sábado, noviembre 22, 2025

Seville is different (pesadilla en el paraíso)

Recientemente he sufrido un ataque de pánico, un episodio de ansiedad de estos que están a la orden del día y de los que yo, afortunadamente, no había sabido nada hasta ahora. Fue en Sevilla y en medio de una bulla. 





La muy sevillana "bulla" consiste en una aglomeración o tumulto en plena calle cuando hay pasos de Semana Santa, vamos, el sueño de cualquier agorafóbico. El caso es que estábamos en pleno otoño y poco podía yo imaginar que iba a producirse algo así, de repente. Se conoce que llevo demasiado tiempo lejos, fuera de mi propia tierra, siendo estranjera y nómada.
Era octubre, un sábado soleado en el que había quedado con mi mejor amiga en el esplendoroso centro de Sevilla. Caminaba desde mi casa con los auriculares destilando el cuarto azul de Aitana al ritmo de mis pulsaciones, y el único rastro del otoño eran las hojas caídas por el suelo. Sevilla radiante...

Y de repente, zas, la aglomeración. Y es que la Esperanza de Triana estaba peregrinando por las calles de mi ciudad. Ya me la había encontrado una semana antes, en pleno puente de los Remedios, pero fue cosa de cinco minutos, un encuentro sorpresivo y sobrenatural y luego, la dispersión.
En mi ingenuidad pensé que la dinámica se iba a repetir, pero no es lo mismo el puente de los Remedios que la avenida de la Constitución, a dos metros de la catedral. Allí había "bulla" para rato, porque además la Virgen todavía no asomaba y la avenida estaba repleta. A rebosar de gente y de sol, un sol que picaba en los ojos y prometía dolor de cabeza, por lo que, ya entonces con mucho esfuerzo, me retiré a una calleja de las muchas que mueren en Constitución, y que resultó ser justamente la calle por la que iba a venir el paso. Vamos, que me metí en la boca del lobo.

Aquello cada vez más agobiante, a treinta personas por milímetro cuadrado, cada vez más cerca de la hora en la que había quedado con mi amiga, yo, que detesto ser impuntual, y literalmente ni para adelante ni para atrás me veía capaz de hacer el más mínimo avance. Casi sin darme cuenta se me empezaron a caer las lágrimas, y comencé a repetir: "tengo que salir de aquí..." "¡tengo que salir de aquí...!"
Un señor me dijo: ¿pero no ves que por aquí va a venir la Virgen y cada vez va a ser peor? Y yo repuse: sí, pero no puedo volver atrás... Y entonces fue cuando otro, no digo señor sino energúmeno, me miró muy fijamente y me increpó barbotando: lo que sea, pero deja de joder. 
¿¿¿Perdón???, farfullé, toda ojos inocentes bien abiertos. Y él: que dejes de molestar, que te calles, que va venir la Virgen. Y allí fue cuando me dio el repente.

Una furia no conocida, una oleada que subía del centro del infierno de mí misma me hizo increpar...
- Pero, pero, pero, ¿será cabrón que me ve llorar y lo único que se le ocurra decir es no jodas? ¿Pero es que ya no hay caballerosidad en este mundo? Pues, ¿sabe lo que le digo? ¡Que la Virgen lo primero que quiere es humanidad! 
Ya esto último a los gritos, y rompí a llorar con hipidos y todo. Vamos, lo que en el siglo XIX llamaban histeria femenina, y en este siglo, más adelantado y preciso, un verdadero ataque de ansiedad. Me habría tirado al suelo a patear..., si hubiera habido sitio en el suelo.
En el acto, dos benditas mujeres que estaban a mi lado me abrazaron, y una de ellas sacó un abanico enorme y empezó a darme aire. Yo entre lágrimas agradecía y repetía "no, si no es desmayo, pero podría serlo..."
No sé, o un infarto, o podría de verdad necesitar ayuda médica, o cualquier cosa, digo yo...
Pero shiquiya, ¿no sabeh lo que eh una buya?, me pregunta un hombre más bien joven. Pues ¿no ves que es guiri?, responde por mí una de las mujeres que me abrazaba, a lo que otra, mirándome como sopesando comenta no, que habla en andaluz. Sí, andaluz del Norte, espeta un tercero. Lo menos es del País Vasco.

Yo aquí me había calmado y casi me estaba riendo por dentro. El energúmeno nos riñó, silencio que viene la Virgen, y una señora le riñó a él: ¡usted ya ha hecho bastante! Y entonces, efectivamente, llegó la Virgen.







Y pude verla en primera fila.
Belleza que todo lo calma, que hace que merezca la pena cualquier espera, cualquier impuntualidad obligada, cualquier berrinche y agobio en plenas calles de Sevilla.

jueves, julio 24, 2025

Merienda de verano

Me pregunto qué merendabais vosotros cuando erais niños. Aunque la verdadera pregunta, la pregunta completa sería qué merendabais de niños en las largas y soleadas tardes de verano. Esas tardes doradas de parques y columpios...




