En otoño vuelven los abrigos. Los abrigos de hombre.
No sé por qué me fascinan tanto los abrigos de caballero. Me parece una prenda tan recia, tan de chimenea, tan del Norte... Un hombre con abrigo deslumbra, un señor con abrigo es un señor.
No es lo mismo un abrigo que una parka o que un chubasquero, aunque todos tienen su momento y su emoción. Toda la ropa masculina, si es elegante, me parece atractiva, ¿por qué será? Será, como dice Mark Twain en El diario de Adán y Eva, por eso mismo, por ser vos quien sois, por ser relativa al hombre y porque yo soy una mujer. Qué desfasado y políticamente incorrecto, Mark Twain.
Todo tiene su momento, sí, pero el abrigo permanece en el podio, aguarda en la cima. Recuerdo un abrigo de loden inglés, verde botella, tan lleno de misterio que daba ganas de colgarse del cuello que albergaban sus altas solapas. Recuerdo un abrigo negro, ondeando al viento, que brillaba más que las estrellas en la alta noche. Pienso en abrigos de caballero en pasado, pero también en futuro: quién sabe qué noches de invierno me deparará el destino?
No hay comentarios:
Publicar un comentario