Soy una de esas mujeres locas que caminan por la calle "en circuito cerrado", como suele repetir mi madre con algo de preocupación. La música cesa al borde de las aceras, pero en las grandes avenidas, bajo los árboles aún sin talar, sentada en el autobús o paseándome en un taxi, pequeño burguesa que llega tarde llega tarde llega tarde, siempre hay música en mis oídos. Yo para ser feliz necesito leer libros y oír buena música todos los días, cada día.
Hace un par de semanas, Ángel me mandó un email con un enlace musical y poético. Como sé que eres amalióloga, decía... Y en un click mágico allí estaba la poeta Amalia Bautista, dulce como una manzana sin veneno. Y desde entonces ando fascinada, cautiva en un bucle laberíntico y bendiciendo la prisión.
Porque no sólo es su voz, que ya de por sí es hipnótica, sino es que esa voz selecciona varias canciones de una belleza absoluta. Y yo, que ando neoplatónica perdida últimamente, qué otra cosa quiero. Algunos de los temas escogidos eran grandes obsesiones mías y otros están adquiriendo el rango de pasión obsesiva a pasos agigantados. Comienza Amalia con música renacentista y Juan del Encina, qué nostalgia tan luminosa. "Más vale trocar placer por dolores que estar sin amores". Y tienes ante tus ojos los primeros acordes de aquella novena de la Inmaculada, de hace tantísimos años, bajo los arcos góticos y un coro que cantaba esta canción. De nuevo la máquina del tiempo.
Luego llega una de esas largas palinodias de Leonard Cohen que ni mis padres ni yo hemos soportado nunca, y oh incoherente maravilla, resulta que me vuelve del revés. Porque el hombre del monólogo eterno está cantando un poema de Federico García Lorca. Que tampoco es mi poeta favorito, la verdad. Pero nada más comenzar me quedo prendida en la salmodia del pequeño vals vienés. Y esa música de vals como juego de lunas.
De pronto, Amalia recita su poema "Dream a little dream of me", al hilo de Ella Fiztgerald. Pero lo más bonito de la velada llega con una canción de David Bowie en la que se pone música a este poema terriblemente hermoso de Bertold Brecht:
Fue un día del azul septiembre cuando,
bajo la sombra de un ciruelo joven,
tuve a mi pálido amor entre los brazos,
como se tiene a un sueño calmo y dulce.
Y en el hermoso cielo de verano,
sobre nosotros, contemplé una nube.
Era una nube altísima, muy blanca.
Cuando volví a mirarla, ya no estaba.
Pasaron, desde entonces, muchas lunas
navegando despacio por el cielo.
A los ciruelos les llegó la tala.
Me preguntas: «¿Qué fue de aquel amor?»
Debo decirte que ya no lo recuerdo,
y, sin embargo, entiendo lo que dices.
Pero ya no me acuerdo de su cara
y sólo sé que, un día, la besé.
Y hasta el beso lo habría ya olvidado
de no haber sido por aquella nube.
No la he olvidado. No la olvidaré:
era muy blanca y alta, y descendía.
Acaso aún florezcan los ciruelos
y mi amor tenga ahora siete hijos.
Pero la nube sólo floreció un instante:
cuando volví a mirar, ya se había hecho viento.
No lo conocía. Ahora tengo otra belleza para contemplar, y asegurar así mi neoplatonismo.
5 comentarios:
Precioso: gracias.
Explicas muy bien por qué es fascinante ese programa: la voz, la selección de música, que sobre el papel no parecería tan atractiva, pero lo es, por ejemplo en el caso de Leonard Cohen & Lorca.
Me ha encantado el enlace. Has acertado en ponerlo. Muchas gracias
Mil gracias, Rocío. Y un beso enorme.
Amalia
Me lo he bajado también a mi ipod. Queda chulo entre mi música mákina...
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