Las meriendas de verano de mi niñez aparecen nítidas ante mí, mientras que, por mucho que intento recordar, mis inviernos son pálidos y apenas se dibuja una taza de colacao sobre la mesa redonda de la cocina, bajo la lámpara y la sorda amenaza de los deberes. Y, cuando empecé a "crecer", (entiéndase a lo ancho), una pieza de fruta, "que la fruta es muy sana entre horas", decían, y a deshora también, pensaba yo, porque el caso es que a todas horas aparecía la dichosa fruta, cuando lo que me pedía a mí el corazón eran unas onzas de chocolate.

Pan con chocolate: ésa era la poción mágica que nos dispensaba mi abuela todas las tardes tras el baño en el río. Recuerdo el pan de miga blanca y prieta, y sobre todo, la delicia de las onzas de chocolate: cuatro o seis, según la debilidad abuelil, ocho si era festivo. Teníamos una prima segunda cuya abuela le daba media tableta por día, cosa que nosotras contemplábamos en silencio entre la reprobación y el escándalo, pues a la sabia edad de nueve años ya teníamos conocimiento de que aquello era una barbaridad calórica, y la no tan escondida o verdaderamente declarada envidia...

A mis primas y a mí nos sabían muy bien nuestras onzas: cuatro eran lo normal y lo correcto, seis era que la abuela estaba contenta esa tarde, y ocho onzas era que, ¿qué día es hoy, Santiago o Santa Ana? Y así pasaron las tardes doradas de río, campo, excursión a Leorza y columpios, en nuestros ocho, nueve, diez y hasta once años, y luego llegaron los doce y trece, con su sabor a Coca-Cola y a final del paraíso, sin que nosotros fuéramos realmente conscientes de que se nos estaba terminando el reino de la niñez.

lunes, mayo 05, 2025

Jugar 🛝

He soñado con mis juguetes de cuando era niña.




He soñado, también, con una piscina llena de bolas: el agua increíblemente turquesa y esa sensación infinita de vacaciones. He soñado que mi mejor amiga y yo recorríamos un campo de trigales en Maestu, bañadas por el sol. Creo que mi inconsciente quiere decirme algo.

Pero lo que resuena en mi cabeza es que, dentro del sueño, yo hablaba de jugar. Y decía que para mí, de pequeña, jugar era tan imprescindible que siempre estaba rodeando a mis muñecas de juguetitos pequeños para que ellas también pudieran participar de la fiesta. El juego dentro del juego: mi vida fue metaliteraria desde los cinco años...

sábado, febrero 08, 2025

Mi primita Cecilia

 ¡El tiempo no pasa por nosotras!




En mi mente, nos mantenemos así: siempre felices y siempre en nuestro paraíso. Un par de niñas que juegan y que quieren crecer, tú alta y delgada y con piernas preciosas, yo bajita y cada vez más redonda y dicen que con gracejo. Jugando a casitas, a muñecas, a detectives, a pandilla estilo serie de televisión americana. Bailando Whitney Houston, Wet wet wet, Kylie Minoghe. Estudiando matemáticas. Hablando del chico que nos gusta. Soñando bajo mantas. Viendo la última de Walt Disney en cines Guridi, la tarde del 24. Anhelando la granja de PinyPon y sólo unos años después, unos buenos vaqueros levi's. Trepando a la peña de las cinco. Diciendo "qué pereza",  y luego, a misa y a los Roturos...

Cada verano, cada Navidad. Creciendo juntas sin darnos cuenta. Sí, como dice mi madre, ¡cuánta vida en una vida!

viernes, enero 31, 2025

Frugalidad

Al final, comer poco y sano es todo un estilo de vida que puede dar mucha gloria a Dios. La frugalidad, la templanza. 


Aquí, empezando a adelgazar 


No es sólo cosa de cristianos: estoicos antiguos y modernos la predican. El ayuno intermitente triunfa. Vence el que se vence, me dijo una vez mi padre, citando un proverbio latino en medio de mi adolescencia más voraz.

Tener la tripa un poco menos llena nos abre los ojos, nos hace ver más allá de un triste croissant, nos llena por dentro. Nos hace estar alertas. Nos hace menos esclavos. 

Claro que todas estas palabras se convierten en nada cuando muerde el hambre, del mismo modo que ninguna de las razones humanas o teológicas para vivir en castidad pueden contra la necesidad física de muchos y muchas. Pero aun así es bonita la idea de tener señorío sobre uno mismo, aunque sólo sea un ideal. Y también es bueno dar la razón a un padre: ¡vence el que se vence!