Menuda noche la de ayer. No estaba preparada yo para el ciclón emocional que se me venía encima. Ya dijo Beades que tras escuchar a Carmelo a uno le entraban ganas de hacer cosas buenas, qué peligro. Qué feliz propósito para un poeta, levantar los mejores deseos en el ánimo del oyente, y qué éxito si los cuentos de la lechera casan por una vez y le sale bien el invento, como aquí ocurre...
Carmelo ayer en el parque de Maria Luisa, en un pabellón iluminado entre palmeras nocturnas. Hablando del amor con ritmo insobornable, actuando con miradas y gestos y esas manos grandes que acompañan a la poesía, ¿por qué todos los poetas tienen manos bonitas? Manos de hombre. Hablando de ríos y cafeteras, y peines y móviles, y amigos y montañas.
Esto es poesía, y ayer nadie quedó incólume. Al principio del recital nos nombró a todos, como una lista poética interminable de amigos congregados al calor de sus palabras. Luego fueron saliendo los poemas de su boca, con el timbre de voz justo, propio de quien se mueve ante el público con toda naturalidad, de quien nombra las cosas con sencillez y certeza. La poesía, dice él, es cuestión de ritmo y amor. De las dos cosas hubo en esta noche, y ambas eran palpables, tangibles, reconocibles. Todos salimos con la misma herida. Ya nada volverá a ser lo mismo.
P. S.: Otro día cuelgo aquí un poema suyo, cuando obtenga su permiso.
4 comentarios:
Eso es sar envidia... de la buena (si es que existe).
Buen finde
No he leído nada de él... a ver si puedo comprar el libro
eso, poema
Hola, Adaldrida, de lo poco que he leído de poesía, reconozco que Carmelo Guillén siempre me ha enganchado, y gracias a algún cuaderno Númenor que leí hace tiempo.
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