Cada vez me desespera más la moda. Vale, de acuerdo, a todos nos gusta ir a la moda, sobre todo si ésta coincide con nuestros gustos. De pronto un día ves que para el otoño se llevará el color chocolate y que vuelven los vestidos de talle alto, corte imperio, tan bonitos y fáciles de usar, y te vuelves loca de alegría. Poco importa que también se estilen las botas altas, los labios rojos y las transparencias, porque como eso no te gusta, lo dejas a un lado y punto.
El problema llega cuando borran el color melocotón de los muestrarios de maquillaje, "¡lo que mejor me iba...!" Peor aun, cuando en tienda ninguna de todo lo visible e invisible encuentras unos pantalones con la cintura en su sitio. Es para mí un misterio, qué tendrá el lomo de excitante, si hasta los gatos lo enseñan. Me dicen los hombros, redondos y morenos en septiembre, las piernas, la garganta, lo puedo entender, pero ¿esto...? Y más cuando al final de la espalda hay que colocarse un dragoncito verde, un símbolo celta o una estrella de mar de quita y pon.
Una alumna mía norteamericana me hizo una redacción en la que veía la moda europea con ojos de estraterreste, que son los ojos más lúcidos. Como en Sueños en el umbral, ese libro-joya de Fátima Mernissi, dónde una niña cuenta con sus ojos de niña el mundo que le rodea, así mi alumna, Amanda, de larga melena rubia y mirada radiante, decía que los pantalones bajos son como pañales y que por el ombligo entra el frío en el cuerpo, mira, lo creo. También decía en su trabajo posterior que Don Álvaro, (el de don Álvaro o la fuerza del sino) era el personaje más heterodoxo dl Romanticismo español, a pesar de que en la obra se muestre tan creyente él, porque al final desconfía de su salvación y se desespera. Desesperarse es lo último para un católico, dijo Amanda, y me deslumbró. Ella, protestante, lo tenía claro: no sé si llegó sola al meollo o sacaría la frase de D. Enrique Baltanás, pero aún así le puse un nueve, sin preguntar mucho. Por original, intuitiva y profunda o por discípula aplicada y con capacidad de síntesis, daba lo mismo.
4 comentarios:
Gran entrada; y ya sabes: no te desesperes con la moda, que eso es lo último.
Sobre la moda, me acuerdo de la ironía de Borges con su personaje de Teodelina Villar ("El Zahir"). Va cita larga, pero deliciosa. Por favor, siéntete libre para no publicarla o para acortarla:
"Por lo demás, Teodelina Villar se preocupaba menos de la belleza que de la perfección. Los hebreos y los chinos codificaron todas las circunstancias humanas... Análogo, pero más minucioso, era el rigor que se exigía Teodelina Villar. Buscaba, como el adepto de Confucio o el talmudista, la irreprochable corrección de cada acto, pero su empeño era más admirable y más duro, porque las normas de su credo no eran eternas, sino que se plegaban a los azares de París o de Hollywood. Teodelina Villar se mostraba en lugares ortodoxos, a la hora ortodoxa, con atributos ortodoxos, con desgano ortodoxo, pero el desgano, los atributos, la hora los lugares caducaban casi inmediatamente y servirían (en boca de Teodelina Villar) para definición de lo cursi. Buscaba lo absoluto, como Flaubert, pero lo absoluto en lo momentáneo. Su vida era ejemplar y, sin embargo, la roía sin tregua una desesperación interior. Ensayaba continuas metamorfosis, como para huir de sí misma; el color de su pelo y las formas de su peinado eran famosamente inestables. También cambiaban la sonrisa, la tez, el sesgo de los ojos. Desde 1932, fue estudiosamente delgada... La guerra le dio mucho que pensar. Ocupado París por los alemanes ¿cómo seguir la moda? Un extranjero de quien ella siempre había desconfiado se permitió abusar de su buena fe para venderle una porción de sombreros cilíndricos; al año, se propaló que esos adefesios nunca se habían llevado en París y por consiguiente no eran sombreros, sino arbitrarios y desautorizados caprichos".
Gracias por la cita, que realmente es deliciosa.
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