Todos los lunes llego al colegio somnolienta, como si fuera una alumna más. Los ojos se me cierran y, en ese justo momento, una compañera de trabajo pregunta con zumba: "¿Has tenido un fin de semana loco?"
Por una vez acertó. Comenzó la locura el viernes en la estación de trenes, recogiendo a la poeta Amalia Bautista de un ave tumultuoso. En el balcón de mi casa guacamole, cigarros y diálogo, mucho diálogo. Y luego el calor extraño de Sevilla, con nubes, frío en la sombra y un sol picajoso. El hotel Doña María: su terraza a los pies de la Giralda. Tenemos a un palmo de nuestros ojos el pacharán con hielo que ha pedido Amalia y la filigrana medieval. Mientras ella descansa, se ducha y yo la espero, me recorre un río por las piernas, llego hasta la Casa de Libro y compro, electrizada, el nuevo poemario de Miguel d´Ors. En la facultad presento a Amalia y ella nos envuelve con su voz suave, de prodigio lento, de tristeza cálida. Le pido que recite el poema del puente, y el de los pies de sus niñas. Ovación cerrada. Cena con ella y con Cabanillas, Baltanás y Marie Christine del Castillo. Cotilleo poético. Jose Julio nos cuenta un cuento surrealista. LLego a casa a las doce, como Cenicienta. Cansadísima. Feliz.
El sábado me bebo los poemas de Miguel d´Ors. Primero de un trago, luego a pequeños sorbos. Saben a niñez y a vacas, a exabrupto lírico, a guasa épica, a epigrama genial. Saben a siempre y a nunca, a otro Miguel d´Ors, a felicidad imperfecta, a rimas libres. Saben a maravilla de nuevo y nunca acaba, a qué bien otro libro, otro río, otra fuente en la que beber, aquí su acólita.
Por la noche, juerga en casa de L. De nuevo guacamole: no había tabasco y le puse cilantro y crema de vinagre balsámico. De postre copas de caipirinha, lima verde invadiéndolo todo. Juegos de cartas y ron, mucho ron. Ron que sabe a matarratas, a me voy a intoxicar, y todos riendo y acusándome con el dedo índice, "has perdido, ¡bebes!" Así que bebo, grito, aúllo. Y me duermo en la chaise longe, entre almohadones. Ya en casa, dando vueltas a las cuatro menos cuarto, medio dormida busco Omeprazol. Mañana arde París, digo mi estómago, si no encuentro la pastilla bicolor que todo lo cura.
Y el domingo me despierto flotando, en medio de una resaca benigna de color champán. Nubes soleadas. Encuentro el librito Blogueína, de José Miguel Ridao, y me lo enchufo en vena hasta la noche, misa de ocho y cine en casa.
Pedazo de fin de semana loco: libros y ron.
5 comentarios:
Jajaja pues hija, bohemia, como buena literata!
Ya te he dicho que me encantan tus narraciones. Prosa poética!
Besos!
Ten cuidaíto, que esto lo pueden leer en tu trabajo. Si luego no rindes, alguna dirá ¡claro, siempre de juergas y borracheras!
Beades, hijo, que en mi trabajo no hay carceleros. Lo que haga el finde es cosa mía, y el domingo dormí muuuuuy bien...
El que pierde, bebe. Es inhumano, así el que no sabe jugar termina mal y no puede aprender nunca.
Mejor separar el juego de la bebida y así desarrollar las aptitudes para el juego y poder beber lo que quieras, con moderación.
Adaldrida es siempre de una locura moderada, se emborracha con agua habitualmente, y ese juego no era un juego al que se pudiera aprender, era una excusa para poder beber...con moderación.
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