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La muy sevillana "bulla" consiste en una aglomeración o tumulto en plena calle cuando hay pasos de Semana Santa, vamos, el sueño de cualquier agorafóbico. El caso es que estábamos en pleno otoño y poco podía yo imaginar que iba a producirse algo así, de repente. Se conoce que llevo demasiado tiempo lejos, fuera de mi propia tierra, siendo estranjera y nómada.
Era octubre, un sábado soleado en el que había quedado con mi mejor amiga en el esplendoroso centro de Sevilla. Caminaba desde mi casa con los auriculares destilando el cuarto azul de Aitana al ritmo de mis pulsaciones, y el único rastro del otoño eran las hojas caídas por el suelo. Sevilla radiante...
Y de repente, zas, la aglomeración. Y es que la Esperanza de Triana estaba peregrinando por las calles de mi ciudad. Ya me la había encontrado una semana antes, en pleno puente de los Remedios, pero fue cosa de cinco minutos, un encuentro sorpresivo y sobrenatural y luego, la dispersión.
En mi ingenuidad pensé que la dinámica se iba a repetir, pero no es lo mismo el puente de los Remedios que la avenida de la Constitución, a dos metros de la catedral. Allí había "bulla" para rato, porque además la Virgen todavía no asomaba y la avenida estaba repleta. A rebosar de gente y de sol, un sol que picaba en los ojos y prometía dolor de cabeza, por lo que, ya entonces con mucho esfuerzo, me retiré a una calleja de las muchas que mueren en Constitución, y que resultó ser justamente la calle por la que iba a venir el paso. Vamos, que me metí en la boca del lobo.
Aquello cada vez más agobiante, a treinta personas por milímetro cuadrado, cada vez más cerca de la hora en la que había quedado con mi amiga, yo, que detesto ser impuntual, y literalmente ni para adelante ni para atrás me veía capaz de hacer el más mínimo avance. Casi sin darme cuenta se me empezaron a caer las lágrimas, y comencé a repetir: "tengo que salir de aquí..." "¡tengo que salir de aquí...!"
Un señor me dijo: ¿pero no ves que por aquí va a venir la Virgen y cada vez va a ser peor? Y yo repuse: sí, pero no puedo volver atrás... Y entonces fue cuando otro, no digo señor sino energúmeno, me miró muy fijamente y me increpó barbotando: lo que sea, pero deja de joder.
¿¿¿Perdón???, farfullé, toda ojos inocentes bien abiertos. Y él: que dejes de molestar, que te calles, que va venir la Virgen. Y allí fue cuando me dio el repente.
Una furia no conocida, una oleada que subía del centro del infierno de mí misma me hizo increpar...
- Pero, pero, pero, ¿será cabrón que me ve llorar y lo único que se le ocurra decir es no jodas? ¿Pero es que ya no hay caballerosidad en este mundo? Pues, ¿sabe lo que le digo? ¡Que la Virgen lo primero que quiere es humanidad!
Ya esto último a los gritos, y rompí a llorar con hipidos y todo. Vamos, lo que en el siglo XIX llamaban histeria femenina, y en este siglo, más adelantado y preciso, un verdadero ataque de ansiedad. Me habría tirado al suelo a patear..., si hubiera habido sitio en el suelo.
En el acto, dos benditas mujeres que estaban a mi lado me abrazaron, y una de ellas sacó un abanico enorme y empezó a darme aire. Yo entre lágrimas agradecía y repetía "no, si no es desmayo, pero podría serlo..."
No sé, o un infarto, o podría de verdad necesitar ayuda médica, o cualquier cosa, digo yo...
Pero shiquiya, ¿no sabeh lo que eh una buya?, me pregunta un hombre más bien joven. Pues ¿no ves que es guiri?, responde por mí una de las mujeres que me abrazaba, a lo que otra, mirándome como sopesando comenta no, que habla en andaluz. Sí, andaluz del Norte, espeta un tercero. Lo menos es del País Vasco.
Yo aquí me había calmado y casi me estaba riendo por dentro. El energúmeno nos riñó, silencio que viene la Virgen, y una señora le riñó a él: ¡usted ya ha hecho bastante! Y entonces, efectivamente, llegó la Virgen.
Y pude verla en primera fila.
Belleza que todo lo calma, que hace que merezca la pena cualquier espera, cualquier impuntualidad obligada, cualquier berrinche y agobio en plenas calles de Sevilla.

