martes, julio 11, 2006

Después...

Prometí hablar de Valencia y el Papa, y aunque las musas andan algo perezosas, lo haré.
De Valencia me gustó todo menos el calor. Dirán ustedes, mujer, viviendo en Sevilla... Por eso mismo, respetable público. Una puede soportar, y hasta lo encuentra lírico, que llueva en Pampaluna, pero en Sevilla le indigna profundamente la primera gota que osa derramarse sobre su desprovista cabeza. Ya lo dijo Bebe, con mucha fuerza:

"La lluvia que caerá
sobre mi cuerpo y mojará
la flor que crece en mí..."

Es una canción para escucharla en Pamplona, pero no en Sevilla. Con el calor sucede lo mismo. Una espera que, allá donde vaya, la temperatura sea menor que la cotidianamente soportable.
Valencia me pareció una ciudad radiante, ya saben, de "belleza antigua". La gente alegre, la organización buena, los cuartos de baño limpios y la granizada de limón a punto, ¿qué mas podía pedir? Yo no vi banderas de jo no t´espere, ni camisas maliciosas fantaseando con la vida privada de Rita, aunque supongo que haberlas, habíalas. Lo que sí vi fueron balcones con mensaje, como este:
- El que reza no desperdicia su tiempo.
O este:
- Cuando encuertas a Cristo, tu vida cambia.
Del Papa lo que más me gustó fue verle a sus anchas, contento. Estaba feliz. Y cuando el Papa sonríe, sonríe la Iglesia entera, a pesar de todo: de nuestros pecados y de los pecados ajenos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que envidia me das ,no pude ir...pero lo ví por T.V.,una de esas de pantalla plana,que provocó esa emoción pura e irracional que dá ver a los excepcionales,siempre que lo veo logra emocionarme,y se me confirma mi existencia entera