En primer lugar, sigo amando a Iker Casillas, a pesar del beso o quizás debido a él, ¡qué mono! Qué grande es este Capitán... Me cuenta Enrique García Máiquez que, en Madrid, había un balcón a reventar de chicas con un inspirado letrero: "¡Iker, sube, que Sara somos todas!" Me apunto al plan. Aunque, como es un demasiado utópico, mi amiga Cris me rescató ayer de la rutina veraniega y el suicidio lento por amor para llevarme a las rebajas de H&M en una plácida y risueña Tarde de Chicas, como mandan los cánones.
Salí de allí con unos zapatos de cuña de esparto (diez centímetros de cuña, ¡moriré! Eso sí, moriré con los tacones puestos, sintíendome muy poderosa. Y ya que estamos, ¿alguien sabe decirme qué hilos misteriosos relacionan la altura femenina con el poder? La otra alternativa es una barra de labios roja, que no duele tanto. Y en el otro extremo, lo que despoja a una fémina de todo su poder y su autoestima es la hora de la báscula, los lunes al sol: ¡drama!)
Encontré esta joya de chiste en el blog de Morgan, que además cuenta con gracia infinita cómo a los hombres no hay quien los entienda (hace unos días leí que sí, son menos complicados que nosotras... pero es esa sencillez la que en el fondo esconde una complicación sibilina...)
Los zapatos me costaron cinco euros y son el colmo de la comodidad. Y encontré también un bolsito con flecos de falso cuero en un delicioso color topo.
En menos de una semana volaré a Maestu dispuesta a leer, a respirar montaña, a bañarme en el río. Para el pelo tengo un artilugio fenomenal que consiste en un spray del Body Shop. Huele a arándanos y protege la cabellera del sol, la sal, el cloro y el calor artificial que nos atizamos las mujeres en nuestra brutal coquetería.
¡Esta es la imagen de la felicidad!
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