:
"¡Nooo, papá, los dientes noooo!
1 comentario:
Hahaha, qué bueno!
Un besito!
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