domingo, diciembre 17, 2006

Pan y chocolate







De pequeña, en las largas tardes de verano en Maestu, mi abuela nos daba para merendar una rebanada de pan y seis onzas de chocolate. Ese número mágico, ¡seis!, nos hacía sentir como los amos del mundo. En invierno, en los días grises de frío y uniforme, nuestras madres sólo se atrevían a darnos dos o, todo lo más, cuatro onzas, pero en agosto llegaba Maestu, la deliciosa calidez de la pradera con sol y mi abuela, que montaba en bicicleta y nos regalaba pelucas de colores para disfrazarnos.
Todo era posible: las seis onzas mágicas venían a nosotros después del baño en el río, un río de hielo soleado: era una proeza bañarse en el río aquél y al salir teníamos el aire de un guerrero vikingo. Merodeábamos por los alrededores de la mecedora de mi abuela, ella se hacía un poco la sueca mientras los mayores se impacientaban, hala, vestíos que vais a pescar un resfriado...
Terminábamos en la cocina, sacándonos los trajes de baño en penumbra, y luego al destello de la pradera, donde el chocolate sabía aún mejor, a campo, a verano interminable.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tengo que conocer ese río de hielo soleado y sentirme un vikingo despues del baño,prométeme que me llevarás allí algún día,lo necesito...

Anónimo dijo...

Me apunto a lo de lord scutum, querida Gloria. Y allí construiremos tres tiendas, con sus tres tiradores de cerveza y con sus tres surtidores infinitos.
Querido lord scutum, después de tu explicación acerca del origen de tu nombre, entiendo y me gusta más tu linaje. Ahora me suena mucho mejor: cuenta con mi espada.
Querida Gloria, muchas gracias por tu visita dominical al trabajo: me ayudó a llevar mucho mejor la jornada. Un saludo para ambos.

Anónimo dijo...

Os llevaré a ambos al río... ¡Lo juro!

Anónimo dijo...

Yo quiero ver el bosque de Maestu, el de la foto... algun dia deberiamos de hacer una excursion bloggera a tu pueblo.