Me despido por unos días, ya que mi familia ha decidido hacer puente en una silenciosa playa, y hasta el martes les dejo con un par de chistes navarros que hace un par de días me contó mi padre (navarro también, nacido en San Adrián).
Lo mejor de los chistes navarros es que son verdad, o sea, que más que chistes son anécdotas. Mi padre o mi abuelo, que no recuerdo bien ahora, estudiaron en el típico colegio rural, rodeado de campo y animales felices (esto último lo diría dÓrs). Tenían una profesora algo cegata, y el más pillo de la clase se apostó Dios sabe qué a que era capaz de meter un burro en el aula sin que la maestra se diera cuenta. Imagínense la rechufla mientras metían al burro en la parte trasera, ésa que en los días de lluvia servía de frontón a los chavales.
Entró la profesora y todos la recibieron de pie, como buenos chicos. Ella dijo, bien, sentáos. Y lo hicieron todos menos el burro, que lógicamente siguió de pie. Ella vaciló un segundo, ajustándose las gafas, y acto seguido dijo:
-Y usted, siéntese con sus compañeros.
Esta anécdota era conocida ya en mi familia, pero hace unos días mi padre nos hablaba de carteles navarros. Puso varios ejemplos, pero habló sobre todo de un fabricante de pelotas que se había peleado con su hermano, y debajo de su nombre, en la puerta de su tienda, colocó un vistoso letrero que decía:
"¡OJO! ¡No confundir mis pelotas con las pelotas de mi hermano!"
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